miércoles, 22 de junio de 2016

La esclavitud perfecta

"Una dictadura perfecta tendría la apariencia de una democracia, una cárcel sin muros en la cual los prisioneros no soñarían con evadirse. Un sistema de esclavitud donde, gracias al sistema de consumo y el entretenimiento, los esclavos sentirían amor por su esclavitud"

Aldous Huxley

¿Podría escribirse una mejor y más exacta descripción del mundo actual? una cárcel sin muros, donde los esclavos sentirían amor por su esclavitud, al extremo de jamás pensar en la idea de escapar de ella. Serían esclavos satisfechos.

Esta idea de los esclavos satisfechos hace de inmediato recordar el mito de la caverna, de Platón, del cual hablamos aquí hace algunas semanas. Veíamos en el mito platónico que los habitantes de la caverna, por ignorancia y conformismo, vivían de espaldas a la realidad, contentos con las meras sombras que veían proyectadas en la pared de la cueva. Incluso cuando el hombre liberado regresaba para anunciar la existencia de la realidad, los satisfechos prisioneros preferían seguir contemplando sombras.

En cierto modo ambos relatos, el de Huxley y el de Platón, nos conducen a lo mismo: la contemplación de cómo el conformismo, la pereza mental, la ausencia del ideal, la dedicación exclusiva a la búsqueda del placer sensible, etc., pueden llevar al hombre a una situación de esclavitud satisfecha. Y de hecho es lo que se puede ver actualmente, el hombre de ciudad vive tan rodeado de adelantos tecnológicos fascinantes, comodidades, materialismo y consumismo; que poco o más bien nada de tiempo le queda para hacerse las grandes preguntas: ¿existe Dios? ¿cuál es mi destino? ¿de dónde vengo? y otras de ese tipo. El mundo moderno ahoga el interés por tales preguntas, y lo ahoga por medio de la abundancia de bienestar corporal (sin dejar de tener en cuenta también las grandes brechas sociales existentes).

De manera que el hombre actual, atiborrado de comodidad corporal, pierde de vista bienes más altos, se refugia casi que con desespero en el cultivo del hedonismo y corta el lazo que lo une con lo trascendente: se transforma en un ser finito, sin ansias de infinitud. O, en otras palabras, en un esclavo satisfecho que jamás pensaría en escapar de su cárcel, pues se encuentra cómodo en ella.

Como diría el maestro Nicolás Gómez Dávila:

"El moderno es prisionero que se cree libre, porque se abstiene de palpar los muros de su calabozo"


Leonardo Rodríguez



lunes, 20 de junio de 2016

Probablemente Dios no existe, así que deja de preocuparte y disfruta la vida

"There's probably no god, now stop worrying and enjoy your life"

En el año 2008, en Lóndres, Inglaterra, fue lanzada una campaña 'atea' que consistía en hacer circular por las calles londinenses (aunque después se amplío la particular campaña a otras ciudades europeas e incluso norteamericanas), un autobus que portaba un letrero grande que decía: Probablemente Dios no existe, así que deja de preocuparte y disfruta la vida.

Al parecer lo que los iniciadores de esta campaña creen en el fondo, y por eso dicen lo que dicen, es que creer en Dios impide "disfrutar la vida", y que una vida sin Dios, se "disfruta" más y mejor. Pero, ¿es esto realmente así? 

Lo primero que sería útil es recurrir al estudio de la vida de los santos, ya que son ellos los modelos perfectos de creencia en Dios y de una vida vivida conforme a dicha creencia. Y resulta que cuando estudiamos las vidas de los santos, sus biografías y sus autobiografías, no encontramos otra cosa que felicidad, profunda, completa y perfecta felicidad. Ellos mismos lo reconocen, y los testimonios de quienes los conocieron en vida son unánimes en afirmar que incluso sus rostros reflejaban una tranquilidad de espíritu, una armonía, un encanto difícil de describir con palabras. ¿De dónde les venía esa felicidad, esa plenitud, si según los de la campaña del bus ateo la vida sin Dios sería la más gozosa y feliz?

Pero a parte de las vidas de los santos, no hay nada en la idea de Dios que incluya la desgracia, la tristeza o la infelicidad del ser humano. Absolutamente nada. Siempre se ha enseñado que Dios es ante todo un amoroso padre que crea por amor, se encarna en Cristo por amor, muere en la cruz por amor, y desea, por amor, llevar a todos sus hijos con Él al cielo, a gozar eternamente de su presencia y de su misma felicidad. ¿Dónde está en dicha idea de Dios la parte donde el ser humano es un pobre infeliz condenado a la tristeza y a la desgracia?

Creo que la cosa va más bien por el lado de la moral cristiana. No es a Dios en cuanto padre amoroso a lo que se oponen los ateos, por lo menos la mayoría, sino más bien a Dios en cuanto fuente de un orden de cosas que exige del hombre un comportamiento adecuado a su dignidad de creatura y de hijo de Dios. Es decir, el ateo se opone a la creencia en Dios, en cuanto ello supone unas normas de carácter moral, una corrección de su comportamiento, un límite a sus deseos muchas veces egoístas de gozo desenfrenado e indiferente a las consecuencias. Ese es el meollo de la cuestión.

Por eso cuando los de la campaña del bus ateo afirman que luego de comprende que quizá Dios no existe, hay entonces que "disfrutar" la vida, se refieren a eso, al disfrute meramente sensual de los distintos placeres que este mundo ofrece, cada día más variados y refinados. Porque no se vaya a creer que la Dios o la Iglesia en su nombre condenen el placer, no lo condenan pero le ponen un cauce, unas barreras, que no son caprichosas, sino que responden a la defensa de la dignidad humana. Pues no pocas veces el ser humano hambriento de placeres se rebaja a sí mismo al nivel de las bestias e incluso más abajo, el nivel de mera cosa.

No se comprenden entonces iniciativas como la del bus ateo, pareciera que sus promotores desean animar un estilo de vida bestial, irracional, hedonista al extremo; y ¡claro! para eso Dios es un estorbo.

Como decía Dostoyevski: si Dios no existe todo está permitido. Quizá es eso lo que muchos desean, que todo esté permitido y reine por fin la anarquía absoluta.


Leonardo R.


domingo, 12 de junio de 2016

Ante el Cristo de la Buena Muerte - José María Pemán

                                     
  


¡Cristo de la Buena Muerte,
el de la faz amorosa,
tronchada, como una rosa,
sobre el blanco cuerpo inerte
que en el madero reposa !

¿Quién pudo de esa manera
darte esta noble y severa
majestad, llena de calma?
¡No fue una mano, fue un alma
la que talló tu madera!

Fue, Señor, que el que tallaba,
tu figura, con tal celo
y con tal ansia te amaba,
que, a fuerza de amor, llevaba
dentro del alma el modelo.

Fue que al tallarte sentía
un ansia tan verdadera,
que en arrobos le sumía,
y cuajaba en la madera
lo que en arrobos veía.

Fue que ese rostro, Señor,
y esa ternura al tallarte,
y esa expresión de dolor,
más que milagros del arte,
fueron milagros de amor.

Fue, en fin, que ya no pudieron
sus manos llegar a tanto,
y desmayadas cayeron...
¡y los ángeles te hicieron
con sus manos mientras tanto!

Por eso a tus pies postrado;
por tus dolores herido
de un dolor desconsolado;
ante tu imagen vencido
y ante tu Cruz humillado,

siento unas ansias fogosas
de abrazarte y bendecirte,
y ante tus Plantas piadosas
quiero decirte mil cosas
que no sé cómo decirte...

¡Frente, que herida de amor,
te rindes de sufrimientos
sobre el pecho del Señor,
como los lirios que, en flor,
tronchan, al paso, los vientos!

¡Brazos rígidos y yertos,
por tres garfios traspasados,
que aquí estáis, por mis pecados,
para recibirme, abiertos;
para esperarme, clavados!

¡Cuerpo llagado de amores
yo te adoro y yo te sigo!
Yo, Señor de los señores,
quiero partir tus dolores
subiendo a la Cruz contigo.

Quiero en la vida seguirte
y por sus caminos irte
alabando y bendiciendo,
y bendecirte sufriendo
y muriendo, bendecirte.

Quiero, Señor, en tu encanto
tener mis sentidos presos,
y, unido a tu cuerpo santo,
mojar tu rostro con Ilanto,
secar tu llanto con besos.

Quiero, en santo desvarío,
besando tu rostro frío,
besando tu cuerpo inerte,
llamarte mil veces mio...,
¡Cristo de la Buena Muerte!

Y Tú, Rey de las Bondades,
que mueres por tu bondad,
muéstrame con claridad
la Verdad de las verdades,
que es sobre todo verdad.

Que mi alma, en Ti prisionera,
vaya fuera de su centro
por la vida bullanguera:
que no le Ileguen adentro
las algazaras de fuera;

que no ame la poquedad
de cosas que van y vienen;
que adore la austeridad
de estos sentires que tienen
sabores de eternidad;

que no turbe mi conciencia
la opinión del mundo necio;
que aprenda, Señor, la ciencia
de ver con indiferencia
la adulación y el desprecio;

que sienta una dulce herida
de ansia de amor desmedida;
que ame tu Ciencia y tu Luz;
que vaya, en fin, por la vida
como Tú estás en la Cruz:

de sangre los pies cubiertos,
llagadas de amor las manos,
los ojos al mundo muertos,
y los dos brazos abiertos
para todos mis hermanos.

Señor, aunque no merezco
que tú escuches mi quejido,
por la muerte que has sufrido,
escucha lo que te ofrezco
y escucha lo que te pido.

A ofrecerte, Señor, vengo
mi ser, mi vida, mi amor,
mi alegria, mi dolor;
cuanto puedo y cuanto tengo;
cuanto me has dado, Señor.

Y a cambio de este alma llena
de amor que vengo a ofrecerte,
dame una vida serena
y una muerte santa y buena...

¡Cristo de la Buena Muerte!


Poesía de don José María Pemán.

martes, 7 de junio de 2016

La servidumbre de la inteligencia



... La inteligencia al servicio del 'sector productivo...'

Para quienes aspiramos por vocación al cultivo de la inteligencia y tenemos, por lo tanto, en la más alta estima el rol fundamental que en dicho empeño le compete a la institución universitaria, no nos han podido menos que sonar escandalosas las declaraciones de la actual ministra de educación colombiana, la abogada Gina Parody, en el sentido de poner la educación superior al servicio de los intereses y necesidades del 'sector productivo' del país.

La siguiente es una cita de uno de los medios de comunicación que se hicieron eco del despropósito de la ministra:

"..que el sector productivo manifieste cuáles son sus necesidades y que por el lado de la academia, se garantice que el conocimiento de los alumnos recién graduados sea LO QUE EL MERCADO LABORAL REQUIERA".

Allí está todo dicho. Y es ni más ni menos que la muerte de la inteligencia, y de paso la de la misma institución universitaria, herida en lo íntimo de su naturaleza y finalidad.

El fin último de la universidad es, para decirlo en pocas palabras, la búsqueda de la verdad donde quiera que esta se encuentre (de ahí la multiplicidad de disciplinas); con esta misión nacieron los primeros claustros universitarios, allá en los lejanos tiempos de la injustamente vilipendiada edad media. El deseo de saber, de conocer, el ansia por comprender la naturaleza de las cosas que lo rodean y de sí mismo (deseo que según Aristóteles es natural en el hombre, es decir, irrenunciable), condujeron al hombre a la sistematización de un cuerpo orgánico de conocimientos, animados por la pretensión, nunca satisfecha, de abarcar con la mirada potente de su razón los valores inteligibles de lo real, que no otra cosa es la verdad sino la captación inteligible de la realidad. 

En la realización de dicho propósito verdaderamente sublime, a la universidad le fue confiada la misión de ser cuna y custodia del mencionado cuerpo orgánico de todos los saberes que la humana diligencia y curiosidad fueran acumulando con el paso de los siglos. Difícil concebir misión más alta, propósito más sublime o encargo más elevado que el confiado por las sociedades a ese verdadero bastión de la humana sabiduría llamado universidad. En medio de las vicisitudes  de los tiempos que estaban por llegar, la universidad se perfilaba como el faro seguro de las generaciones venideras y al mismo tiempo como fuente inagotable de progreso y de riqueza material y espiritual, verdadera 'alma mater' de las naciones, muchas de las cuales no veían aún la luz del sol.

Solo la verdad, su contemplación e investigación por todos los medios que el ingenio humano ideara con tal propósito, sería el norte seguro de la actividad universitaria; y tras sus muros encontrarían las generaciones el espacio propicio para saciar sus ansias de comprensión y lucidez. Indudablemente de dicha contemplación habrían de derivarse, como natural consecuencia, innumerables adelantos técnicos, fruto de la aplicación de la verdad previamente contemplada. Y es eso lo que han contemplado los siglos que han venido después, hasta nuestros días. Maravillados hoy por las espléndidas conquistas de la tecnología (aplicación concreta, por lo tanto esencialmente dependiente, de las verdades alcanzadas en la contemplación investigativa o más bien en la investigación contemplativa de la verdad) no podemos más que dirigir una mirada llena de admiración y agradecimiento filial hacia la universidad, cuyo trabajo sereno y paciente, desafiando los siglos, ha hecho posible el maravilloso despliegue de ingenio que hoy contemplan nuestros ojos atónitos.

Es por todo lo anterior, y por muchas razones más, que nos produce escándalo, estupefacción, y ¿por qué no? hasta santo enojo, las declaraciones destempladas, bárbaras, atrevidas y desagradables realizadas por la abogada Parody, conforme a las cuales la universidad debería propender por reducir su función social a la de mera fábrica de obreros para cubrir las necesidades del 'sector productivo'. Se nos hace verdaderamente asombroso que alguien que 'razona' de semejante manera haya podido llegar a convertirse en ministra de algo, ¡cuánto menos en ministra de educación!

Sin embargo sabemos que el momento presente trae la marca del pragmatismo más grosero y servil, y se quisiera hoy ponerlo todo al servicio de la utilidad, de la producción, del consumo, o en palabras de la 'ministra', al servicio del sector productivo. Tristes tiempos estos en que la inteligencia ha de consagrar sus desvelos a la desnuda producción, lejos de la contemplación de la verdad, de lo real, único fin que la colma, la sacia y la hace plena por derecho propio.

Por el bien del alma de la patria hacemos votos por que la descabellada iniciativa de la 'ministra' no encuentre eco entre los que tienen en su poder la facultad de tomar esas decisiones, y que se convierta este episodio solo en uno más, de los muchos que en la historia de Colombia sirven para ilustrar la ineptitud de quienes escalan posiciones de poder sin contar con las calidades humanas necesarias para el ejercicio del mismo.


Leonardo R.