miércoles, 31 de mayo de 2017

¿Una filosofía sin Dios?

Para el creyente que se dedica de manera “profesional” o por gusto personal a la filosofía resulta evidente la verdad de la siguiente afirmación: es imposible una filosofía sin Dios, o por lo menos sería un intento dramáticamente incompleto.
¿Por qué? Porque el creyente parte del reconocimiento de la existencia de Dios, y luego emprende el ejercicio de la filosofía como una manera de ir organizando en forma racional, es decir, atendiendo a las exigencias de la razón, dicha fe. Entonces todo lo ordena en torno de esa idea primera que tiene de Dios como fuente de todo lo real y como fundamento último de la inteligibilidad de todo.
Aunque también es frecuente el camino contrario, es decir, que muchos lleguen a la fe en Dios luego de un arduo caminar por los senderos de la investigación y de la reflexión filosófica. Los casos abundan de pensadores que después de pasar años dedicados a la filosofía han llegado finalmente a una sólida convicción en la existencia de un Ser superior creador de todo.
De manera que ya sea que se parta de la fe y se construya luego una reflexión filosófica, o se llegue a la fe luego de haber hecho filosofía, lo cierto es que Dios es en uno y otro caso el coronamiento del esfuerzo del pensamiento por ponerlo todo en orden y por llegar a una explicación última sobre lo existente, más allá de las revelaciones de las ciencias positivas, de laboratorio, las cuales no son aptas de suyo para dar respuestas sobre los temas que más importan al ser humano como el sentido de su vida, de dónde venimos, hacia dónde vamos, por qué existe el dolor, qué hay después de la muerte, etc.
No obstante lo anterior, han existido siempre, existen hoy y seguramente mañana también existirán, personas dedicadas a la filosofía que se declaran ateos o por lo menos agnósticos. Son ‘pensadores’ que construyen su ejercicio filosófico en abierto rechazo a la idea de Dios, de tal manera que intentan fundamentarlo todo de formas distintas a las comunes entre pensadores creyentes o teístas. La inteligibilidad última de lo real, el origen de todo, el sentido de la vida, los valores, la ética, el ordenamiento social, etc., todo buscan fundamentarlo de espaldas a la idea de Dios, que les parece un mito, una irracionalidad, vestigio de una época ya superada, una declaración de ignorancia y de fanatismo.
¿Qué pensar de este tipo de ‘filosofías’ y de este tipo de ‘filósofos’?
Resulta complejo dar una respuesta sencilla, por paradójico que ello pueda parecer. Ante todo hay que decir que cada persona filosofa desde una situación personal específica que en buena medida lo condiciona. Muchos ‘pensadores’ se desarrollan en ambientes tan hostiles a la creencia en Dios que sería un verdadero milagro que en esas circunstancias resultaran creyentes convencidos. Piénsese por ejemplo en muchos claustros universitarios actuales en los cuales los compromisos explícitos o larvados con ciertas corrientes ‘políticas’ generan un ambiente de rechazo a la idea de divinidad o de iglesia, y por ende condicionan a quienes allí adelantan sus estudios al punto de convertirse en productoras industriales de ateos.
Puede suceder también que aunque el ambiente quizá no sea de abierta hostilidad hacia el fenómeno religioso, sí ocurra que el estudioso sencillamente nunca se encuentre con buenos argumentos a favor de Dios, buenos autores, buenos textos, y todo lo que llegue a sus manos sea literatura, autores y corrientes contrarias a la creencia en la existencia de Dios. En este caso lo más normal es que una persona con esas influencias acabe naturalmente por engrosar las filas del ateísmo. Sencillamente nunca encontró razones para creer.
Y aún puede darse un tercer caso. Puede suceder que el estudiante de filosofía o el ya profesional haya encaminado su vida, su estilo de vida, en obediencia a principios morales relativistas o hedonistas, de tal manera que la idea de Dios sea para él una amenaza a su forma de vida. Estos no están dispuestos a cambiar de vida y la existencia de una divinidad les suena a amenaza. En estos casos todo su discurso en contra de la existencia de Dios no es más que una infantil pataleta que bien pudiera resumirse en la siguiente expresión: no quiero que existas porque estorbarías con tus leyes mi proyecto de vida.
Como quiera que sea, por las razones que sea, lo cierto es que estos construyen una ‘filosofía’ incompleta, porque les queda faltando nada menos que el fundamento, el fundamento último de lo real y la causa última de toda inteligibilidad actual y posible. Un edificio a medias, una casa sin techo ni columnas, solo paredes en el aire.
El gran compromiso de los pensadores creyentes está en presentar sus razones, en afilar sus argumentos, en no ocultar su fe, en ser atrevidos y hacer oír su voz. Porque muchas veces lo que estas personas necesitan es oír a algún atrevido que ponga en duda su cosmovisión atea, sembrándoles al menos un poco de duda e inquietud, si se logra eso y se les incita a investigar más el asunto, se les habrá puesto en el camino adecuado, ya que como solían decir los místicos de antaño: buscar a Dios es en cierta manera haberlo encontrado ya.
Hay que ser descaradamente católicos.
 
Leonardo Rodríguez
     
 

martes, 9 de mayo de 2017

Respuesta a un amable lector

Un amable lector nos ha escrito preguntándonos sobre las causas que produjeron el giro antropocéntrico del Renacimiento. Publicamos aquí la respuesta, aclarando que más adelante trataremos de retomar el asunto para darle una respuesta más elaborada.
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Estimado xxxxx.

Es siempre para mí un gusto recibir este tipo de correos, en medio del 'anonimato' de las pantallas de ordenador saber que del otro lado a alguien llega esa botellita cerrada que lanzamos al mar de Internet es en gran manera gratificante y por supuesto que nos anima a seguir en la briega.

Antes de intentar esbozar una respuesta a su justa pregunta me gustaría pedirle que cuando pueda me de su opinión sobre los textos que ha podido leer de mi autoría. Soy desde todo punto de vista un principiante y me alimento de los comentarios que voy recogiendo por aquí y por allá, para tratar de mejorar siempre un poco más y reducir así los defectos de lo que escribo, que sin duda son muchos.

En realidad es inexacto afirmar que en el Renacimiento se da ese cambio del teocentrismo al antropocentrismo como una cosa ya perfecta y acabada. Mucho más exacto es decir que se sientan unas bases y se lanzan unos gérmenes que andando el tiempo darían como resultado las distintas revoluciones que dieron al traste con el ordenamiento medieval: revolución luterana, cartesiana, iluminista, liberal, marxista, nihilista, etc. El Renacimiento sembró unas semillas que solo los siglos que vinieron después fueron haciendo germinar una detrás de la otra.

De tal manera que no hay que creer que el antropocentrismo quedó ya perfecto y dio todos sus frutos en esos dos siglos que los historiadores suelen adjudicar al Renacimiento, desde mediados del XIV, hasta casi el XVI. Porque aún era mucho lo que faltaba por decir, aún no había venido Lutero, ni la Enciclopedia, ni Nietzsche. Ellos fueron en gran medida sus hijos, sus continuadores, sus epígonos.

Ahora bien, ¿por qué el Renacimiento sembró esos gérmenes? Bueno, las razones fueron muchas, aunque más que razones hay que hablar de circunstancias. El edificio socio-político-religioso-cultural del medioevo se levantaba sobre una sinfonía de elementos dispares que se mantenían unidos porque todos ellos recibían la influencia de un mismo espíritu, como si dijéramos de una misma aspiración o tendencia de naturaleza espiritual: la fe católica. Y resulta que esta fe recibió una serie de golpes hacia fines de la Edad Media, siglos XIV y XV (precisamente): La cautividad del papado en Aviñón, los reformadores 'pre-luteranos' como Pedro Valdo, Juan Hus y John Wyclif, por nombrar solo algunos; los cambios sociales traídos por el advenimiento a escena de las ciudades y el declive del feudalismo, etc. Todos esos elementos, por nombrar solo los que se me vienen a la mente en este momento (pero que un historiador de oficio podría complementar con algunos otros), coadyuvaron para que la sacralidad de la fe y de la cosmovisión que dicha fe acarreaba fueran puestas en duda cada vez con menos pudor.

¿Y el arte? El arte jugó su papel también. Y no que los artistas fueran ateos anticatólicos, no, muchos de ellos fueron monjes incluso. Sino que más bien se difundió entre los artistas la idea de retomar los cánones de belleza del mundo antiguo grecorromano. ¿Por qué? No sabría decirte con exactitud cuál fue el origen de esa tendencia o quién fue el primero que decidió pintar o esculpir siguiendo algún modelo griego, creo que ningún historiador podría dar ese dato tan preciso. El punto es que hubo un primero, y un segundo y un tercero y la moda se regó como fuego en paja seca. Además, si los filósofos medievales habían usado a Aristóteles sin problema, como Tomás de Aquino, ¿por qué iba a estar mal pintar o esculpir como lo habían hecho también griegos y romanos? 

Y se difundió el arte según cánones antiguos, y en dichos cánones la figura central era el hombre, y el hombre en su más descarnada humanidad, el hombre como culmen de la naturaleza y como resumen y compendio de todo lo bello. 



Repito, todo esto no fueron sino gérmenes, pero gérmenes lo suficientemente osados como para que su vitalidad fuera dando frutos con el correr de los siglos que estaban por venir.


Quizá en otra oportunidad con algo más de tiempo disponible retome el asunto y te envíe, estimado XXXXX, una respuesta algo más elaborada. A veces las ocupaciones 'terrenales' nos apartan de la contemplación de las ideas; es la cuota que debemos pagar por vivir aún en este mundo corporal, en espera de la patria prometida si bien obramos.


Con afecto,


Leonardo Rodríguez  

domingo, 7 de mayo de 2017

La red social como trampa al pensamiento


Las redes sociales parecen haber llegado para quedarse. Resulta para muchos imposible imaginar sus vidas sin Facebook, Twitter o Whatsapp. Y aunque son también muchos los que voluntariamente y por distintas razones nunca han tenido ni planean tener ninguna de estas redes sociales, lo cierto es que son minoría al lado de quienes participan en alguna o incluso en todas ellas.

Y no se crea que vamos aquí a elevar nuestra voz contra las redes sociales de manera radical, señalándolas de múltiples males y perversiones sin cuento, ¡no! Nuestro propósito es más bien señalar un aspecto de su utilización que últimamente nos ha estado llamando mucho la atención: la relación que creemos percibir entre su uso irracional y el debilitamiento de la capacidad abstractiva de la inteligencia. Veamos.

Ante todo aclaremos qué entendemos por capacidad abstractiva de la inteligencia. Entendemos por abstracción aquella capacidad propia de la inteligencia según la cual podemos ascender desde los datos sensibles del universo material hacia los valores inteligibles, hacia la esencia o naturaleza de las cosas. Ocurre cuando 'entendemos' lo que algo es, más allá de las apariencias que captan nuestros sentidos. Como cuando frente a una multitud de rostros y figuras humanas podemos con naturalidad comprender que son seres humanos, hombres, animales racionales. Lo cual no lo entendemos con ningún sentido, ni siquiera con el cerebro, sino propiamente con la inteligencia, que es facultad espiritual. 

No ahondaremos aquí en este asunto de la naturaleza de la inteligencia y sus actos u operaciones propias, ya lo hemos hecho en varias oportunidades anteriormente. Baste con recalcar la diferencia que la filosofía clásica siempre ha defendido entre los sentidos y la inteligencia, entre la imagen y la idea, entre el concepto universal y abstracto y la imagen individual y concreta. Lo propio del hombre es ese nivel abstracto y universal de conocimiento, que por un lado lo distingue radicalmente de los animales y por otro lo aproxima a esas otras criaturas espirituales de la revelación cristiana, los ángeles, criaturas cuya naturaleza es ser espíritus puros, sin mezcla de materia, por tanto no constreñidos a obtener su conocimiento a partir de datos sensibles, como sí es nuestro caso dada la unión natural y substancial de cuerpo y alma. 

Y esa apertura a lo universal le permite al hombre conocer más allá de lo sensible, hasta realidades del todo espirituales como el alma y Dios. Y dado que la voluntad depende del conocimiento, dicha apertura abstractiva hacia lo universal y espiritual le posibilita al hombre también tender hacia dicho universo espiritual, conformar su vida con ello, atender principios espirituales, en una palabra, organizar su vida en obediencia a principios que van más allá de las meras inmediateces de su corporalidad (lo cual no significa que todos lo hagan, pero podrían hacerlo).

Ahora bien, creemos que precisamente allí es donde nos parece percibir una influencia poco positiva de las redes sociales. 

Las redes sociales tienen una preferencia por la imagen, privilegian la exposición mediante imágenes, de tal manera que mediante imágenes proponen al usuario representarlo todo: su vida, su conducta, su cotidianidad, hasta su 'pensamiento' con los famosos 'memes', que son mensajes cortos acompañados de... una imagen. Se percibe una ausencia de espacio para una expansión del mundo de la idea, que requiere de un desarrollo para el cual no hay 'tiempo' en la inmediatez propia de las redes, donde todo debe ser dicho ya y ojalá de modos gracioso y creativo... ojalá con imágenes.

Incluso cuando se abordan temas que requerirían de un desarrollo argumentativo mayor, como cuando en Facebook alguien habla del aborto, por ejemplo, la zona de comentarios se llena de gente que desea en dos renglones zanjar la cuestión, poco importa la solidez de la idea, lo que se busca es impresionar con alguna frase corta pero ingeniosa que aplaste al 'oponente' o lo ridiculice frente a los demás. 

Y ni qué decir de las demás redes sociales centradas completamente en la imagen, como Instagram, Snapchat. O en los mensajes cortos e ingeniosos como Twitter.

Repetimos que no es nuestra intención elaborar aquí un alegato apocalíptico contra las redes sociales, nada de eso. Pero sí quisiéramos llamar la atención sobre el modelo de 'pensamiento' que se deriva de su uso irracional. Y con la expresión 'irracional' nos referimos al uso que le dan las personas que gastan horas y horas diariamente frente a sus 'redes', como olvidados del mundo real que tienen a su alrededor.

Creemos que dicho modelo de 'pensamiento' centrado en la imagen, en la inmediatez, en lo concreto, en lo individual, etc., si es convertido en hábito mediante un uso casi adictivo de las redes, inevitablemente podría llevar a debilitar las capacidades abstractivas propias de la inteligencia humana, impactando negativamente no solo la posibilidad de pensar con profundidad sobre temas trascendentes y verdaderamente importantes, sino al mismo tiempo, y dada la conexión entre la esfera cognitiva y la volitiva, reducir el actuar de la persona al universo material y sensible, que es el propio de la imagen que le venden las redes.

Quizá se dirá que exageramos, y es nuestro deseo que así sea, una mera exageración. Pero vemos con tanta frecuencia a los adolescentes, que son el segmento de población más comúnmente asociado al uso de las redes sociales, preocupados única y exclusivamente por el aquí y el ahora, e incapaces de toda consideración  espiritual sobre temas espirituales (no solo religiosos), sobre ideas y conceptos que trasciendan la esfera sensible, que poco a poco comenzamos a temer que lo que parece mera exageración pueda ser más bien una intuición certera. ¡Dios nos haga malos profetas!


Leonardo Rodríguez


lunes, 1 de mayo de 2017

Eclecticismo filosófico, ensalada mental.

Si hoy se le pregunta a un recién egresado de alguna facultad de filosofía acerca de su autor de preferencia o sobre la corriente de filosofía a la que adscribe, seguramente obtendremos como respuesta que tiene no uno sino muchos autores de preferencia (o sea en realidad ninguno), e igualmente respecto de corrientes de filosofía dirá algo así como que no es conveniente "casarse" con una sola corriente puesto que todas tienen cosas muy valiosas que aportar y lo mejor es estar abierto a todas las posibilidades.

Si hacemos el mismo experimento con filósofos profesionales ya en edad madura, quizá hayan reducido la lista de preferencias y de corrientes, pero su postura seguirá siendo un cierto eclecticismo, cerrados a la posibilidad de que un solo autor o un solo sistema filosófico pueda tener razón sobre los demás. Una tal idea les resulta evidentemente descabellada y pretenciosa.

Pero, ¿qué es el eclecticismo? Se llama eclecticismo (del griego 'eklegein', escoger) a la postura de aquellos que no tienen un conjunto de ideas definido y específico, sino que deciden tomar de todas partes un poco para construir su visión de las cosas, algo así como un vestido hecho con los retazos de muchos otros vestidos.

Entonces el ecléctico escoge a su gusto lo que le va pareciendo de todos los sistemas de pensamiento disponibles, y con todos esos trozos se construye un sistema de interpretación del mundo.

Y con ello el ecléctico obtiene varios beneficios:

1) Evita el riesgo de comprometerse con un solo sistema, y estar equivocado.

2) Evita tener que argumentar en defensa de su decisión de tomar partido por una sola opción.

3) Se siente superior al resto porque se cubrió con lo que consideró mejor de cada posibilidad.

4) Evita tener que enfrentarse a los puntos más problemáticos de cada postura, pues los ignora y toma de allí lo que es más aceptado y claro.

En una palabra, el ecléctico gana en comodidad. El eclecticismo es el sistema cómodo por excelencia.

Y más o menos esa es la postura de todos los filósofos profesionales actualmente.

Quienes, como nosotros, hemos decidido proponer y defender el tomismo como único sistema filosófico que da explicación satisfactoria a los grandes interrogantes del pensamiento humano, somos para el ecléctico o presumidos o tontos. Presumidos en cuanto creemos poder sostener que el tomismo con exclusividad da cabal explicación a los interrogantes filosóficos más apremiantes de la existencia humana. Y tontos porque no entendemos (eso afirman) que la postura más 'correcta', 'adulta', 'madura', 'equilibrada', etc., consiste en tomar un poco de cada lado y de esa manera quedar bien con todos.

Pero la filosofía no se trata de comodidad, sino más bien de audacia, audacia para aferrarse a la realidad, a la naturaleza de las cosas. Y es eso lo que hemos encontrado en Tomás, audacia de sobra y fidelidad total a la voz de lo real. No negamos que en otros sistemas de pensamiento se puedan encontrar elementos valiosos, pero sostenemos con tranquilidad que todo aquello que de valioso puede encontrarse en dichos sistemas, está también en el tomismo y expuesto en concordancia unitaria con cada pieza del edificio, proporcionando una visión de conjunto sobre lo real que en verdad cautiva por su precisión armónica y por su lógica belleza.

¿Para qué buscar entonces en otros suelos lo que el nuestro produce ya con abundancia, precisión y hermosura? Sería como aquél campesino que produciendo sus tierras hermosas manzanas, se escabullera de noche a los predios vecinos a tomar manzanas inferiores en calidad a las suyas.

Y por demás está decir que tampoco es la filosofía cosa de temores, como el de evitar la tarea fatigosa de argumentar la exclusividad de una tesis por sobre las demás. Todo lo contrario, y en ello fue maestro consumado Tomás, si algo se aprende en filosofía es que es un deber argumentar buscando mostrar la evidencia de lo que se sostiene como cierto. Eso de evitar esa fatiga recurriendo a la comodidad del eclecticismo no cuadra al que en verdad se considere amante de esa miel que la abeja humana destila y que llamamos filosofía.


Leonardo Rodríguez