miércoles, 29 de noviembre de 2017

Consumismo decembrino


Diciembre es quizá el mes en el que con mayor claridad sale a relucir el poder del consumismo en la vida de las personas. Los centros comerciales se abarrotan de gente ansiosa por gastar sus pagos de fin de año con el deseo de comprar así una ilusión de felicidad, que aunque momentánea, es suficiente para satisfacer su anhelo de una vida mejor.

Es lo que tiene el consumismo: éxito vendiendo una ilusión, un espejismo.

Los grandes centros comerciales, con sus lujos, sus almacenes repletos de cosas llamativas, sus comodidades, sus posibilidades, etc., seducen poderosamente, dan la impresión de que todo está bien y de que el mundo es un lugar feliz. Poco importa incluso que quienes a ellos asisten no compren nada, el solo hecho de estar allí y pasearse por entre tantas vitrinas atractivas es suficiente para calmar el ansia de una mejor 'calidad de vida'.

Y diciembre se ha convertido para el hombre secularizado en la época predilecta del consumismo, donde triunfa la ilusión de creer que la felicidad se puede comprar, puesto que consiste en dinero o en algo que con él se puede comprar. Es el hombre completamente materializado. El hombre finito.

El hombre secularizado (palabra que proviene del latín "saeculum", que significa siglo, indicando con ello el tiempo terreno de la vida humana, en contraposición con la eternidad) es el que ha perdido de vista la eternidad, y cifra su vida y su felicidad en este mundo, en sus años terrenos, puesto que ha aprendido a pensar que un más allá del sepulcro es sencillamente inimaginable.

Por otra parte, diciembre debería ser la época del año propicia para parar un poco el ritmo frenético de nuestras vidas, mirar hacia atrás, agradecer, reflexionar, estar en familia, planear el año que viene y entregarlo a Dios, dueño del tiempo y de la eternidad. Y es que precisamente eso es diciembre en la liturgia católica, tiempo de adviento en que se prepara el nacimiento de Cristo, que debe nacer en las almas de los fieles, aparejadas para ello por la penitencia, la oración y el ayuno. Si bien se mira, la liturgia católica de diciembre es exactamente lo opuesto de la ilusión consumista que nos vende el mundo moderno.

De nosotros depende vivir esta época en un sentido u otro. De un lado tenemos un espejismo de felicidad, del otro tenemos al que es la Felicidad con mayúscula, Dios que viene a nosotros. Dios con nosotros.


Leonardo Rodríguez V.

jueves, 16 de noviembre de 2017

Día mundial de la filosofía

En el día mundial de la filosofía traemos a colación un texto del aquinate acerca del estudio de la sabiduría, al inicio del segundo capítulo del primer libro de su 'Contra Gentes':

"El estudio de la sabiduría es el más perfecto, sublime, provechoso y alegre de todos los estudios humanos. Más perfecto realmente, porque el hombre posee ya alguna parte de la verdadera bienaventuranza, en la medida con que se entrega al estudio de la sabiduría. Por eso dice el Sabio: ―Dichoso el hombre que medita la sabiduría. Más sublime, porque principalmente por él el hombre se asemeja a Dios, que ―todo lo hizo sabiamente, y porque la semejanza es causa de amor, el estudio de la sabiduría une especialmente a Dios por amistad, y así se dice de ella que es ―para los hombres tesoro inagotable, y los que de él se aprovechan se hacen participe de la amistad divina. Más útil, porque la sabiduría es camino para llegar a la inmortalidad: ―El deseo de la sabiduría conduce a reinar por siempre. Y más alegre, finalmente, ―porque no es amarga su conversación ni dolorosa su convivencia, sino alegría y gozo".


T. d A.


miércoles, 15 de noviembre de 2017

Católicos sin opción política

Desde hace ya varias décadas (muchas, desgraciadamente), los católicos vivimos a nivel político una situación de ausencia total de opciones decentes en nuestros países. 

Debido a la falta de formación política del católico actual, las filas  de creyentes se han dividido entre las opciones existentes (hablo de Colombia), sin percatarse de que todas ellas son esencialmente fruto del mismo proceso liberal que heredamos de las revoluciones del siglo XVIII.

Lo que decimos es, en resumen, que el liberalismo del siglo XVIII, que hizo eclosión en la Revolución Francesa, dio como fruto, andando el tiempo, a eso que hoy llaman derechas, izquierdas o centros; con sus respectivos extremos. Y los católicos se han decantado por alguna de esas opciones por la sencilla razón de que no hay más.

Desde algunos sectores de las derechas se acusa a ciertos sectores del 'catolicismo' de favorecer posturas de izquierda (hoy papa incluido). Al tiempo que desde ciertos sectores de la izquierda se acusa a algunos sectores del 'catolicismo' de favorecer posturas de la derecha. A su vez los católicos que se ubican en un pretendido 'centro', acusan a los demás de extremistas irracionales. Todo una ensalada 'política'.

Pero para tener las ideas claras digamos que las revoluciones del siglo XVIII instalaron el liberalismo en la mayor parte de las sociedades occidentales, el cual liberalismo, teológicamente considerado, es la rebelión de la criatura contra el Creador, por medio de la proclamación de independencia del orden natural respecto de la ley divina. Lo anterior proclamando la autonomía absoluta de la 'libertad' humana en todos los órdenes (rol de la iglesia en la sociedad, igualdad de las 'religiones', libertad de conciencia, libertad de culto, libertad de prensa, libertad de pensamiento, etc.).

El anterior panorama de 'libertades' dio como fruto un modo de ordenación social en el cual el hombre ocupaba ahora el lugar que en el estado de cosas anterior había ocupado Dios. Si antes era la verdad divina la encargada de moldear el aspecto de la sociedad, sobre todo a través de la moral y la voz de la Iglesia Católica, ahora sería la voluntad humana, en su desnuda e ilimitada autonomía, la encargada de dar forma a la sociedad en todos sus niveles (social, político, legal, cultural, etc.).

No fue casual que también en aquella época se haya convertido a la 'democracia' moderna en la única forma posible de organización política. Y es que en efecto la esencia de la democracia es el dogma de la voluntad humana como creadora independiente de 'verdades' políticas, por mayoría simple por supuesto. Sin reconocer por encima de dicha voluntad ningún tipo de autoridad o fuente normativa ajena a la libertad humana misma.

Ahora bien, este nuevo panorama social es heredado por izquierdas, derechas y centros; quizá en diversa medida o con matices diferenciadores, pero en esencia toman ese mismo patrimonio 'liberal' y lo defienden como buenos hijos de la revolución.

El problema con esa herencia es que es radicalmente anticatólica, indudablemente. De ahí la oposición que la iglesia manifestó desde el inicio hacia dicho conjunto de 'ideas'. Y si bien los papas de los últimos decenios han aceptado dicho esquema mental, ello ha sucedido no porque esas ideas hayan dejado de ser anticatólicas, sino porque esos papas han adoptado la mentalidad liberal, ni más ni menos.

Si este es entonces el panorama, y si centros, izquierdas y derechas (con todas las diferencias que sus militantes enfatizan a nivel económico) coinciden en la defensa de dicho patrimonio liberal, ¿qué le queda al católico como opción? Esa es la pregunta importante... y triste. Evidentemente no le queda ninguna opción. Y no solo porque efectivamente no hay partidos (que de hecho es otra herencia liberal) con ideario católico, sino porque los mismos católicos, considerados individualmente, desconocen de forma abrumadora el ABC de la política católica y cada vez que se animan a fundar un partido para 'defender los buenos principios' o lo que hoy llaman 'mínimos inamovibles', no logran liberarse de la impronta liberal arriba mencionada. De hecho la defienden con el mismo ardor que lo haría el liberal más convencido.

Entonces, no hay opción, ni hay materia prima para crear una. Nada alentador el panorama.

¿Qué hacer?

Lo que se viene proponiendo desde hace tiempo es que hay que defender la opción menos mala, el mal menor. Lo que no sabemos a ciencia cierta es si esa es una opción moralmente aceptable. Quizá nos ocupemos de eso en otra ocasión si encontramos material que nos despeje la duda.

Por ahora la batalla seguirá siendo como una guerra de guerrillas, pequeñas acometidas 'culturales' y sobre todo la formación individual y familiar. 


Leonardo Rodríguez V. 


jueves, 9 de noviembre de 2017

Negar la naturaleza humana

Se llama "naturaleza" a aquello que algo es y que lo diferencia de los demás seres. Como cuando se habla de la naturaleza de un caballo, por ejemplo, se hace referencia a lo que son los caballos y los hace diferentes de los demás animales.

Igualmente, cuando se habla de naturaleza humana se hace referencia a lo que los humanos somos, a lo que nos constituye como seres humanos y nos distingue de los demás seres.

Hoy se niega que exista la naturaleza humana. Es una afirmación que no se entiende, puesto que los seres humanos existimos, y si existimos, necesariamente tenemos que existir de algún modo, es decir, siendo algo, teniendo alguna naturaleza, porque si pudiera existir algo sin naturaleza sería algo que existe pero NO ES nada, es decir, sería un absurdo.

Sin embargo hoy muchos sostienen ese absurdo y sospecho que ni siquiera lo notan.

Lo bueno es que si realmente creen que no existe la naturaleza humana, y desean ser coherentes, nunca deben decir absolutamente nada acerca de los seres humanos, en otras palabras, jamás deben usar el verbo SER en una oración cuyo sujeto sea el hombre, o la persona, o los seres humanos.

Y su coherencia nos ahorrará andar escuchando idioteces.

El problema es que por estos tiempos la coherencia brilla por su ausencia, y quienes niegan que exista la naturaleza humana, es decir, quienes niegan que los humanos seamos algo, son los que más hablan acerca del tema, y con tono de doctores.

En fin, paciencia porque la ignorancia se ha vuelto en algunos una enfermedad crónica.


Leonardo Rodríguez


jueves, 2 de noviembre de 2017

El punto de partida

Queramos o no, lo sepamos o no, pensemos en ello o no, siempre vivimos con una cierta 'filosofía' de base, una fundamental cosmovisión que da razón íntima del modo que tenemos de ver la vida y de vivirla.

Poco importa que digamos que la filosofía no nos interesa, puesto que independientemente de ello lo cierto es que organizamos nuestra vida y nuestra entera cosmovisión con base en ciertos principios que son propiamente de naturaleza filosófica. Y repetimos, no importa que dichos principios obren de forma implícita o explícita, en uno y otro caso su influencia es igual.

Siendo esto así lo mejor es tratar de hacer explícitos los principios que rigen nuestra vida y nuestra manera de ver las cosas, de opinar sobre las cosas, sobre todo sobre las realidades importantes y trascendentes (Dios, alma, espiritualidad, religión, vida eterna, etc). Ya que de otra forma seremos en cierta manera esclavos de ideas que por no ser conscientes o por influirnos 'desde la sombra' de lo inconsciente, escapan a nuestro control.

Ahora bien, filosóficamente hablando un buen punto de partida sería establecer si somos realistas o idealistas. Porque una cosa es creer que la realidad existe independientemente de nosotros y que nuestra tarea es conocerla como ella es. Y otra bien distinta es creer que lo único a lo cual tenemos acceso es al conjunto de nuestras ideas y no a la realidad misma. Y decimos que ambas posturas son bien distintas puesto que la una implica la existencia de una realidad que no depende de nosotros y la otra implica que en cierta forma el centro del asunto son nuestras ideas, nuestras concepciones sobre la "realidad".

Las consecuencias de una y otra posición en el terreno de la ética, por ejemplo, también son enormemente diferentes, pues de un lado tendremos un orden moral al cual el hombre debe amoldar el uso de su libertad y de otro lado tendremos un orden moral que el hombre mismo construye autónomamente.

Este sería el punto de partida: ¿Realistas o idealistas? 

El hombre moderno es inconscientemente idealista, se considera creador del orden real y sobre todo moral. De allí viene por ejemplo el relativismo triunfante hoy día.

Incluyamos en nuestros momentos de reflexión un espacio dedicado a hacer conscientes las raíces filosóficas de nuestro modo de ver la vida y de vivirla.


Leonardo Rodríguez.


lunes, 30 de octubre de 2017

Mentes gaseosas

Buscando un adjetivo que pueda describir en forma aproximada el modo de pensar del hombre moderno, nos ha parecido que el vocablo "gaseoso" puede prestar un buen servicio.

Lo gaseoso no tiene forma, es difuso, indeterminado, variable, disperso e inasible.

Algo así pasa con la mente del moderno. Le han vendido la idea por todos los medios posibles de que lo correcto, lo racional, lo maduro, lo vanguardista, es ser "de mente abierta", "tolerante", "pluralista" y "respetuoso" de todas las "diferencias"; puesto que NO EXISTE LA VERDAD, nadie la tiene, no se encuentra en ninguna parte, lo que existe son las múltiples e infinitas opiniones posibles de cada individuo existente y posible.

En ese orden de ideas la mente del moderno es un verdadero ente 'gaseoso', informe, indeterminada y acomodaticia. Se acomoda a todos los vientos de doctrina porque no tiene ninguna. Acepta como válidas todas las posturas porque lo suyo es no tener postura alguna. Respeta todas las opiniones porque en el fondo considera que todas son igualmente inválidas, ninguna es más que otra, dado que la verdad no existe.

Todo esto es fácil de percibir cuando se sostiene una conversación por más de dos minutos con alguien típicamente moderno.  Y si se trata de alguien medianamente culto (suponiendo con generosidad que eso existe aun), se percibirá lo anterior incluso antes de los dos minutos.

¿Es esto un avance de la especie humana? ¿Esta "gaseosidad" del pensamiento actual representa un paso adelante en la historia humana? No lo creemos. Pero de esto seguiremos hablando más adelante.


Leonardo Rodríguez.


sábado, 28 de octubre de 2017

Defender la familia

A veces me preguntan el porqué de mi aversión a ideologías destructivas de la familia. Pues bien, ahí les va una razón entre miles:
La familia lleva siglos siendo un dique contra el poder totalitario del Estado. El núcleo familiar es como un oasis de "autonomía" frente a las determinaciones estatales, en el sentido de que son los padres los que detentan la autoridad sobre sus hijos y les transmiten sus tradiciones, sus costumbres, su credo y su escala de principios y valores. Todo Estado tiende a desear todo el poder que le sea posible, y siempre se estrella contra este muro de "independencia".
Por ello es enormemente favorable al Estado la disolución de las familias, porque sin familias fuertes ya queda solo el individuo frente al Estado, es decir, queda el individuo a merced del Estado y este le dirá no solo cómo actuar, sino también como pensar y qué creer.
Por ello la defensa de la familia frente a las múltiples iniciativas que la vienen golpeando desde hace años (divorcio, aborto, eutanasia, ideología de género, "matrimonio" homosexual y un largo etcétera), es un deber de todo aquél que desee preservar la verdadera libertad.


Leonardo Rodríguez.


miércoles, 25 de octubre de 2017

Revolución de octubre

Un día como hoy, (25 de octubre según el calendario juliano; 11 de noviembre en el calendario gregoriano) hace cien años, tuvo lugar la llamada Revolución de octubre, que no fue otra cosa que la llegada violenta de los bolcheviques al poder en Rusia. Dicha revolución marcó el inicio de la implantación del marxismo en Rusia, desde donde se expandió a muchas partes del mundo en lo restante del siglo XX.

El marxismo nació como crítica al capitalismo surgido de la mano de la revolución industrial, aunque tiene raíces teóricas muchos siglos atrás, incluso muchos hablan de "comunismo" en algunas ideas del filósofo griego Platón. El marxismo se dirigía a los "oprimidos" y les ofrecía un futuro de "liberación", "justicia" e "igualdad". El medio usado para la construcción de ese "hermoso" futuro era la revolución social, la lucha a muerte de las clases sociales, de los "oprimidos" contra los "opresores". De hecho en Rusia las masacres, los ríos de sangre y los campos de concentración, marcaron todo el periodo de dominio marxista. Ríos de sangre corriendo en nombre de la "igualdad" humana.

Pero ya no estamos en 1917, han pasado cien años y muchos dicen hoy que el marxismo desapareció y que vivimos en una época de "democracia", que con todo y sus defectos, es el mejor sistema posible y el más alto punto de evolución de la "política" mundial.

Entonces, ¿por qué traer hoy a la memoria la Revolución de octubre? Porque nosotros, como muchos otros, creemos que el marxismo no solo no ha desaparecido, sino que ha incorporado nuevas estrategias y nuevos militantes. Su objetivo sigue siendo el mismo, la abolición de los restos de civilización cristiana, representados en instituciones como el matrimonio, la familia tradicional, la propiedad privada, la fe católica, etc. Pero las estrategias han cambiado, si bien en algunos lugares del mundo el marxismo en su versión más rancia sigue vigente, y ahora incorpora en su lucha nuevas tácticas, como por ejemplo las que constituyen eso que muchos llaman hoy 'nueva izquierda' o 'marxismo cultural', del que ya hemos hablado en otra ocasión y del que seguramente hablaremos aún más adelante.

Dicho marxismo cultural seduce hoy a miles y gana terreno ante nuestros ojos por todo el mundo. Sus tesis son lo suficientemente sencillas como para difundirse rápido entre la masa y sus promesas lo suficientemente atractivas como para seducir a incautos.

En Fátima la virgen santa advirtió que Rusia esparciría sus errores por el mundo entero. Es lo que vemos hoy.


Leonardo Rodríguez.


jueves, 28 de septiembre de 2017

A propósito de la muerte de Hugh Hefner

Ha muerto a sus 91 años Hugh Marston Hefner, más conocido como Hugh Hefner, fundador de la revista pornográfica Playboy. Para estos momentos ya habrá dado cuenta ante el Creador sobre lo hecho en vida. Una oración por su alma.

Hefner pasó más de medio siglo lucrándose de la lujuria humana, vendiendo el cuerpo de mujeres atraídas por el dinero y de dudosa moralidad. Creó un imperio económico con su vulgar 'negocio' y seguramente llevó la impureza a miles de almas, millones de almas. De eso seguramente dará cuenta también.

No queda más por decir, su 'gloria' temporal ya ha culminado, Dios en su infinita paciencia le concedió 91 años de "gozo" terreno, que al parecer fue el único que le interesó a este señor. ¿Vale la pena gozar 91 años y poner en peligro una eternidad? Parece a todas luces un muy mal negocio.

¡Sic transit gloria mundi! Así acaban las glorias del mundo.


Leonardo Rodríguez


martes, 26 de septiembre de 2017

Centralidad de la vida de oración

Respecto de la importancia suprema de cultivar una sólida vida sacramental y de oración ya está todo dicho, bastaría revisar algún escrito de un santo cualquiera para convencerse de esta enorme verdad: SIN ORACIÓN NADA SOMOS, porque la oración nos une a Dios y sin Dios NADA PODEMOS HACER. Lo ha dicho Él.

Lo anterior conviene recalcarlo porque, en medio de estas batallas culturales que nos toca hoy presenciar, en ocasiones tendemos a olvidarlo y a poner nuestra confianza en nuestras propias fuerzas, habilidades y recursos. Caemos de esa forma en una especie de naturalismo "católico", es decir, somos tentados con el pensamiento de que bastan nuestras propias fuerzas, nuestra habilidad con las ideas, con los libros, con la palabra, para hacer frente con éxito al tsunami de liberalismo devenido ya en nihilismo relativista o relativismo nihilista. Y no hay peor error que creer que sin Dios es posible la victoria.

Por el contrario, cultivar con seriedad una vida de oración es INDISPENSABLE para el éxito del apostolado que estemos realizando, sea este un apostolado de la caridad, de la prensa, de las conversiones individuales, de la arena política, cultural, etc. En todo apostolado realmente católico el motor ha de ser siempre la oración, la unión con Dios y la vida sacramental. No hay otro camino.

Jn: 15,5   Ego sum vitis, vos palmites: qui manet in me, et ego in eo, hic fert fructum multum, quia sine me nihil potestis facere.

Lo ha dicho Él y no hay razón para creer que dicha sentencia admita excepciones.

Leonardo Rodríguez


jueves, 14 de septiembre de 2017

La tentación del cansancio

¡Qué cómodo sería dejarse llevar! Esa sensación en extremos agradable  y relajante que se tiene cuando nos tumbamos a placer sobre las aguas del mar o de una piscina y permitimos que el movimiento del agua nos lleve de un lado a otro, sin oponer resistencia, como dormidos... como muertos.

Muchas veces hemos sentido la tentación del cansancio en medio de la resistencia cultural que nos ha correspondido vivir en los tiempos que corren (o que corroen, ya no se sabe).  Ganas de abandonar las trincheras y unirnos jubilosos a las caravanas 'divinizadas' de hombres y mujeres 'democráticos' que parecen disfrutar tanto de los frutos del 'progreso indefinido' prometido por sus abuelos revolucionarios. En verdad que vistos desde lejos parecen vivir en un éxtasis continuo provocado por el gozo de su 'libertad' plena, 'omnipotente', 'divina'.

Se ve a diario en las noticias, en las calles, en las escuelas, en las universidades, en los parlamentos, por todos lados; brilla espléndido el triunfo del hombre que se ha hecho consciente de su 'poderío', de su 'madurez' racional. Sus discursos altivos lo revelan, su desprecio hacia Dios le garantiza (eso cree) su 'status' de divinidad. La persecución contra los creyentes que aún quedan le confirma lo ilimitado de su dominio. Las leyes que a diario aprueba le dicen claramente que él es el 'rey'.

Ya no hay dioses en el cielo, ni cielo siquiera. Se ha establecido el paraíso en la tierra y si aún no tiene la apariencia de tal es solo cuestión de tiempo, algunos detalles acabarán por ubicarse en su puesto correcto de forma inevitable. Así lo establece la 'ley' del progreso indefinido. Y de paso ahí está EEUU como garante de que así será.   

En medio de tal euforia triunfal del hombre 'divino', ¿qué sentido tiene continuar batallando contra lo que al parecer es ya inevitable? ¿Para qué seguir oponiendo resistencia a un movimiento imparable, irresistible? ¿Sirve de algo?

Esta pregunta debe hacérsela de manera personal cada uno de nosotros. De su respuesta depende el sentido que demos a este empeño.

De parte nuestra la respuesta es clara, ¿que si sirve de algo? ¡Sí! Sirve de testimonio, y hay épocas donde el valor de un testimonio es inestimable. Fácil sería unirse a los aparentemente vencedores (y digo aparentemente porque siendo Dios el señor del tiempo y de la historia, en últimas toda victoria le pertenece), pero nadie ha dicho que lo fácil sea siempre lo correcto. Más bien sucede al contrario, lo correcto suele costar, su conquista suele ser sufrida, alcanzarlo viene acompañado casi siempre de golpes, caídas y derrotas... aparentes.

Y no es solo gusto por llevar la contraria, como adolescentes. No. Es más bien una pasión por la verdad, que no es otra cosa que la realidad en cuanto alcanzada por el intelecto humano o recibida por divina revelación. En ambos casos la consecuencia es la misma: necesidad imperiosa de ser fiel. Y no es una necesidad impuesta, externa, superficial. Es más bien un vínculo fuerte con nuestro más íntimo núcleo personal, un llamado que nos define y nos condiciona. Es verdaderamente una condición existencial que hemos asumido.

¿Tentación de cansancio? ¡Sí! Y pedimos a Dios a diario nos libre de ella o nos de fuerza para resistirla. Dios es fiel y escucha nuestra oración.

Las generaciones venideras seguramente agradecerán a quienes hoy resistimos y custodiamos un bien que gracias a ello les pudo ser transmitido fielmente. En sus rostros plenos de gratitud alcanzamos a ver desde aquí la justificación de nuestra batalla. En sus rostros y en la sonrisa de Dios.


Leonardo Rodríguez


martes, 12 de septiembre de 2017

Las cuatro notas de la verdadera iglesia de Cristo, la Iglesia católica.

¿Cómo mostrar fácilmente que la iglesia católica es la única y verdadera iglesia de Cristo? En realidad no es fácil, pues requiere de un cierto estudio de los temas de la apologética. Pero tampoco es tarea imposible. Por ejemplo, uno de los modos tradicionales para hablar de este tema con los miembros de las sectas protestantes es la enumeración y explicación de las cuatro (4) notas o características esenciales que debe tener la iglesia de Cristo. Para luego mostrar cómo esas cuatro notas solo la iglesia católica las tiene.

¿Cuáles son esas notas? Son las siguientes: la iglesia que sea la verdadera iglesia de Cristo debe ser UNA, SANTA, CATÓLICA Y APOSTÓLICA.


UNA:

Evidentemente la iglesia de Cristo debe ser una sola, puesto que si fueran dos o tres enseñarían cosas distintas y contradictorias. Y de esa forma alguna estaría equivocada puesto que dos cosas contrarias no pueden ser ciertas al mismo tiempo.

Además debe ser UNA en el sentido de tener UNIDAD, sus miembros deben profesar todos la misma doctrina, obedecer a las mismas autoridades, estar unidos en el modo de orar y en la forma de rendir culto.

En efecto no podría ser verdaderamente UNA si sus miembros creyeran cosas distintas los unos de los otros, o hubieran muchas autoridades o modos de oración y de culto distinto.


SANTA:

La verdadera iglesia de Cristo debe ser santa porque está llamada a santificar a los hombres. Lo cual no significa que todos sus miembros deban ser santos efectivamente, puesto que los hombres son libres y no todos guardan la fidelidad a sus compromisos. Pero sí es cierto que la iglesia debe ser capaz en todos momento de santificar a los hombres y de dar ejemplos reales y concretos de santidad entre sus miembros.


CATÓLICA:

En griego la palabra universal se dice "católica", y la verdadera iglesia de Cristo debe ser universal puesto que está llamada a llevar el mensaje de Cristo a los hombres y mujeres de todos los tiempos y de todos los lugares. No es posible que sea  iglesia de Cristo una agrupación que está limitada a un país o a alguna época específica.


APOSTÓLICA:

La verdadera iglesia de Cristo debe ser apostólica, es decir, debe descender directamente de los apóstoles, que fueron las columnas sobre las cuales Cristo instituyó su iglesia. Una iglesia que no tenga vínculo de sucesión con los apóstoles porque apareció 1500, 1600, 1700, 1800, 1900 o 2000 años después de la muerte de los apóstoles ES ABSOLUTAMENTE IMPOSIBLE QUE SEA LA IGLESIA DE CRISTO.

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Esas son las cuatro notas de la iglesia. Y a poco que se reflexione es muy fácil demostrar que SOLO LA IGLESIA CATÓLICA CUMPLE CABALMENTE CON ESAS CUATRO NOTAS.

Solo la iglesia católica es una, una fe, un bautismo, un credo, una liturgia, un papa en unión con sus obispos y presbíteros, sin cambios a lo largo de los siglos. Las sectas protestantes se han multiplicado al infinito con el paso del tiempo y cada día aparecen más y más sectas de garaje que se proclaman absurdamente ser la iglesia de Dios.

Solo la iglesia católica es santa, porque santo es su fundador, santos sus sacramentos, su liturgia, su doctrina y su moral. La prueba está en las innumerables vidas de santos que ha tenido a lo largo de los siglos, bastaría revisar la biografía de un san Francisco de Asís o una santa Teresa de Jesús.

Solo la iglesia católica es universal, ha atravesado todas las épocas y ha llevado su evangelización a todos los lugares del mundo. Las sectas protestantes son de ayer y están limitadas a ciertos países.

Solo la iglesia católica es apostólica, en efecto solo ella puede demostrar históricamente que desciende de forma directa de los apóstoles, mediante el rito de imposición de manos y la consiguiente transmisión de la autoridad y el sacerdocio. Transmisión que ha sido ininterrumpida en veinte siglos.

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La anterior es una revisión rápida del tema, pero el lector puede perfectamente dedicarle un tiempo a reflexionar sobre cada nota e ir viendo cómo efectivamente a las sectas protestantes les faltan esas notas esenciales y por tanto no pueden ni de lejos proclamarse iglesias cristianas.

Es un ejercicio interesante ir repasando una por una y ver la manera en que cada una de ellas se cumple en el catolicismo y falta en el protestantismo sectario.


Leonardo Rodríguez


sábado, 2 de septiembre de 2017

¿Funcionan las pruebas de la existencia de Dios?

En un nivel especulativo las pruebas clásicas de la existencia de Dios, por ejemplo las famosas cinco vías de Tomás de Aquino, funcionan a la perfeción, aun teniendo en cuenta los ataques de Hume y de Kant a los presupuestos filosóficos elementales de dichas pruebas, a saber, la doctrina de la causalidad, su validez global y trascendental. Dichos ataques han recibido cumplida respuesta de los intelectuales católicos de distintas épocas, contemporáneos incluidos, y no se pueden considerar hoy un obstáculo a la validez de dichas argumentaciones. A no ser que se desconozcan, como suele ocurrir, las respuestas que se han dado desde el campo católico a los epígonos de Hume y de Kant.

También cabe mencionar aquí el cientismo o cientificismo, entendido como doctrina pseudofilosófica según la cual solo las ciencias del tipo de la biología, la química y la física, alcanzan conocimientos verdaderos; o peor aún, que solo lo alcanzado en esas ciencias puede ser considerado verdadero. Este 'cientismo' ha sido puesto también por muchos como un obstáculo a la legitimidad de las pruebas de la existencia de Dios, en tanto que estas son de naturaleza filosófica, más especialmente metafísica, y en cuanto tales se alejarían del paradigma del "método científico", quedando por lo tanto vacías de toda significación para o contacto con el mundo real.

Este prejuicio cientista también ha recibido respuesta de parte de la intelectualidad católica, basta ver los escritos de un Edward Feser, por ejemplo, para ver de qué manera desde la filosofía clásica es posible desnudar las falencias del cientismo, haciendo ver cómo sus invectivas contra la "metafísica" no son en el fondo sino resultado de una pésima filosofía de la ciencia y una aún más pésima metafísica general.

De tal manera que, volviendo a la pregunta que encabeza este artículo, no se trata de que las pruebas de la existencia de Dios no funcionen, sino que más bien hay que decir que requieren un trabajo previo de "purificación", asumir la tarea de responder a las dificultades surgidas de los planteamientos de Hume y Kant en el terreno de la causalidad, y asumir igualmente la tarea de desnudar los prejuicios cientistas. 

Pero aún eso no es todo. Hecho lo anterior hay que comprometerse con un estudio juicioso de las bases filosóficas que hacen posible la comprensión de los argumentos implicados en la demostración como tal, puesto que la argumentación que concluye en la existencia de Dios es tal que se construye a modo de edificio con unos pisos apoyándose en los inmediatamente anteriores, y faltando estos todo se vendría abajo. De igual manera faltando la comprensión de los presupuestos de la demostración, la fuerza misma de la conclusión se vería comprometida y se estaría en la tentación de terminar creyendo que finalmente las pruebas no funcionan.

Por eso decimos aquí que se requiere un trabajo juicioso, tiempo y disciplina de lectura, reflexión y análisis. Solo así es posible llegar con seguridad a concluir que "por tanto... Dios existe".

Si muchos se quedan en el camino o llegan a una conclusión distinta, no es por falta de validez en los argumentos, sino o porque no lograron resolver con eficacia las objeciones contra la causalidad o aquellas provenientes del cientismo; o porque no asumieron el compromiso de realizar el camino completo, exigente y arduo, requerido para llegar a puerto.

Los humanos somos amigos de las soluciones rápidas, y muchas veces al no existir un camino fácil preferimos desistir o afirmar que no hay camino, ni puerto. Y culpamos de ello a los argumentos mismos, cuando en verdad nunca nos acercamos a ellos con la seriedad que reclaman. Las verdades filosóficas solo se abren para aquellos que saben esperar.

De manera que si estamos interesados en la demostración de la existencia de Dios, seamos conscientes de lo exigente que es, no busquemos soluciones rápidas, asumamos el reto. La recompensa es grande, la más grande.


Leonardo Rodríguez.


jueves, 31 de agosto de 2017

Érase una vez la educación...

Hubo un  tiempo en que se creía que la razón de ser de la educación era propender por la formación integral de las personas, es decir, se creía que educar no era ni sola ni principalmente un proceso de transmisión de conocimientos técnicos y especializados de las distintas ramas del saber (matemática, biología, literatura, geografía, ciencias sociales, etc.), sino que era ante todo un proceso encaminado a la formación de la persona en todas sus dimensiones, cognitiva, volitiva y emocional. Y lo anterior se conseguía principalmente por medio de la asimilación de comportamientos virtuosos que consolidaban en el carácter una armazón conductual que le garantizaba a la persona, en la medida en que ello es posible, una vida buena, útil socialmente, plena y de aspiraciones trascendentes.

Pero todo esto ya ha quedado muy atrás...

Hoy lo que vemos a nuestro alrededor como tendencia educativa cada vez más omnipresente es la implantación de un modelo "educativo" según el cual, en últimas, lo que importaría sería capacitar al educando en una serie de habilidades básicas de tipo académico (competencia numérica y competencia lectora y de escritura), con el fin de prepararlo directamente para exámenes en esas áreas que le garantizarían el ingreso a la educación universitaria, donde podrá escoger una profesión y estudiarla para luego ejercerla y de esa forma "garantizar su futuro".

Y no estamos diciendo aquí que los aspectos netamente académicos se descuidaban en el modelo clásico de la educación (entendiendo por tal el implantado en instituciones de origen y orientación católica), ya que como es fácilmente comprobable, dichas instituciones siempre sobresalieron por su nivel académico entre todas las existentes en cada país. Pero sí que ponían las cosas en su orden correcto y daban a lo académico el peso que le correspondía, para dar cabida a lo que consideraban lo esencial: la formación de la persona en la virtud.

¿Cuál es el resultado de que esto se haya dejado atrás? Creo que el resultado salta a la vista. Actualmente es cierto que las personas que egresan de los colegios y de las universidades tienen unos conocimientos notables (aunque no siempre) en las distintas ciencias y disciplinas que existen hoy, pero al mismo tiempo egresan con muchas falencias a nivel humano, a nivel humanista, es decir, precisamente el nivel que los antiguos consideraban el más importante. Y es que ciertamente a fin de cuentas poco importa si eres un gran conocedor de la química si al mismo tiempo como persona eres un problema para ti mismo y para quienes te rodean.

Un reflejo aún más dramático de esto que estamos diciendo es la corrupción brutal que ha copado la clase política de nuestros países. Los políticos parecen personas respetables hasta el momento en que se les hacen públicas sus corrupciones, excesos y deshonestidades. Esta corrupción se da en ellos al lado de muchos pergaminos académicos, muchos de ellos se han educado en las más prestigiosas universidades del mundo y exhiben títulos envidiables. Y aún con todo eso a nivel humano se quedaron analfabetas, y con el tiempo dicho analfabetismo se traduce en corrupción de mil tipos distintos.

Por lo tanto una cosa es la formación académica y otra distinta la formación humanista. Antes las dos iban de la mano, se les consideraba igualmente valiosas, con preferencia del lado humanista del procesos educativo. Incluso no era raro ver padres de familia que decían: prefiero un hijo honesto, aunque no saque las mejores notas en biología. Hoy estamos en un estado de cosas tal que no tarda en llegar el día en que muchos padres de familia reconozcan sin ruborizarse que prefieren un hijo adelantado en matemática que uno preocupado por "moralismos". Su 'instinto' de padres les dice que hoy vale más un 'vivo' que un 'mojigato'.

En ese orden de ideas no es extraño que a nuestro alrededor cada vez más se instale triunfante ese nuevo modelo educativo que reduce la educación a una especie de periodo de tiempo donde se les capacita en habilidades 'para el mundo laboral', al paso que la formación humana, en principios y virtudes, la formación humanista, etc., queda relegada al olvido. Un olvido que luego se traduce en tragedias individuales y sociales como resultado de la perversión de las costumbres.

A quienes de una u otra forma estamos en contacto con niños y adolescentes, nos cabe la responsabilidad de pugnar por que las ideas clásicas de la educación como proceso integral, no pierdan vigencia y permanezcan presentes iluminando la labor que con ellos se lleva a cabo. Porque me parece a mí que cuando esa luz se haya apagado por completo, no habrá forma (humana) de enderezar las familias y la sociedad, y lo que resultará será un caos tal de principios éticos que la convivencia será imposible y el Estado despótico será el único camino para controlar el hormiguero de voluntades desbocadas por la borrachera de los caprichos individuales.

¡Dios nos guarde!

Leonardo Rodríguez


miércoles, 30 de agosto de 2017

Oración y formación

La actual batalla cultural que se libra ante nuestros ojos requiere de ambas cosas: orar y estudiar. Siempre ha sido así, por lo menos dentro del catolicismo, que ha sido siempre amigo y aliado de la vida de la inteligencia.

Y es que en la actualidad ser católico es un riesgo por partida doble. De un lado está el hecho mismo, terrible y sublime, de tener que afrontar la tarea de la salvación personal. Tarea nada fácil, ni ahora, ni antes ni nunca, donde se lucha contra los tres enemigos que enumera el catecismo: el demonio, el mundo y la carne. Llevar adelante la lucha contra ese oscuro tridente es ya en sí mismo todo un proyecto de vida. Pero resulta que hoy además de ello el católico debe hacer frente a un ambiente cultural agresivo, hostil y perseguidor. Ambiente en el cual triunfan ideas radicalmente contrarias a la antropología católica en lo cultural, lo político, lo social y hasta lo económico. Entonces resulta que el católico debe llevar adelante la ya ardua tarea de su salvación en medio de una atmósfera ideológicamente putrefacta, por decir lo menos. Y ello es lo que hace que hoy ser católico sea un riesgo por partida doble.

Por ello mismo es que se requiere hoy quizá más que nunca que el católico sea consciente de la necesidad en que está de recurrir a esas dos armas que los buenos católicos de todos los tiempos han usado tan bien: la oración y la formación.

La oración es la elevación del alma hacia Dios para alabarlo, pedirle perdón por nuestras ingratitudes y socorro en nuestras necesidades. Es conversar con Dios como con un padre al que se recurre con amor y confianza porque se descansa en Él, se le ama y se espera de Él amor, protección y esperanza. De Dios viene todo bien, es la fuente de todo y es por tanto la causa de todo. Nada podemos sin Él, ni siquiera existiríamos a cada momento si no fuéramos a cada momento sostenidos en la existencia por su infinito poder y amor. Pensar en emprender la tarea de la salvación propia o de la lucha en la batalla cultural de nuestro tiempo sin su ayuda es un error fatal, sería como querer pelear desarmados, puesto que la fuerza y la victoria proceden de Él. 

Eso por un lado. Pero por otro resulta que Dios, como dicen los filósofos, gusta de actuar por medio de causas segundas, es decir, tiene instrumentos para intervenir a favor de sus criaturas, y uno de esos instrumentos evidentemente somos nosotros mismos, con nuestras capacidades y defectos. O en otras palabras, no responde al orden querido por Dios el sentarnos a esperar que a cada momento Dios intervenga milagrosamente en la historia humana, sino que debemos hacer uso de nuestras propias capacidades, que son don de Dios, para hacer nuestra parte y pelear nuestras propias peleas. Solo Dios salva, pero salva al que se esfuerza.

Ahora bien, la capacidad intelectual, la inteligencia, la razón, es, como todo, un don de Dios, y puede y debe servir como canal de la acción de Dios en el mundo, ¿cómo? Siendo fiel al ser, siendo fiel a lo real, al orden natural de las cosas, al orden de la creación. Eso significa no alterar lo real, no hacer intervenir el capricho personal o ideológico en la captación de las exigencia de lo real. En una palabra: no pretender fabricar lo real, sino reflejarlo con humildad.

Y en un mundo que ha perdido la noción de lo real, cambiándolo por el capricho individual o de masas, la tarea de la inteligencia ha de ser el permanecer fiel a esa voz de la realidad, conocerla, estudiarla y difundir una sana comprensión de las cosas.

De ahí la importancia de la formación. Hay que hacer nuestra parte y no pretender que Dios por nuestra oración esté obligado a intervenir a cada instante solucionando los líos que nosotros mismos provocamos. 

Pongamos un ejemplo: pensemos en una pequeña población a la que de repente un buen día comienzan a visitar "misioneros" de una secta protestante con la intención de hacer abandonar a todos la iglesia católica y unirse a ellos. ¿Conviene que los católicos de allí recen a Dios pidiendo libre a su comunidad de la influencia de aquella gente? ¡Claro que sí! ¿Pero solo eso? ¡Claro que no! Mal harían aquellas buenas gentes si solo se limitaran a pedir a Dios que los libre de las sectas, olvidando la obligación que tienen de estudiar la doctrina y hacer frente con argumentos sólidos a las falacias propagadas por los sectarios. Y no es que Dios no pueda protegerlos o no quiera hacerlo, lo que pasa es que Dios espera que hagamos nuestra parte usando los talentos que Él mismo nos ha dado. Entonces lo correcto sería que aquellos católicos rezaran a Dios, y al mismo tiempo iniciaran grupos de estudio para preparar a las personas para los ataques sectarios de los "misioneros" protestantes. Ahí sí Dios bendeciría aquél esfuerzo y seguramente alcanzarían la victoria sobre la tentación de apostasía.

Algo semejante ocurre hoy. La batalla cultural que actualmente se desarrolla es agresiva y luciferina en su raíz. Ante ella hay que oponer la fuerza de la oración, sí, pero también se le deben oponer cabezas formadas en las buenas ideas, en los principios filosóficos correctos, mentes capaces de argumentar, de desnudar las falacias de los ideólogos, de los charlatanes. Personas conocedoras de su fe, de la doctrina católica, y dispuestos a dar la batalla cultural. 

Oración y formación, los dos elementos indisociables de la batalla actual. El que no se sienta preparado para involucrarse en la batalla cultural que colabore rezando por los que sí. Y los que sientan la vocación de dar la pelea en el terreno de las ideas que lo hagan, apoyados siempre en una sólida vida de oración. Nunca lo uno sin lo otro, sino lo uno con lo otro y la protección de Dios se hará sentir.


Leonardo Rodríguez


sábado, 12 de agosto de 2017

Filosofía en el bachillerato

Hace solo unas pocas décadas, por lo menos en Colombia, se daba a los estudiantes de bachillerato una formación en filosofía que era de una notable solidez, si juzgamos a partir de los textos que usaban y que aún es posible encontrar en los mercados de libros 'viejos'. Esto comenzó a cambiar y hoy nos encontramos ante un panorama lamentable.

Ante todo hay que decir que la educación no se trata, como creen hoy nuestros flamantes 'políticos', de generar 'competencias' en lectoescritura, comprensión textual y matemática. Todo eso forma parte del proceso educativo, pero este va mucho más allá hasta abarcar la formación de una nueva persona, la formación de la personalidad. De esto ya hablamos hace poco y no vamos a repetirnos, hoy quisiéramos referirnos al rol de la filosofía en la formación de dicha personalidad del alumno.

La filosofía fue durante mucho tiempo la disciplina encargada de poner a pensar a los estudiantes, de ejercitar su sentido crítico y reflexivo, de llevarlos por la senda de la maduración del juicio. Y como esto se hacía comúnmente bajo la tutela de la iglesia a través de sus congregaciones religiosas con carisma educativo, como los jesuitas, dominicos y lasallistas, el proceso se conducía bajo la guía del tomismo, aunque muchas veces se tratara de un tomismo un tanto diluído, como es fácil de comprobar al ojear algunos textos a que hemos tenido acceso.

La formación en filosofía enfocada de esa forma daba a los bachilleres herramientas de juicio suficientes para manejarse con cierta soltura a través de los ires y venires de la vida que recién estaban comenzando; podían emitir juicios sobre las realidades más importantes: Dios, el hombre, el alma, la ética, etc.

Sin embargo todo esto comenzó a cambiar y poco a poco fue eliminada la filosofía tomista de los manuales escolares, reemplazándola por meras síntesis históricas que daban al estudiante una impresión de eclecticismo, como de autoservicio del pensamiento en que podía entrar y servirse lo que más le gustara. 

A día de hoy incluso esa perspectiva meramente histórica se deja de lado y se reemplaza por una materia gaseosa, superficial y en el fondo inútil. Ya los estudiantes no tienen acceso a esa formación que solo la filosofía podía dar (con perdón de las demás materias). ¿Y entonces a dónde van a buscar los adolescentes los criterios para los juicios que deben emitir y las decisiones que deben tomar? En los medios de comunicación, en los artistas de moda, en la opinión pública, en la 'farándula', o peor aún... en los "youtubers".

No es de extrañar entonces que los 'ismos' como el materialismo, el hedonismo, el nihilismo y el relativismo se hayan enseñoreado de las almas de los jóvenes y sea hoy tarea sumamente complicada educarlos convenientemente o por lo menos guiarlos con algo de acierto en medio de la selva social que deben enfrentar.

Y lo curioso de todo esto es que cuando a los adolescentes de hoy se les pone delante de esa herencia de pensamiento filosófico que ya no les es ofrecida en ninguna parte, se interesan, interrogan, preguntan, muestran deseo de recibir más de eso. Es algo que he tenido la oportunidad de vivir. La naturaleza no muere del todo y dado que la inteligencia está hecha para la verdad es normal que cuando se le pone delante de ella reacciones con ansia y gozo.

Bien harían los padres de familia en estar al tanto de la estructura de la materia de filosofía que reciben sus hijos. Pero dado que también los padres fueron educados en ese vacío fundamental, es de suponer que no les interesará el tema.

Rescatar lo que ha sido abandonado, transmitir lo que ha sido construido por nuestros mayores, he ahí un bello ideal.


Leonardo Rodríguez

jueves, 10 de agosto de 2017

Disculpas

Consciente de que hace poco más de un mes que no recibe actualizaciones este blog, ofrezco disculpas. A veces las ocupaciones no dejan el tiempo suficiente para dedicarlo a esta bonita tarea. Ojalá pudiera pasar más tiempo por estos lares, pero Dios irá diciendo. Por ahora prometo publicar pronto. Gracias por la paciencia.

viernes, 7 de julio de 2017

Un pésimo argumento contra el catolicismo

A la iglesia se le puede atacar de muchas maneras, tantas cuantas tesis teológicas y principios filosóficos componen su doctrina y su cosmovisión. Asimismo se puede argumentar contra sus enseñanzas morales en la medida en que se desprenden igualmente de principios metafísicos y antropológicos sujetos a crítica racional.

Por otra parte también pueden los oponentes del catolicismo recurrir a la historia y tratar de ver si el catolicismo ha sido perjudicial para la humanidad o si ha aportado elementos valiosos y positivos al ser humano y a la sociedad.

Todas estas formas han sido utilizadas por los anticatólicos de todos los tiempos y de todas las latitudes, y sus argumentaciones han sido cumplidamente respondidas por los católicos, pues nunca han faltado en la iglesia mentes lúcidas capaces de salir en defensa del honor de su madre ofendida. 

Cada época ha renovado los ataques y en cada época la iglesia ha ido asistiendo impávida al funeral de sus enemigos.

Ahora bien, de entre todas las formas posibles de atacar a la iglesia hay una que es particularmente mediocre, aquella que consiste en señalar los malos ejemplos morales de católicos que incumplen con sus deberes de tales.

Hoy son casi pan de cada día los escándalos morales de miembros del clero, desde los curas homosexuales, pederastas o con familia y una doble vida, pasando por los que se ven envueltos en líos de dinero y corrupción económica en general. De estos casos echan mano los anticatólicos para publicarlos con gran aspaviento y concluir que el catolicismo es dañino para la sociedad. Cada vez que algún miembro del clero es sorprendido en alguna conducta inmoral, los enemigos de siempre se lanzan sobre el caso como verdaderas aves de rapiña, con perdón de las aves, y casi con placer pregonan triunfantes la supuesta 'maldad' de la iglesia.

Varias cosas pasan por alto estos personajes:

1) Que malos miembros hay en todas las instituciones, miembros que incumplen los principios de dicha institución y van en contravía de sus enseñanzas. Según esto habría que condenar a todas las instituciones habidas y por haber.

2) Que precisamente los miembros que se alejan del catolicismo en su conducta NO LO REPRESENTAN, es obvio. Y si no lo representan, ¿cómo es que son usados para criticar al catolicismo?

3)  Que así como hay personajes inmorales dentro de la iglesia también hay santos, bastaría con tomar cualquier libro de vidas de santos para conocer un poco de la vida maravillosa que han llevado miles y miles de mujeres, niños, adultos, y ancianos. ¿Por qué se ignoran esos casos y se exaltan los malos? La respuesta es clara: hay una intención de hacer daño, más allá de un interés por la objetividad.

4) Que por este camino la mayoría de las veces lo que dejan claro es su incapacidad para argumentar contra el catolicismo de una forma más elevada. Por lo general el anticatólico culto no recurre a esas estratagemas "argumentativas", sino que se enfoca en aspectos de hondo calado teológico o filosófico. Pero ese es un camino para pocos, pues requiere estudio y disciplina.


En fin...

La mediocridad hoy se posesiona hasta de la forma de atacar al catolicismo. Ante los anticatólicos de hoy uno siente casi que nostalgia por los de ayer, tenían más nivel.


Leonardo Rodríguez


jueves, 6 de julio de 2017

Los tolerantes

La tolerancia es una de esas palabras que arrastran tras de sí un prestigio tan grande, que poco importa que no se sepa su significado, pues basta con el impacto emocional que provoca para garantizar el éxito de todo discurso que apele a ella para ganar adeptos. Y por otro lado basta también con acusar a nuestro contrincante de 'intolerante' para, sin necesidad de argumentar, asegurar nuestra victoria por medio del recurso a las pasiones del auditorio.

Así las cosas la 'tolerancia' viene a ser algo así como un diploma de racionalidad, de madurez, de sentido común y modernidad. Todo aquél que se proclame tolerante será visto de inmediato con buenos ojos y ganará aceptación y audiencia. Y por el contrario, todo aquél que deba cargar sobre sus espaldas con la acusación de intolerancia, deberá resignarse al aislamiento social, a la burla, al insulto, al desprecio y al ostracismo. Tal es la fuerza de la carga emocional que algunas palabras tienen hoy día.

Pero, ¿qué es la tolerancia? Para los modernos la tolerancia es la virtud suprema, la suprema garantía de cordura, madurez y racionalidad. Sin ella el hombre es poco menos que una bestia irracional, fanático, potencial psicópata y antisocial, merecedor del rechazo y la condena social. 

No obstante en este asunto como en otros hemos sufrido sin percatarnos de un proceso de desplazamiento semántico, es decir, un proceso de metamorfosis del significado de una palabra, de tal manera que, dejando la palabra materialmente igual, su sentido ha sido transformado para significar lo que nunca significó.

Porque lo cierto es que la tolerancia no es ni mucho menos una virtud, algo bueno y que mejore o produzca de alguna manera un crecimiento del valor de una persona. Lo anterior porque la tolerancia es la permisión de un mal en vista de la conservación de un bien. Esto sucede cada vez que la eliminación de un mal podría producir al mismo tiempo la eliminación de un bien o su disminución considerable. Como cuando en el evangelio Jesús hablaba del dueño de la cosecha que manda dejar crecer la maleza junto con las plantas buenas, no vaya a ser que al arrancar la maleza se arranquen también algunas buenas yerbas. De manera que se reconoce que la maleza es algo malo, un mal, pero al mismo tiempo se permite que exista no en consideración a ella misma, sino en consideración y por el bienestar de las buenas semillas.

Eso es la tolerancia, no una virtud, sino un mecanismo de protección de un bien que no se quiere lastimar. En este orden de cosas el mal se reconoce como tal, las sociedades saben lo que está mal y lo condenan, PERO lo dejan subsistir en aquellos casos en los que eliminarlo afectaría un bien.

Un ejemplo sencillo de esto eran las antiguas 'casas de tolerancia' que las autoridades permitían instalarse a las afueras de los pueblos. Eran burdeles. Eran evidentemente un mal moral, y así eran vistas y reconocidas. Pero la autoridad no las reprimía sino que las regulaba y las ubicaba en un sitio específico. Obrando así a causa de que su total prohibición provocaría que dicha actividad se comenzara a realizar en la clandestinidad, lo que impediría que las autoridades mantuvieran el control.

Pero todo esto NADA tiene que ver con la tolerancia de los TOLERANTES modernos. La tolerancia moderna pretende que se llame bien al mal y mal al bien, pretende una COMPLETA TRANSFORMACIÓN DE LOS PRINCIPIOS Y DE LOS VALORES DE LA CULTURA OCCIDENTAL.

De manera que ya no se trata para los modernos de soportar un MAL con vista en la protección de un bien, sino de PROMOCIONAR, ALENTAR, FELICITAR, ANIMAR, PROTEGER, etc, conductas que son objetivamente males, obligando a todos a aceptar que el MAL no existe, y que lo importante es la glorificación de la 'libertad' individual.

Por ejemplo la conducta homosexual. Siempre han habido homosexuales, y se les toleraba, no se les perseguía a muerte ni mucho menos, AUNQUE SE RECONOCÍA QUE LA CONDUCTA HOMOSEXUAL ERA INTRÍNSECAMENTE MALA. Pero en vista de la conservación de la paz social y de la posibilidad de que dichas personas cambiaran su estilo de vida con el tiempo, SE LES TOLERABA.

Hoy los tolerantes han cambiado todo y le piden a la sociedad no solo la aceptación, en vista de algún bien, de la homosexualidad, sino que se pide, se exige y se lucha en todas partes por que la conducta homosexual sea vista como una entre tantas, todas igualmente aceptables, valiosas, buenas, etc.

La tolerancia moderna quiere llamar bien al mal y mal al bien.

Y digo que quiere llamar mal al bien porque en su afán de metamorfosis de los valores llegan al extremo de pedir (está sucediendo ya en muchas partes del mundo) la condenación de la doctrina católica por considerarla 'intolerante' y fuente de intolerancia. De manera que el bien quieren llamar mal y al mal bien. 

Por eso la tolerancia moderna de la que tanto nos hablan ya nada tiene que ver con el sentido original de la palabra tolerancia, esta ha sido secuestrada por un particular movimiento ideológico que busca la transformación de la sociedad en el paraíso del nihilismo relativista y hedonista.

Somos tolerantes en el sentido clásico del término. Pero imposible serlo en el sentido moderno, porque ello implica el abandono del orden real de las cosas, donde lo que es bueno es llamado bueno y lo que es malo, malo.

Y por si fuera poco, estos amigos de la moderna tolerancia desatan una persecución desmedida contra sus críticos, contra los defensores de la familia, de la vida, de la fe, etc. Pues paradójicamente los defensores de la 'tolerancia' terminan convirtiéndose en los más intolerantes de todos, no soportan ni el más mínimo atisbo de contradicción a sus ideas y planes sobre la sociedad. 

Por lo tanto tolerantes sí, pero tolerantes clásicos. 


Leonardo Rodríguez


martes, 4 de julio de 2017

El indiferentismo como mal de la inteligencia

Al hombre moderno lo aquejan varios males, espirituales y materiales. Los materiales son los más visibles (guerras, hambre, muerte, enfermedad, pobreza, y un largo etcétera), pero a pesar de ser los más visibles no son los más graves, si tenemos en cuenta que el espíritu es más valioso ontológicamente hablando que la carne.

Los más graves, en una mirada católica de la vida, son los males espirituales. Y digo que en una mirada católica de la vida porque en verdad solo la espiritualidad y la cosmovisión católica de la vida enseña al hombre que lo material es pasajero, que este mundo que tanto nos fascina acaba pronto con la muerte y atrás quedarán todas las vanidades por las que suspirábamos tontamente.

De manera que no es que lo material sea malo, como dirían los maniqueos de todo tiempo, sino que es pasajero y engañoso, y la verdadera tarea del hombre es el cultivo de su alma, medio único con el cual asegurar la verdadera salud del hombre.

Desde esta perspectiva los errores del espíritu cobran una importancia tremenda, porque se convierten en los errores más dañinos y más destructivos. Y dado que eso que llamamos espíritu viene siendo a fin de cuentas el conjunto de vida formado por la inteligencia y la voluntad, en su tendencia hacia la verdad y el bien respectivamente; los errores del espíritu vienen a ser las enfermedades que puedan aquejar a la inteligencia, es decir errores. Y las enfermedades que puedan aquejar a la voluntad, es decir vicios.

Ahora bien, errores que pueden afectar a la inteligencia hay por miles, dado que todo juicio errado acerca de la realidad es de cierta forma un mal de la inteligencia que está hecha para la comprensión de lo real. Como por ejemplo si alguien se equivocara al enunciar la capital de Alemania o la fórmula química del agua. Lo que pasa es que este tipo de errores, con todo y ser errores, no son tan graves que digamos ya que sus consecuencias son pequeñas y además son fácilmente reparables, se puede salir de ese error con solo repasar nuevamente la lección y estar un poco más atento a la próxima.

Pero hay algunos errores que podríamos llamar genéricos, que ya no se refieren a alguna verdad particular, sino que dan nacimiento a toda una cascada de errores que afectan a la vida del hombre, podríamos enumerar algunos como ejemplo: nominalismo, hedonismo, relativismo, escepticismo, agnosticismo, etc.

Pues bien, entre esos errores genéricos que afectan ya no a una verdad particular y nos hacen equivocarnos acerca de dicha verdad, sino que afectan a toda la visión del hombre sobre lo real, hay uno del que poco se habla actualmente: el indiferentismo.

El indiferentismo es fruto del relativismo, es como su consecuencia natural. Al igual que el relativismo también el indiferentismo nace de una debilidad de la inteligencia, que llega a ser incapaz de captar la verdad de las cosas, la realidad, y se hace entonces incapaz de poner cada cosa en su lugar. El indiferentismo es la actitud de aquellos a quienes todo les da lo mismo, todo les parece de igual valor, toda opinión les parece valiosa, toda iglesia les parece igual de aceptable, toda creencia es para ellos igualmente buena.

Se dice entonces que miran estas cosas con 'indiferencia', es decir, no diferencian entre opiniones, iglesias, credos religiosos, posturas, corrientes, idearios, etc. Ya que todo lo meten en un mismo saco y juzgan ser todo igualmente bueno, valioso y aceptable.

A primera vista parece una actitud madura y prudente. Ya que dado que nos equivocamos tan fácilmente pareciera que lo mejor es mantener una actitud de reserva y no comprometernos con ninguna postura por sobre las demás, quedando así a salvo de equivocaciones. El punto es que se trata de una moneda de dos caras, como toda moneda, y si por un lado evitan errores, también terminan evitando aciertos. En otras palabras, el indiferente o indiferentista se aleja del error con su actitud de no pronunciarse sobre nada con firmeza, pero al mismo tiempo se aleja de la verdad, que es la vida de la inteligencia.

El indiferentismo tiene varias fuentes o causas. Por un lado a nivel filosófico proviene de una mala comprensión de lo que es la inteligencia humana. Por lo general hay detrás un empirismo radical que no reconoce la especificidad de la inteligencia y la identifican con la actividad de los sentidos y en últimas del cerebro. Y por este camino se borra de su paisaje mental toda concepción de la inteligencia como facultad de conocimiento, quedando el individuo reducido a su actividad sensorial y cerebral en procura de la adaptación al medio y la supervivencia.

Por ese camino reduccionista y materialista está claro que no queda lugar para debates acerca de la verdad de esta o aquella doctrina religiosa, moral, teológica o filosófica. Todo eso quedará dejado al libre arbitrio de cada quien, al parecer individual, al capricho de cada persona o, en últimas, a lo que el gobierno permita o prohíba con sus leyes.

Por el lado de la voluntad hay también una debilidad a la hora de seguir el verdadero bien humano. Son voluntades doblegadas por los vicios, en especial vicios de la carne. Y una personalidad esclava de los vicios se hace ciega para la comprensión de las verdades abstractas, que son precisamente las de la ética, la filosofía, la teología, la religión, etc. De manera que entonces también por ese lado la persona pierde interés por esos debates y acaba tomando el camino fácil: todo vale lo mismo, todo da lo mismo.

Ese es el indiferentismo, una enfermedad de la inteligencia, fruto del relativismo y de los vicios.

Es uno de los males del hombre actual, produce un cierto cansancio de la inteligencia. Llega uno a encontrar personas tan atrapadas ya por el indiferentismo que la misma idea de sostener una conversación sobre temas 'polémicos' les aburre, les deja indiferentes. Están dedicados a 'vivir la vida', y los debates 'vacíos' se los dejan a los que se quieran interesar en esas cosas, ellos tienen cosas más 'importantes' que hacer.

¿Cuál es el antídoto contra el indiferentismo? El amor por la verdad, el estudio de las sanas doctrinas, la defensa de la inteligencia.

Si no tomamos esto en serio tarde o temprano, por cansancio o por contagio, podríamos terminar también nosotros haciendo parte de la masa de indiferentistas.


Leonardo Rodríguez