miércoles, 30 de agosto de 2017

Oración y formación

La actual batalla cultural que se libra ante nuestros ojos requiere de ambas cosas: orar y estudiar. Siempre ha sido así, por lo menos dentro del catolicismo, que ha sido siempre amigo y aliado de la vida de la inteligencia.

Y es que en la actualidad ser católico es un riesgo por partida doble. De un lado está el hecho mismo, terrible y sublime, de tener que afrontar la tarea de la salvación personal. Tarea nada fácil, ni ahora, ni antes ni nunca, donde se lucha contra los tres enemigos que enumera el catecismo: el demonio, el mundo y la carne. Llevar adelante la lucha contra ese oscuro tridente es ya en sí mismo todo un proyecto de vida. Pero resulta que hoy además de ello el católico debe hacer frente a un ambiente cultural agresivo, hostil y perseguidor. Ambiente en el cual triunfan ideas radicalmente contrarias a la antropología católica en lo cultural, lo político, lo social y hasta lo económico. Entonces resulta que el católico debe llevar adelante la ya ardua tarea de su salvación en medio de una atmósfera ideológicamente putrefacta, por decir lo menos. Y ello es lo que hace que hoy ser católico sea un riesgo por partida doble.

Por ello mismo es que se requiere hoy quizá más que nunca que el católico sea consciente de la necesidad en que está de recurrir a esas dos armas que los buenos católicos de todos los tiempos han usado tan bien: la oración y la formación.

La oración es la elevación del alma hacia Dios para alabarlo, pedirle perdón por nuestras ingratitudes y socorro en nuestras necesidades. Es conversar con Dios como con un padre al que se recurre con amor y confianza porque se descansa en Él, se le ama y se espera de Él amor, protección y esperanza. De Dios viene todo bien, es la fuente de todo y es por tanto la causa de todo. Nada podemos sin Él, ni siquiera existiríamos a cada momento si no fuéramos a cada momento sostenidos en la existencia por su infinito poder y amor. Pensar en emprender la tarea de la salvación propia o de la lucha en la batalla cultural de nuestro tiempo sin su ayuda es un error fatal, sería como querer pelear desarmados, puesto que la fuerza y la victoria proceden de Él. 

Eso por un lado. Pero por otro resulta que Dios, como dicen los filósofos, gusta de actuar por medio de causas segundas, es decir, tiene instrumentos para intervenir a favor de sus criaturas, y uno de esos instrumentos evidentemente somos nosotros mismos, con nuestras capacidades y defectos. O en otras palabras, no responde al orden querido por Dios el sentarnos a esperar que a cada momento Dios intervenga milagrosamente en la historia humana, sino que debemos hacer uso de nuestras propias capacidades, que son don de Dios, para hacer nuestra parte y pelear nuestras propias peleas. Solo Dios salva, pero salva al que se esfuerza.

Ahora bien, la capacidad intelectual, la inteligencia, la razón, es, como todo, un don de Dios, y puede y debe servir como canal de la acción de Dios en el mundo, ¿cómo? Siendo fiel al ser, siendo fiel a lo real, al orden natural de las cosas, al orden de la creación. Eso significa no alterar lo real, no hacer intervenir el capricho personal o ideológico en la captación de las exigencia de lo real. En una palabra: no pretender fabricar lo real, sino reflejarlo con humildad.

Y en un mundo que ha perdido la noción de lo real, cambiándolo por el capricho individual o de masas, la tarea de la inteligencia ha de ser el permanecer fiel a esa voz de la realidad, conocerla, estudiarla y difundir una sana comprensión de las cosas.

De ahí la importancia de la formación. Hay que hacer nuestra parte y no pretender que Dios por nuestra oración esté obligado a intervenir a cada instante solucionando los líos que nosotros mismos provocamos. 

Pongamos un ejemplo: pensemos en una pequeña población a la que de repente un buen día comienzan a visitar "misioneros" de una secta protestante con la intención de hacer abandonar a todos la iglesia católica y unirse a ellos. ¿Conviene que los católicos de allí recen a Dios pidiendo libre a su comunidad de la influencia de aquella gente? ¡Claro que sí! ¿Pero solo eso? ¡Claro que no! Mal harían aquellas buenas gentes si solo se limitaran a pedir a Dios que los libre de las sectas, olvidando la obligación que tienen de estudiar la doctrina y hacer frente con argumentos sólidos a las falacias propagadas por los sectarios. Y no es que Dios no pueda protegerlos o no quiera hacerlo, lo que pasa es que Dios espera que hagamos nuestra parte usando los talentos que Él mismo nos ha dado. Entonces lo correcto sería que aquellos católicos rezaran a Dios, y al mismo tiempo iniciaran grupos de estudio para preparar a las personas para los ataques sectarios de los "misioneros" protestantes. Ahí sí Dios bendeciría aquél esfuerzo y seguramente alcanzarían la victoria sobre la tentación de apostasía.

Algo semejante ocurre hoy. La batalla cultural que actualmente se desarrolla es agresiva y luciferina en su raíz. Ante ella hay que oponer la fuerza de la oración, sí, pero también se le deben oponer cabezas formadas en las buenas ideas, en los principios filosóficos correctos, mentes capaces de argumentar, de desnudar las falacias de los ideólogos, de los charlatanes. Personas conocedoras de su fe, de la doctrina católica, y dispuestos a dar la batalla cultural. 

Oración y formación, los dos elementos indisociables de la batalla actual. El que no se sienta preparado para involucrarse en la batalla cultural que colabore rezando por los que sí. Y los que sientan la vocación de dar la pelea en el terreno de las ideas que lo hagan, apoyados siempre en una sólida vida de oración. Nunca lo uno sin lo otro, sino lo uno con lo otro y la protección de Dios se hará sentir.


Leonardo Rodríguez


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