viernes, 30 de diciembre de 2016

Receso de fin de año

Estimados lectores de "Itinerarium mentis":

Está por acabar este 2016, en menos de 48 horas el calendario marcará la llegada de un nuevo año. Quisiéramos agradecer su compañía durante este año que termina y desearles a todos ustedes un feliz y santo año 2017.

Este año que termina hemos visto crecer notablemente el número de visitantes del blog, lo que nos ha animado a mantener un ritmo constante de publicaciones, propias y ajenas, con el deseo de que cada vez sean más los que conozcan el gran tesoro que se encuentra en el pensamiento clásico tomista.

También son muchos los retos culturales a los que seguramente estaremos enfrentados en el 2017: la ideología de género avanza con paso victorioso en las legislaciones de todos los países; el ateísmo es ya una realidad de masas; el relativismo se ha convertido en la estructura mental del hombre contemporáneo; el nihilismo anima desde la base todo este movimiento; el hedonismo le da una apariencia amable a la actual decadencia; y podríamos aún añadir un largo y lamentable etcétera.

Ante semejante panorama tan desolador no queda de otra que redoblar nuestros esfuerzos, en la oración y la acción, la oración pues toda victoria viene de arriba, y la acción porque no hay victoria gratuita, hay que merecerla en el campo de batalla.

Esperamos que el 2017 vuestro blog "Itinerarium" continúe difundiendo las buenas ideas, los buenos libros, el tomismo. Confiados en la Divina Providencia, en el patronazgo de santo Tomás de Aquino y en la maternal bendición de la Virgen María, trono de la sabiduría.

Dios bendiga a todos los que nos honran con sus visitas.

¡Feliz y santo 2017 para todos!


Leonardo Rodríguez


(Pdta: con el favor de Dios estaremos de regreso la segunda semana de enero).

Los actos de la voluntad (Jesús García López)


Aclarada de un modo general la noción de voluntario, debemos pasar ahora a considerar los distintos actos de la voluntad, pues en el orden racional de los mismos consiste la moralidad. Los actos de la voluntad tienen siempre por objeto al bien, pues el mal en sí mismo nunca es querido. Pero el bien se divide adecuadamente en fin (bien honesto y bien deleitable) y medios (bien útil). Luego de los actos de la voluntad, unos tendrán por objeto al fin y otros a los medios.

Pues bien, los actos de la voluntad que tienen por objeto al fin son tres: la simple volición, la intención y la fruición. La simple volición se refiere al fin en sí mismo, independientemente de su presencia o de su ausencia; la intención tiende al fin en tanto que ausente, y la fruición se adhiere al fin en tanto que poseído o presente. Veamos más despacio cada uno de ellos.

a) La simple volición Ante todo digamos que se la llama así porque es el acto primero y por consiguiente más simple de la voluntad. Con la palabra volición se designa cualquier acto de la voluntad, como con la palabra intelección, cualquier acto del intelecto; pero cuando se trata del acto primero de la voluntad, al que no precede ningún otro en su mismo orden, es decir, dentro del orden de lo voluntario, y que por consiguiente carece de toda complejidad, parece perfectamente fundado que se le llame simple volición.

El objeto de la simple volición es el fin en sí mismo y en tanto que tal. Porque los medios no pueden ser queridos más que en orden al fin, y, por consiguiente, son secundariamente queridos. Pero la simple volición es el acto primero de la voluntad. Por lo demás, la simple volición también tiene sus causas (no dentro del orden de lo voluntario, pero sí fuera de ese orden), pues la voluntad humana no es una causa incausada.

Esas causas son de dos tipos: unas que mueven en el orden de la especificación y otras que lo hacen en el orden del ejercicio. En el orden de la especificación, la simple volición es causada por el entendimiento, que es el que presenta a la voluntad el bien y el fin, y también por el apetito sensitivo en tanto que presentado asimismo por el entendimiento. En el orden del ejercicio la simple volición es causada, de manera no enteramente eficaz, por el apetito sensitivo en cuanto refluye en la voluntad por el hecho de estar radicado en el mismo sujeto que ella, y de manera eficaz, pero respetando la libertad, por la moción de Dios, que es la causa primera incausada de cualquier causa segunda.

b) La fruición Proviene de la palabra latina fruitio, que a su vez deriva de fructus. Por eso, así como el fruto es lo último y lo más perfecto o completo en una actividad, así también la fruición es lo último y lo más completo en los actos de la voluntad. La fruición, como ya hemos dicho, se refiere al fin, no a los medios, y en tanto que está presente o es poseído. Comporta esencialmente el descanso y la complacencia en el fin. La fruición puede ser perfecta e imperfecta, y esto en un triple aspecto: — En relación con el sujeto. — En relación con el objeto. — En referencia al modo de posesión.

Así, en el primer aspecto, el descanso y complacencia del apetito intelectual es la fruición perfecta, mientras que el descanso y complacencia del apetito sensitivo es la fruición imperfecta, como también es imperfecto lo voluntario que se funda en el conocimiento sensitivo del fin. En relación con el objeto, es perfecta la fruición que se refiere al último fin absoluto (felicidad), mientras que es imperfecta la que se refiere a un fin último relativo o en un determinado orden.

Finalmente, por respecto al modo de alcanzar el fin, es perfecta la fruición que entraña una posesión real y acabada del fin, mientras que es imperfecta la que sólo comporta una posesión intencional o en esperanza fundada.

c) La intención El nombre de intención procede de la palabra latina intentio, y ésta, a su vez, de in y tendere. Por una parte, pues, significa tendencia o impulso, y, por otra, cierta distancia y relación entre el principio del impulso y el término de él. La intención se aplica en primer lugar al orden psicológico, y de manera traslaticia al orden metafísico. Dentro del orden psicológico, la intención se aplica más propiamente al orden apetitivo que al cognoscitivo. De todos modos, es frecuente en el lenguaje de Santo Tomás, llamar intención al acto del entendimiento y también al objeto de dicho acto.

Pero aquí tomamos la intención en su sentido más propio y entonces designa el acto de la voluntad que tiene por objeto al fin en tanto que ausente, pero también en tanto que alcanzable por tales o tales medios. Como quiera que la intención entraña un impulso de la voluntad, pero también una dirección al fin a través de los medios, por eso es un acto de la voluntad y del entendimiento a la vez; de la voluntad, de manera principal y ejecutiva, y del entendimiento (y precisamente del entendimiento práctico), de manera pre-supositiva y directiva. Por lo demás, la intención no es solamente del fin último, sino también de los fines intermedios.

En efecto, la intención entraña una distancia entre los medios y el fin, y en esa distancia se intercalan de hecho los fines intermedios. Esto, no obstante, la intención del fin último es más perfecta, pues entraña un mayor impulso y un orden mayor de los medios al fin.

d) El consejo y el consentimiento Después de haber considerado los actos de la voluntad que tienen por objeto al fin, pasamos a la consideración de aquellos otros que tienen por objeto a los medios. Estos son tres: el consentimiento, la elección y el uso activo, a los cuales hay que añadir el consejo y el imperio, que, aunque son actos del entendimiento, están en íntima relación con los actos correspondientes de la voluntad.

De la intención del fin hay que pasar a la elección de los medios y a la ulterior ejecución de los mismos; mas para ello es preciso llevar a cabo antes el consejo y el consentimiento. El consejo (del latín consilium, y éste de consulo, pensar, deliberar) es un acto del entendimiento en orden a la voluntad. Concretamente se trata de una cierta deliberación o inquisición llevada a cabo por la razón práctica acerca de los medios más aptos para conseguir el fin intentado. El consejo, propiamente hablando, no entraña solamente la deliberación o inquisición, sino también la sentencia o conclusión de dicha deliberación. Y versa sobre los medios que son hacederos o practicables por el sujeto que delibera; no sobre los que están fuera de su alcance o son imposibles para él. Además, se refiere principalmente a los asuntos importantes y poco frecuentes; no a los de poca monta y muy trillados.

La facultad que lleva a cabo esa deliberación y esa sentencia es el entendimiento humano, pero no en cuanto intuitivo, sino en cuanto discursivo, y no en cuanto especulativo, sino en cuanto práctico. Tras del consejo viene el consentimiento. Consentir (del latín cum-sentire) significa adherirse a lo que otro siente o sentencia.

Así, el consentimiento es el acto de la voluntad por el que ésta se adhiere a lo propuesto o sentenciado por la razón práctica mediante el acto del consejo. Es acto propio de la voluntad que presupone, empero, un acto del entendimiento. Por lo demás, el consentimiento, lo mismo que el consejo, versa sobre los medios, nunca sobre el fin como tal, y sobre los medios agibles o posibles para el que consiente. Pero con esta particularidad: que versa sobre la bondad positiva y absoluta de los medios propuestos por el consejo; no sobre la mayor o menor conveniencia o utilidad de cada uno de ellos. En esto precisamente se distingue el consentimiento de la elección, de la que nos ocuparemos luego.

La elección se refiere a los medios comparativamente considerados, a su mayor o menor utilidad, mientras que el consentimiento se refiere a los medios absolutamente tomados, a la bondad que cada uno tiene en sí. Por eso se necesitan también dos tipos de consejo: uno absoluto, que valora lo bueno que cada medio tiene de suyo con respecto al fin, y que termina con el consentimiento, y otro comparativo, que valora la mayor o menor conveniencia de cada medio respecto de los otros y con vistas también al fin, y que termina en la elección.

e) La elección Viene del latín eligere y éste de e y legere (coger de entre varios, escoger). Significa, pues, el acto de preferir a uno entre varios, y concretamente el acto de escoger uno de los varios medios que se presentan como aptos para alcanzar un fin. Esencialmente es un acto de la voluntad, pero presupone otro acto del entendimiento.

El acto del entendimiento, o mejor, de la razón práctica, que aquí se presupone es el consejo comparativo: la discreción o discernimiento en que aparece un medio como mejor o más apto que los otros medios, que también se consideran, para alcanzar el fin intentado. Pero la elección es algo más que esta mera comparación de los medios, pues entraña la aceptación del medio que se considera mejor aquí y ahora, atendidas todas las circunstancias; y como ese medio (lo mismo que cualquier otro) es un bien, y el bien es objeto de la voluntad, el acto de adherirse a él es un acto de la voluntad; la elección es un acto de la voluntad. Por lo demás, en la elección es donde radica propiamente la libertad psicológica o el libre albedrío humano.

Casi no es necesario repetir aquí la misma idea apuntada respecto del consejo y del consentimiento, es decir, que el objeto de la elección son los medios en cuanto tales y nunca el fin en cuanto fin. Si alguna vez un fin fuera objeto de elección, ya no se consideraría como fin, sino como medio en orden a otro fin ulterior.

f) El imperio y el uso activo La elección consiste en la aceptación del último juicio práctico del entendimiento en el que termina el consejo comparativo; pero esto es todavía insuficiente para la acción: el medio elegido tiene aún que ser ejecutado. Esta ejecución o es realizada por la voluntad misma o por cualquier otra facultad humana movida por la voluntad. 

Al acto de la voluntad que ejecuta o que mueve a la ejecución se le llama uso activo, y al movimiento de las otras facultades impulsadas por la voluntad, uso pasivo. Aquí vamos a considerar solamente el uso activo. Pues bien, éste requiere otro acto del entendimiento que se llama imperio (del latín in y parare, disponer u ordenar eficazmente, imponer orden). El imperio no se debe confundir con el consejo comparativo ni con el último juicio práctico en que éste termina; porque ese consejo y ese juicio práctico presentan el medio elegido como aceptable y preferible, pero el imperio lo presenta como aplicable y ejecutable. 

Entre la elección y la ejecución media un intervalo que puede ser largo, y con frecuencia surgen dificultades nuevas que es preciso afrontar. El imperio interviene aquí para mantener firme la resolución tomada y salir al paso de los nuevos obstáculos.

El imperio es un acto de la razón que presupone otro acto de la voluntad. Porque el imperio entraña dos cosas: una ordenación o dirección y un impulso; lo primero corresponde al entendimiento, y lo segundo, a la voluntad. Sin embargo, lo que constituye esencialmente el imperio es la dirección de la razón; el impulso es algo anterior y presupuesto. El imperio es obra de la razón práctica, y no en su uso inmediato y como intuitivo, que es la sindéresis o hábito de los primeros principios prácticos, sino en su uso mediato y discursivo. En realidad, el imperio es el juicio práctico que termina o concluye un razonamiento práctico más o menos largo.

El uso activo de la voluntad consiste en la aplicación efectiva o ejecución del medio elegido e imperado en orden a la consecución del fin que se intenta. La palabra uso parece provenir de la griega chresis (uso), y ésta de cheir (mano). La mano, en efecto, es como el instrumento de todos los instrumentos y la que ejecuta casi todas nuestras acciones externas. De aquí viene el sentido primario del uso, que luego se aplica a las facultades internas y especialmente a la voluntad que mueve, en el orden del ejercicio, a todas las facultades humanas, tanto internas como externas.

El uso activo es la actividad humana en su sentido más propio y pleno; es la verdadera praxis humana. Porque los actos de nuestra voluntad que tienen por objeto al fin como fin nos vienen impuestos por la naturaleza más que puestos por nosotros, y por eso pertenecen a la voluntad considerada como naturaleza; mientras que los actos que tienen por objeto a los medios como medios están más en nuestro poder y pertenecen a la voluntad como libre.

Y de estos actos, el consentimiento se ordena a la elección, y la elección, al uso activo. En éste, pues, es donde culmina el acto humano en cuanto humano o propio del hombre, es decir, en cuanto el hombre es dueño de sí como agente libre. Por lo demás, al uso activo de la voluntad corresponde el uso pasivo de las demás potencias humanas, bien internas, como el entendimiento, los sentidos internos y el apetito sensitivo, bien externas, como los sentidos externos y la facultad locomotiva.


Todas estas facultades reciben el impulso de la voluntad, al que obedecen, y participan así de la voluntariedad del acto voluntario propiamente dicho. Es decir, que los actos de dichas potencias llegan a ser voluntarios por participación; y esto es lo que permite dividir los actos voluntarios en elícitos (realizados por la misma voluntad) e imperados (realizados por las otras facultades bajo el influjo de la voluntad).


(Tomado de "Tomás de Aquino, maestro del orden")

jueves, 29 de diciembre de 2016

El orden moral (Jesús García López)


El orden moral es el orden de lo voluntario. Por eso Tomás de Aquino asigna a la Filosofía Moral el estudio del orden que la razón introduce, al considerarlo, en los actos de la voluntad. Veamos, primero, en qué consiste lo voluntario y después veremos el orden al que deben sujetarse los actos de la voluntad. Según Santo Tomás, voluntario es lo que procede de un principio intrínseco con conocimiento del fin (I-II, q. 6, a. 1).

La procedencia de un principio intrínseco es como el elemento genérico de esa definición, mientras que el conocimiento del fin es como el elemento específico de la misma. Por esta razón, lo voluntario se opone, tanto a lo violento y lo artificial como a lo natural no viviente y a lo viviente no cognoscitivo, según la siguiente escala: lo que se opone genéricamente a lo voluntario es lo que procede de un principio extrínseco, y puede ser contranatural (violento) o preternatural (artificial), y lo que se opone específicamente a lo voluntario es lo que se realiza sin conocimiento del fin, y puede ser simplemente natural (no viviente), o viviente no cognoscitivo (vegetativo).

Por su parte, el conocimiento del fin puede realizarse de dos modos: uno perfecto, cuando se conoce el fin como fin o en su razón formal del fin, lo que sólo es posible en el conocimiento intelectual; otro imperfecto, cuando se conoce algo que es fin, pero sin conocer su razón formal de fin, lo que ocurre en el conocimiento sensitivo. De aquí que lo voluntario se divida en perfecto o propiamente dicho, que tiene a su base un conocimiento intelectual del fin, e imperfecto o impropiamente dicho, que se apoya en un conocimiento sensitivo de aquello que es fin, pero sin alcanzar el fin como tal. Por último, lo voluntario puede ser directo e indirecto. Se llama voluntario directo a lo que procede positivamente de la voluntad (un acto positivo de ella), y voluntario indirecto a lo que no procede positivamente de la voluntad, pero le es imputable (la omisión voluntaria de un acto).

Por su parte, lo involuntario que es lo contrario de lo voluntario, puede deberse a una de estas cuatro causas: violencia, miedo, concupiscencia e ignorancia. La violencia procede de un principio extrínseco sin cooperación alguna de lo violentado, sino con resistencia y oposición por parte de éste. La violencia no puede afectar a los actos elícitos de la voluntad, sino sólo a los actos imperados (se llaman actos elícitos de la voluntad a los que realiza ella misma, y actos imperados a los que realiza cualquier otra facultad en tanto que movida por aquélla). El miedo no quita enteramente la voluntariedad, sino que produce un acto mixto de voluntario e involuntario. Santo Tomás lo considera como una violencia condicionada.

La violencia —escribe— es doble: una que engendra necesidad absoluta y que es llamada por Aristóteles violencia sin más (...); otra que produce necesidad condicionada y que es llamada por el mismo autor violencia mixta (...). Y como ésta se produce por el hecho de que se teme algún peligro inminente, por eso dicha fuerza es lo mismo que el miedo, que coacciona de algún modo a la voluntad. (III, Sup., q. 47, a. 1)


La concupiscencia, es decir, la pasión del apetito sensitivo respecto del bien sensible, no causa de suyo lo involuntario, sino que más bien aumenta la voluntariedad. Sin embargo, a veces, una pasión vehemente puede impedir el uso de la razón y, por consiguiente, privar del conocimiento del fin, y entonces la concupiscencia causa la involuntariedad. Finalmente, la ignorancia, cuando es antecedente al acto de la voluntad e invencible, causa lo involuntario precisamente por falta de conocimiento del fin; cuando es concomitante al acto de la voluntad, causa asimismo lo involuntario por la misma razón, pero cuando es consiguiente a dicho acto, como es una ignorancia querida, no causa lo involuntario, sino que es un signo de voluntariedad.

(Tomado de "Tomás de Aquino, maestro del orden")

martes, 27 de diciembre de 2016

(21-40) 150 razones por las que soy católico (Dave Armstrong - traducción de Luís Fernando Pérez)

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21. Muchos Protestantes tienen una visión muy limitada de la historia cristiana en general, especialmente de los años 313 (la conversión de Constantino) a 1517 (el arribo de Martín Lutero). Esta ignorancia y hostilidad hacia la Tradición Católica conduce al relativismo teológico, al anti catolicismo y a un constante e innecesario proceso de “reinventar la historia.”

22. Desde su nacimiento, el Protestantismo era anticatólico y aún lo es hoy día (especialmente el evangelicalismo). Obviamente esto no está bien y tampoco es bíblico si el Catolicismo en efecto es cristiano (porque si no lo es –lógicamente- tampoco lo es el Protestantismo que heredó del Catolicismo el volumen de su teología). La Iglesia Católica, por otro lado, no es anti protestante.

23. La Iglesia Católica acepta la autoridad de los grandes Concilios Ecuménicos (ver, por ejemplo, Hechos 15) que definieron y desarrollaron la doctrina cristiana (mucho de lo que el Protestantismo también acepta).

24. La mayoría de los Protestantes no tienen obispos, un oficio cristiano que es bíblico (1 Tim 3:1-2) y que ha existido desde el principio de la historia y Tradición cristiana.

25. El Protestantismo no tiene forma alguna de resolver asuntos doctrinales en carácter definitivo. Lo mejor que pueden hacer es que el Protestante individual haga cuentas de cuántos eruditos Protestantes, comentadores, etc., toman ésta o aquélla postura con relación a la doctrina X, Y o Z. Entre ellos no existe ninguna tradición Protestante unificada.

26. El Protestantismo apareció en 1517, en la historia del Cristianismo es algo tardío, por tanto, no puede ser ninguna “restauración del Cristianismo “puro” y “primitivo” ya que esto es excluido por el hecho de que es absurdamente tardío en su aparición. El Cristianismo debe tener una continuidad histórica o, de otra forma, no es Cristianismo. El Protestantismo, hablando histórica y doctrinalmente, es un “parásito” del Catolicismo.

27. La idea Protestante de “la iglesia invisible” es también una novedad en la historia del Cristianismo y ajena a la Biblia (Mt 5:14; 16:18), por tanto, esta idea es falsa.

28. Cuando los teólogos Protestantes se refieren al Cristianismo primitivo (como cuando refutan a las “sectas”), ellos dicen “la Iglesia enseñó que...” (Ya que en ese entonces estaba unificada), pero cuando se refieren al tiempo presente, ellos instintivamente e inconsistentemente evitan tal terminología puesto que la autoridad universal para enseñar la doctrina reside sólo en la Iglesia Católica.

29. La norma Protestante de interpretación privada ha creado un medio social en donde, por lo regular, “sectas” centradas en el ser humano como los Testigos de Jehová, Mormones y Ciencia Cristiana han aparecido. La mismísima idea de que uno puede “empezar” una iglesia es desde su centro una idea Protestante.

30. La carencia una autoridad definitiva de enseñanza cristiana (como el Magisterio de la Iglesia Católica) en el Protestantismo hace que muchos Protestantes individuales piensen que tienen una “línea de comunicación abierta” con Dios sin importarles toda la Tradición e historia cristiana de la exégesis bíblica (una mentalidad de “la Biblia, el Espíritu Santo y yo”). Tal tipo de gente es, teológicamente, mal educada, incapaz de aprender, les falta humildad y no tienen motivo alguno para hacer presuntas declaraciones “infalibles” sobre la naturaleza del Cristianismo.

31. Las “técnicas” de evangelización” del evangelicalismo son frecuentemente maniobras y manipulaciones; verdaderamente no son estas “técnicas” derivadas de la Biblia. Algunas, hasta cierto grado, parecen lavados de cerebro.

32. El evangelio predicado por muchos evangélicos y ministros Protestantes es uno que está mutilado y abreviado; es individualista placentero al oído. Es, en efecto, una simple “seguro contra el fuego” más bien que el Evangelio bíblico proclamado por los Apóstoles.

33. El evangelicalismo frecuentemente separa el profundo y transformador arrepentimiento y discipulado radical de su mensaje del Evangelio.

34. La ausencia en el Protestantismo de la idea del sometimiento a la autoridad espiritual se ha estado infiltrando al campo cívico, donde las ideas de “libertad”, “derechos” y “opciones” personales ahora predominan hasta cierto grado que se ha desatendido la obligación cívica, vida comunitaria y disciplina con una trágica negligencia para el daño de una sociedad saludable.

35. El Catolicismo mantiene el sentido de lo sagrado, lo sublime, lo santo y hermoso en la espiritualidad. Se han preservado las ideas de altar y “espacios sagrados”. Muchas iglesias Protestantes no son más que edificios estructurados como “salas de reuniones”, “gimnasios” o “graneros”. La mayoría de los hogares Protestantes están más estéticamente formados que sus propias iglesias. De la misma manera, los Protestantes son frecuentemente “adictos a la mediocridad” en su valoración al arte, música, arquitectura, drama, imaginación, etc.

36. El Protestantismo ha descuidado grandemente el lugar de la liturgia en el culto de adoración (con claras excepciones en el Anglicanismo y Luteranismo). Esta es la forma que los cristianos han adorado a través de los siglos y, por tanto, no puede ser fácilmente ignorado.

37. El Protestantismo tiende en oponer materia y espíritu, favoreciendo a éste último: sobre esto, es de alguna forma gnóstico o docético.

38. El Catolicismo mantiene el principio de la Encarnación, donde Jesús toma carne y eleva a la carne y materia a nuevos horizontes espirituales.

39. El Protestantismo limita grandemente, o no cree, en el sacramentalismo, que es, simplemente, la extensión del principio de la Encarnación y la creencia de que la materia puede transmitir la gracia. Algunas sectas (como los Bautistas y muchos Pentecostales) rechazan todos los sacramentos.


40. La excesiva desconfianza de los Protestantes respecto a la carne (“carnalidad”) frecuentemente conduce a (en el evangelicalismo o fundamentalismos) a un absurdo legalismo (prohibición de bailes, bebidas, naipes, música "rock", etc).

(1-20) 150 razones por las que soy católico (Dave Armstrong - traducción de Luís Fernando Pérez)


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1. La Mejor: Estoy convencido de que la Iglesia Católica se adhiere mucho más íntimamente a toda la información bíblica, ofrece el único panorama coherente de la historia del Cristianismo (como la Tradición Cristiana y Apostólica) y que posee la más profunda y sublime moralidad, espiritualidad, ética social y filosofía cristiana.

2. Razón alternativa: Soy católico porque sinceramente creo que, por virtud de tanta evidencia acumulativa, el Catolicismo es verdadero, y que la Iglesia Católica es la
Iglesia visible que Jesús divinamente estableció, en la cual ni los poderes del infierno podrán prevalecer (Mt 16:18), por tanto, posee una autoridad a la cual, como obligación cristiana, debo someterme.

3. Segunda alternativa: Abandoné el Protestantismo porque estaba seriamente defectuoso en su interpretación de la Biblia (como “sola fe” y muchas otras doctrinas “católicas” –ver evidencias más abajo), inconsistentemente selectivo en sus varias ideas de Tradiciones católicas (como el Canon de la Biblia); era inadecuado en su eclesiología, le faltaba un panorama sensible de historia cristiana (como “Sola Escritura”), su relatividad moral (como en la contracepción, divorcio), y antibíblicamente cismático, anarquista y relativista. No creo que el Protestantismo sea tan malo sino que estos son algunos de los defectos principales que eventualmente vi como algo fatal a la “teoría” del Protestantismo, comparándolo con el Catolicismo. Todo católico debe considerar como cristianos a todos los protestantes bautizados, nicenos y calcedonios.

4. El Catolicismo no está formalmente dividido ni es sectario (Jn 17:20-23; Rom 16:17; 1 Cor 1:10-13).

5. La unidad Católica hace que el Cristianismo y Jesús sean creíbles para el mundo (Jn 17:23).

6. A causa de su visión completamente cristiana y sobrenatural, el Catolicismo mitiga la secularización y el humanismo.

7. El Catolicismo evita el individualismo anti bíblico que debilita a la comunidad cristiana (ver 1 Cor 12:25-26).

8. El Catolicismo evita el relativismo teológico por medio de la certitud dogmática y la centralidad del papado.

9. El Catolicismo evita la anarquía eclesiástica –uno simplemente no puede brincarse de una denominación a otra cuando se lleva a cabo alguna medida disciplinaria o censura.

10. El Catolicismo formalmente (aunque, tristemente, no siempre en la práctica) previene el relativismo teológico que conduce a las incertidumbres de los laicos dentro del sistema Protestante.

11. El Catolicismo rechaza “La Iglesia de Estado”, lo que ha conducido a que los gobiernos dominen el Cristianismo en lugar de que sea al revés.

12. Las Iglesias de Estado Protestantes influyeron grandemente el inicio del nacionalismo lo que vino a mitigar la igualdad universal y el universalismo cristiano
(como el Catolicismo).

13. El Cristianismo católico unido (antes del siglo 16) no había sido invadido por las trágicas guerras religiosas las que a su vez condujeron a la “Iluminación” en donde el hombre rechazaba la hipocresía de las guerras que se daban dentro del Cristianismo y decidieron en ser indiferentes a la religión en vez de que la permitieran guiar sus vidas.

14. El Catolicismo mantiene los elementos del misterio (religioso), lo sobrenatural y sagrado que hay en el Cristianismo; por tanto, se opone a sí mismo al secularismo donde el campo de lo religioso en la vida de todos es grandemente limitado.

15. El individualismo Protestante condujo a que el Cristianismo fuera algo privado. A causa de ello el Cristianismo es respetado muy poco tanto en la vida social como política dejando el “campo público” vacío de la influencia cristiana.

16. La falsa dicotomía secular “iglesia contra el mundo” ha conducido a ortodoxos cristianos, en todas partes, a alejarse del campo político, dejando un vacío que se llena de gente pagana, cínica, sin escrúpulos y sedienta de poder. El Catolicismo ofrece un enmarque para dirigirse con responsabilidad cívica al estado.

17. El Protestantismo se inclina demasiado a tradiciones de hombres (cada denominación proviene de la visión de un fundador. Tan pronto como dos o más de éstos se contradicen entre sí, el error se hace necesariamente presente).

18. Las iglesias Protestantes, especialmente evangélicas, son frecuentemente culpables de colocar muy alto a sus pastores. En efecto, cada pastor se convierte en un “papa” en hasta ciertos grados (algunos son “súper papas”). A causa de esto, las congregaciones evangélicas experimentan muy frecuentemente una crisis o separación cuando el pastor se aleja de allí lo que prueba que la filosofía de ellos está centrada en el hombre en lugar de estar centrada en Dios.

19. Dado a una falta de verdadera autoridad y de una estructura dogmática, el Protestantismo está trágicamente vulnerable al espíritu de los tiempos y a lo que está de moda en cuestiones morales.


20. El Catolicismo retiene la sucesión apostólica, que es necesaria para conocer cuál es la verdadera Tradición apostólica cristiana. La sucesión apostólica era el criterio para conocer la verdad cristiana que fue usada por los primeros cristianos.


lunes, 26 de diciembre de 2016

Las definiciones y las demostraciones (Jesús García López)

Las definiciones y las demostraciones

Para elaborar correctamente una ciencia se precisa atender, ya a las definiciones, en lo que concierne a los elementos primarios del saber, que son las nociones, ya a las demostraciones, en lo que añade a la explicación o fundamentación de los enunciados que constituyen propiamente el contenido de la ciencia.

Por las definiciones, como decimos, se perfilan y aclaran las nociones de que toda ciencia se sirve, y en este punto también cree Santo Tomás necesario recurrir a las causas. Una definición completa es la que se hace por las cuatro causas, siempre que sea posible, y así la definición completa de un cuerpo natural, pongamos por caso, deberá recoger sus causas extrínsecas: el agente y el fin, y sus causas intrínsecas: la materia y la forma. Pero esto no ocurre con una figura geométrica, por poner otro ejemplo, en la cual no se pueden señalar, porque no los tiene, ni el agente, ni el fin, ni la materia; aquí sólo cuenta la forma y las propiedades que de ella dimanan. De una manera general Santo Tomás piensa que las definiciones de la Física o de la Ciencia Natural deben hacerse por las cuatro causas; las definiciones de la Ontología deben hacerse por la causa eficiente, por la formal y por la final, pero no por la causa material, de la que se prescinde en esa ciencia; las definiciones de la Lógica o la Ciencia Racional deben hacerse atendiendo sólo a la causa formal, y lo mismo ocurre con la Ciencia Matemática; por último, las definiciones de la Ética o de la Ciencia Moral deben hacerse atendiendo sobre todo a la causa final, aunque no sólo a ella.

Por lo demás, las definiciones que se hacen por la causa formal son las más perfectas (dentro de su parcialidad, si es que la cosa definida tiene otras causas y no se atiende a ellas), y la mejor manera de hacer esas definiciones consiste en señalar el género próximo y la diferencia específica.

Después de aclaradas las nociones mediante las definiciones correspondientes, es preciso, para constituir la ciencia, dar razón o fundamentar los enunciados que se forman con esas nociones, y esto se hace mediante las demostraciones. Como se trata de enunciados mediatos, cuya verdad no es por sí misma evidente, es preciso demostrarlos, y la demostración nos hará ver:

• Primero, que las cosas son así (como las propone el enunciado).

• Segundo, por qué son así, señalando la causa o causas correspondientes.

• Tercero, que no pueden ser de otra manera, manifestando su necesidad, ya absoluta, ya relativa.

Hablando de las distintas ciencias Santo Tomás afirma que no todas utilizan todas las causas para sus demostraciones. Así, la Lógica y la Matemática utilizan solamente la causa formal, que tiene vigencia tanto en el orden real como en el orden lógico o racional; la Física  emplea en sus demostraciones a todas las causas: la final, la eficiente, la formal y la material; la Metafísica utiliza sobre todo la causa formal, pero también las causas eficiente y final; por último, la Ética utiliza principalmente la causa final. Como se ve, se repite aquí la misma doctrina defendida para las definiciones. Pero veamos algunos textos del propio Santo Tomás:

Los principios de ciertas ciencias, como la Lógica, la Geometría y la Aritmética, se toman de los solos principios formales de las cosas, de los cuales depende la esencia de la cosa. (Contra Gentes, II, cap. 25)

En los asuntos morales las principales demostraciones se toman del fin. (In V Met., lect. 1, n. 762)

En cuanto esta ciencia [la Metafísica] es considerativa del ente, considera sobre todo la causa formal. Además a esta ciencia en cuanto es considerativa de las primeras sustancias, le corresponde considerar principalmente la causa final, y de algún modo también la causa eficiente. En cambio, la causa material, en sí misma, no es considerada en modo alguno. (In III Met., lect. 4, n. 348)

Por su parte, la Filosofía Natural demuestra por todas las causas. (In I Physic, lect. 1, n. 5)

Pero el señalamiento de las causas no lleva de suyo a enunciados universales y necesarios, que son los propios de las ciencias. Esto se logra con el recurso a los razonamientos inductivos y deductivos, que vamos a estudiar a continuación.

• Por lo que se refiere a la inducción se basa en el principio de que lo que ocurre siempre o la mayor parte de las veces, no puede ocurrir por azar, sino que tiene su razón de ser, su fundamento, en la misma naturaleza de las cosas o en las inclinaciones naturales de éstas. Así, si vemos que el calor aplicado a un cuerpo produce la dilatación de éste, y lo mismo en otros muchos casos que podemos experimentar, sin excepción alguna, de esta acumulación de verdades particulares (este calor dilata este cuerpo, y este otro calor dilata este otro cuerpo, y así un número suficiente de veces), estamos autorizados a concluir que hay algo en la naturaleza misma del calor que produce de suyo la dilatación en cualquier cuerpo, o sea, que hay una relación necesaria (aunque sólo sea con necesidad física o de hecho) entre el calor y la dilatación de los cuerpos. Y entonces es cuando formulamos el enunciado universal de que «el calor (todo calor) dilata los cuerpos (todos los cuerpos)». Este modo de proceder es distinto de la búsqueda concreta de las causas, pero la da por supuesta. Y las ciencias, sobre todo las ciencias naturales, hacen las dos cosas:

a) establecer la existencia de las causas de un hecho dado.

b) generalizar, en caso de que sea posible, a todos los hechos de la misma especie, la relación encontrada entre los efectos y sus causas.


• Pero existe otro modo de demostración más perfecto: el razonamiento deductivo, que se basa en la causalidad formal. Tal es la demostración de la que habla Aristóteles en los Segundos Analíticos y que recoge Santo Tomás. Es el silogismo que consta de premisas verdaderas, primeras, inmediatas, anteriores y más conocidas que la conclusión y causas de ésta (Analyt. Post., I, 2, 71 b 20-23). Tal tipo de demostración está basado: ante todo, en los primeros principios del conocimiento humano, a saber, el de contradicción, el de identidad y el de tercero excluido; en segundo lugar, en la aplicación de dichos principios al razonamiento deductivo y que se concreta así: lo que se afirma de un todo universal se afirma también de todas las partes subjetivas contenidas en él, y lo que se niega de un todo universal se niega también de todas las partes subjetivas contenidas en él, y en tercer lugar, en el conocimiento de una esencia o forma en sí misma, de la que resultan determinadas propiedades o determinados efectos formales. Este tipo de demostración es el único de que se valen la Lógica y la Matemática, pero puede también emplearse en otras ciencias cuando se conoce suficientemente una esencia común a muchos individuos, y se procede, a partir de ella, a deducir sus propiedades.


(Tomado de "Tomás de Aquino, maestro del orden")

sábado, 24 de diciembre de 2016

La era de la "posverdad"

Hace unos días paseándome por Internet en busca de un texto que andaba necesitando, me encontré por casualidad con la palabra “posverdad”. Resulta que el Diccionario Oxford, una especie de enciclopedia muy prestigiosa, la ha escogido como palabra del año, en inglés se escribe: post-truth.

Según los eruditos de Oxford, la expresión ‘post-truth’ hace referencia a una actitud de la generación actual, según la cual ya no importa, ni interesa y probablemente ni siquiera exista (y si existe no importa) la verdad objetiva, es decir, aquella que es tal independientemente de los seres humanos. Sino que todo son solamente gustos y opiniones personales, particulares.

Esta actitud, según Oxford, se habría manifestado este año en eventos políticos tales como la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea o el triunfo de Donald Trump en la presidencia de EEUU. Pues, sin ocultar sus propias inclinaciones políticas, los señores del Diccionario Oxford consideran que dichos resultados se deben en gran parte a que triunfó la desinformación de tipo irracional y emotiva, por sobre la verdad objetiva de cada situación. Pero más allá de estos supuestos ejemplos de “posverdad”, quisiera señalar aquí otros que pertenecen más a la cotidianidad de las personas comunes y corrientes, y que permiten ver que efectivamente estamos en la era “después de la verdad”, es decir, que muchos (casi todos) hoy son ‘posverdadianos’ (y perdón por esa palabra tan fea).

-          Son posverdadianos los que apoyan el aborto diciendo que lo que vale es la libertad de cada uno a decidir, y que no hay normas de moralidad objetivas, sino que cada uno decide lo bueno y lo malo.

-          Son posverdadianos los que apoyan la eutanasia diciendo que lo que vale es la libertad de cada uno a decidir, y que no hay normas de moralidad objetivas, sino que cada uno decide lo bueno y lo malo.

-          Son posverdadianos los que apoyan la ideología de género diciendo que lo que vale es la libertad de cada uno a decidir, y que no hay normas de moralidad objetivas, sino que cada uno decide lo bueno y lo malo.

-          Son  posverdadianos los que apoyan la adopción de niños por parejas homosexuales diciendo que lo que vale es la libertad de cada uno a decidir, y que no hay normas de moralidad objetivas, sino que cada uno decide lo bueno y lo malo.

-          Son posverdadianos los que apoyan el consumo de droga diciendo que lo que vale es la libertad de cada uno a decidir, y que no hay normas de moralidad objetivas, sino que cada uno decide lo bueno y lo malo.

-          Son posverdadianos los que apoyan el mal llamado “matrimonio” homosexual diciendo que lo que vale es la libertad de cada uno a decidir, y que no hay normas de moralidad objetivas, sino que cada uno decide lo bueno y lo malo.

-          Son posverdadianos los que enseñan que la Iglesia no se debe meter en política, porque es, según ellos, una doctrina de tiempos pasados que ya hoy no vale porque va contra la “sagrada” libertad humana.

-          Son posverdadianos los que enseñan que la política debe ser independiente de la moral, porque eso, según ellos, es una doctrina de tiempos pasados que ya hoy no vale porque va contra la “sagrada” libertad humana.

-          Son posverdadianos los que enseñan que la biología no importa, pues cada uno decide a que “género” quiere pertenecer (hoy hombre, mañana mujer, pasado delfín, y así), opinar que la biología importa es, según ellos,  una doctrina de tiempos pasados que ya hoy no vale porque va contra la “sagrada” libertad humana.

-          Son posverdadianos, en fin, todos los que al hablar de temas relacionados con aspectos morales de la conducta humana, te miran y te dicen: nadie tiene la verdad absoluta, por lo tanto esa es tu opinión y la respeto, tú respeta la mía.

Y ¿cuál es el origen de todo esto? ¿Cómo se ha llegado a la era de la ‘posverdad’? creemos que la causa ha sido un largo proceso histórico de olvido del ser de la inteligencia humana, ya que a partir de Descartes, o incluso antes con Ockham, los pensadores distorsionaron el ser de la inteligencia: racionalismo, empirismo, idealismo, etc. Y de una inteligencia distorsionada han salido luego decenas de doctrinas demenciales que ya nada tienen que ver con lo real, sino que más bien han sido creadas para satisfacer el mero orgullo humano.

Lo único que podemos oponer eficazmente a esta era de la ‘posverdad’ es la recuperación íntegra y frontal del patrimonio escolástico sobre el ser de la inteligencia, pensar sobre la inteligencia tal y como pensaron grandes como Tomás de Aquino. No veo otro camino.

Mientras eso pasa, veremos cada día los triunfos estrambóticos de los profetas de la ‘posverdad’.


Leonardo Rodríguez




¡Feliz navidad!

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viernes, 23 de diciembre de 2016

La ciencia (Jesús García López)


Para Tomás de Aquino, lo mismo que para Aristóteles, la ciencia es el conocimiento verdadero y cierto de lo necesario por sus causas. El conocimiento en cuestión es esencialmente intelectual, aunque se sirva del sensitivo o se origine en él. Y debe tratarse de un conocimiento verdadero, porque lo erróneo no forma parte de la ciencia, aunque a veces se mezcle con ella, por las deficiencias y limitaciones a que está sometido el saber humano.

Pero además de ser verdadero, ajustado o acomodado a la realidad, el conocimiento científico debe ser cierto, es decir, seguro y firme en la propia conciencia reflexiva que se tiene de su verdad. Se puede poseer la verdad * sin ser consciente de ella y sobre todo sin estar seguro de poseerla; pero éste no es el caso de la ciencia, que reclama, en el que la posee, la certeza o firmeza reflexivamente consciente de tal posesión. Esa certeza es obvia en los enunciados inmediatamente evidentes, en las verdades patentes de suyo; pero no es así la certeza de la ciencia, pues, ésa es la que compete más bien a los principios de la ciencia. Como tales principios son verdades inmediatas; no necesitan, ni pueden, ser demostrados; se imponen por sí mismos, en su patente verdad. En cambio, las verdades científicas exigen ser demostradas, y pueden serlo, recurriendo, en último término, a aquellas otras verdades evidentes de suyo, a los principios de las ciencias, ya que para que algo pueda ser demostrado es necesario que no se pueda demostrar todo.

La certeza, que es un estado subjetivo de firme adhesión de la mente a un enunciado verdadero, tiene su correlato objetivo, que es la propia verdad, ya inmediatamente vivida, ya reflexivamente demostrada. Pero no basta con ello para que la certeza sea completa; es preciso, además, que la verdad que ella refleja o manifiesta, sea inmutable o necesaria. Uno puede estar cierto, en un momento dado, de una verdad cambiante, contingente, que ahora es verdad, pero no lo era antes o no lo será después, y entonces la susodicha certeza no entraña una firmeza o seguridad completas. Sólo las entrañará cuando la verdad que ella revela sea necesaria, es decir, la misma y de modo permanente en todo tiempo y lugar. De aquí que la ciencia verse sobre lo necesario, o más en concreto, sobre la verdad necesaria.

También se dice que el objeto de la ciencia es universal, pero esto sólo es así cuando la universalidad es la condición de la necesidad. En efecto, cuando se conocen las cosas materiales, que son por su propia índole cambiantes y perecederas, no es posible llegar a la verdad necesaria si no abandonamos la singularidad de dichas cosas y nos atenemos a las esencias de ellas que, por universales, son permanentes. Pero si hay cosas que son necesarias en su misma singularidad, entonces no es preciso que abandonemos dicha singularidad. Así, por ejemplo, puede haber ciencia de Dios, que es singular, porque lo importante para la ciencia es la necesidad; no la universalidad. También cabe tomar el universal en el sentido de universal por causalidad (una causa singular que tiene muchos efectos), y entonces de todo objeto científico cabría reclamar la universalidad.

Por último, la ciencia entraña una explicación o fundamentación de las verdades sobre que versa, y esto se logra recurriendo a las causas. Por eso, conocer científicamente una cosa es conocerla por sus causas. Pero las causas, como ya vimos más atrás, son de cuatro clases, y por eso habrá cuatro tipos de explicaciones o fundamentaciones de las verdades científicas:

a) por la causalidad material, mostrando de qué está hecha una cosa (por ejemplo, el agua está hecha de hidrógeno y oxígeno; ellos son su causa material).

b) por la causalidad eficiente, averiguando cuál es el agente y la acción que producen cierta cosa o cambio (por ejemplo, el calor es la causa eficiente de la dilatación de los cuerpos).

c) por la causalidad final, señalando cuál es el fin a que se ordena una cosa o actividad cualquiera (por ejemplo, la adquisición de sus elementos nutrientes es la causa final de que la planta hunda sus raíces en la tierra).


d) por la causalidad formal, mostrando cómo cierta propiedad de una cosa derivada de otra propiedad anterior o de la esencia misma de ella (por ejemplo, de que el hombre es racional se sigue que es libre: la racionalidad es la causa formal de la libertad).


(Tomado de "Tomás de Aquino, maestro del orden")

jueves, 22 de diciembre de 2016

Los razonamientos (Jesús García López)


Los razonamientos (cuya expresión oral o escrita son los argumentos o discursos) consisten en ciertos conceptos complejos en los que se enlazan varios enunciados, de suerte que de alguno o algunos de ellos, que constituyen lo que se denomina antecedente, se siga otro enunciado que recibe el nombre de consiguiente o conclusión. Por supuesto que esa secuencia no es solamente temporal, sino que es una secuencia lógica, en el sentido de que el antecedente es la razón o fundamento del consiguiente, y éste procede de aquel, cíe manera parecida a como el efecto procede de la causa.

En el razonamiento se buscan dos cosas: que sea verdadero y que sea correcto. Que sea verdadero, es decir, ajustado a la realidad, en tanto que es un instrumento para aumentar nuestro saber, que no se alimenta de errores. Que sea correcto, en cuanto el instrumento en cuestión debe ser eficaz desde el punto de vista lógico o de la buena marcha del discurso. Para cumplir esos dos objetivos se requiere que el antecedente sea verdadero y que sea además verdadero antecedente, y asimismo que el consiguiente sea verdadero y que sea verdadero consiguiente. Para salvar la corrección lógica ha de darse una buena consecuencia, o sea, que un verdadero antecedente sirve de base a un verdadero consiguiente del mismo. Para salvar la verdad se requiere además que el antecedente sea verdadero, adecuado a la realidad, y que también lo sea el consiguiente de un antecedente verdadero.

Con ello queda expresada la ley fundamental de todo razonamiento, a saber, que un antecedente verdadero, que sea verdadero antecedente, lleva siempre a un consiguiente verdadero, si es que es un verdadero consiguiente. Procediendo con corrección lógica, de la verdad siempre resulta la verdad; y no se puede sin más afirmar lo opuesto, o sea, que de la falsedad resulta siempre la falsedad, pues puede ocurrir que por casualidad, manteniendo la corrección lógica, de la falsedad resulte la verdad. La segunda ley del razonamiento es ésta: que el consiguiente sigue siempre la peor parte respecto del antecedente, o sea, que si el antecedente contiene alguna negación, el consiguiente será negativo, y si contiene alguna restricción o particularidad, el consiguiente será particular.


Por lo demás, el razonamiento puede ser deductivo o inductivo. Es deductivo cuando procede de lo universal a lo particular o a lo menos universal (o incluso a lo universal de la misma amplitud), y es inductivo cuando procede de lo particular a lo universal. Pero de estas dos modalidades del razonamiento trataremos después, cuando nos ocupemos de la demostración.


(Tomado de "Tomás de Aquino, maestro del orden")

miércoles, 21 de diciembre de 2016

Los enunciados (Jesús García López)


Los enunciados (cuya expresión oral o escrita son las oraciones enunciativas, también llamadas proposiciones) consisten en ciertos conceptos complejos en los que se unen o separan dos conceptos simples o nociones, mediante la afirmación o la negación. No es lo mismo el enunciado que el juicio enunciativo, aunque a veces se toma al uno por el otro, porque el enunciado es la representación mental producida o formada por el acto de juzgar, mientras que el juicio es la misma operación intelectual que produce o forma el enunciado. (Por lo demás, caben juicios y oraciones que no sean enunciativos, ya que el entendimiento es capaz no sólo de enunciar la verdad, sino también de dirigir las acciones humanas; por lo cual se dan también oraciones vocativas, interrogativas, imperativas, exhortativas y deprecativas, a las que corresponden juicios de todos esos tipos. Pero la verdad de la ciencia, principal objetivo de la lógica, sólo se contiene en los juicios enunciativos y en los enunciados y oraciones enunciativas).

En los enunciados se contienen otras propiedades lógicas, como las que corresponden a determinadas nociones por el hecho de ser sujeto de un enunciado o de ser predicado del mismo. Ciertamente, el ser sujeto o el ser predicado no es algo que corresponda al contenido de ninguna noción real, pero se le añade por el hecho de formar parte de un enunciado, afirmativo o negativo; y lo que se añade en este caso a las nociones reales son otras tantas propiedades lógicas o relaciones de mera razón.

Acabamos de decir que sólo en los enunciados se contiene la verdad de la ciencia. Conviene explicar esto con algún detalle. En todo enunciado, también lo hemos dicho, se da un sujeto del que se afirma o niega algo, y un predicado, que se afirma o niega del sujeto: son las dos nociones que hacen de materia del enunciado; pero se da también la misma afirmación o negación, que es la forma del enunciado, y que unas veces se expresa de forma explícita y atemporal, como cuando decimos «el hombre es racional» y otras de manera implícita y temporal, incorporada entonces al predicado, como cuando decimos «el hombre razona». Pues bien, ¿cómo es posible unir el predicado al sujeto para constituir el enunciado, en este caso afirmativo? Porque las dos nociones son distintas, no sólo en cuanto a sus propiedades lógicas —la una hace de sujeto y la otra de predicado—, sino también, en la inmensa mayoría de los casos, en cuanto a sus propiedades reales (sólo hay una excepción, en los enunciados enteramente tautológicos, como el hombre es hombre).

Por eso, ateniéndonos a las meras nociones enlazadas, por ejemplo, hombre y racional, no podría verificarse esa unión; que es propiamente una identificación. Si lo hacemos, es con vistas a la realidad, o sea, que suponiendo a la realidad representada en el sujeto, afirmamos de ella lo representado en el predicado, es decir, lo que el entendimiento ha conocido de la realidad. Así, la comparación de las dos nociones —sujeto y predicado— se convierte de hecho en la comparación de la realidad con lo que el entendimiento ha captado de ella, y al afirmar su unión (o mejor, su identificación) lo que se hace, es decir, que en la realidad son lo mismo el sujeto y el predicado, o sea, lo representado por el sujeto y lo representado por el predicado. Por eso es en el enunciado donde se da propiamente la verdad, y no sólo se da, sino que además es conocida, ya sea de manera explícita, como cuando decimos es verdad que el hombre es racional, ya de manera implícita, como cuando decimos simplemente el hombre es racional.


Por lo demás, los enunciados científicos, o las proposiciones de la ciencia, aparte de ser verdaderos, tienen que ser asimismo universales y necesarios: universales, porque no valen para un único caso o para un solo individuo de los muchísimos que contiene una especie o un género, sino que vale para todos, y necesarios porque valen siempre y en todas partes, de manera uniforme e invariable.


(Tomado de "Tomás de Aquino, maestro del orden")

martes, 20 de diciembre de 2016

Las nociones (Jesús García López)


Las nociones (cuya expresión oral o escrita son los términos) consisten en ciertos conceptos simples, o representaciones intelectuales de las cosas, a los que no acompaña ninguna afirmación o negación. Si las nociones tienen por objeto alguna esencia o determinación real, serán nociones directas o, como también se las puede llamar, «nociones reales». Pero es evidente que, en cuanto nociones, tienen peculiares, características que no tienen las cosas mismas; representan sí a las esencias reales, pero con ciertas modalidades, a saber, con las que esas esencias adquieren al darse en la mente, como objetos de otras tantas simples aprehensiones intelectuales, y que son distintas de las modalidades que las tales esencias tienen en la realidad. En efecto, las esencias reales se dan en la realidad como concretas y singulares, pero se dan en la mente como abstractas y universales. Pues bien, al considerar esas características peculiares de las nociones, se forman en nuestra mente otras nociones, que ya no son directas o reales, sino reflejas o lógicas. Son reflejas porque tienen por objeto las anteriores nociones directas, y son lógicas porque se ocupan de ciertas propiedades lógicas, las que acompañan a las esencias conocidas y en tanto que conocidas.

Las propiedades lógicas de las que se ocupan las nociones lógicas son (aparte de la abstracción, que más que una propiedad lógica es la condición necesaria para cualquier propiedad lógica) estas dos: la universalidad y la predicabilidad. La universalidad es la relación entre cierta unidad mental y los individuos en que se realiza, o a los que significa o a los que representa. Por su parte, la predicabilidad es la relación entre algo universal y los individuos a los que se puede atribuir o de los que se puede predicar. Ambas relaciones son de razón (no se dan más que en la mente y por la mente) y constituyen otras tantas intenciones segundas; además, de esas relaciones, la primera es fundamento de la segunda, o sea, que la universalidad es el fundamento de la predicabilidad.

De lo universal puede hablarse en dos sentidos: uno material y otro formal. El universal materialmente considerado es la misma esencia o naturaleza aprehendida en sí misma, o sea, precisión hecha de que exista en la realidad, singularizada en cada individuo, o de que se dé en la mente, universalizada por la abstracción. En cambio, el universal formalmente considerado es precisamente esa universalidad que las esencias adquieren en la mente, al ser intelectualmente conocidas. De aquí se sigue que el universal material es (o puede ser) algo real, pero el universal formal es siempre algo de razón, una relación de razón de segunda intención.

De manera semejante, también de lo predicable puede hablarse en dos sentidos: uno material y otro formal. Lo predicable material es el conjunto de los predicados que pueden atribuirse a los distintos sujetos, y que, siguiendo a Aristóteles, Santo Tomás los distribuye en diez géneros (las diez categorías o predicamentos). En cambio, el predicable formal es el conjunto de los modos como esos predicados pueden atribuirse a los distintos sujetos, y que, siguiendo también a Aristóteles, Santo Tomás los reduce a cinco (los cinco predicables), a saber, el género, la diferencia, la especie, la propiedad y el accidente. Por eso también los predicamentos o categorías son (o pueden ser) algo real; pero los predicables son algo lógico, otras tantas relaciones de razón de segunda intención.



(Tomado de "Tomás de Aquino, maestro del orden")