lunes, 15 de febrero de 2016

La tinta y el poema



Hay una comparación que siempre me gusta utilizar cuando estoy tratando de explicar en qué consiste el error del reduccionismo científico, se trata del ejemplo de la tinta y el poema.

Ante todo digamos en qué consiste el reduccionismo científico: yo entiendo por reduccionismo científico aquella postura según la cual SOLO es verdadero el conocimiento que se adquiera por medio de la utilización del método científico, el que usan ciencias como la física y la química, que consiste básicamente en realizar observaciones de determinado fenómeno o realidad, luego generar una hipótesis acerca de la naturaleza, las causas o las relaciones de dicho fenómeno con otros, y con base en ello realizar una serie de experimentos con el fin de comprobar o refutar dicha hipótesis, y en el segundo caso cambiarla por otra más adecuada, o que mejor explique el fenómeno en cuestión.

Este método ha probado ser altamente efectivo en ciencias como las arriba mencionadas, y con los cada vez más modernos aparatos de laboratorio, se están produciendo al año decenas de nuevos descubrimientos acerca de la estructura y funcionamiento de los elementos materiales que componen el universo. 

Hasta ahí todo muy bien y muy útil. El problema surge cuando, quizá cegados por los espectaculares avances de la ciencia experimental, muchos pretenden extender la necesidad de aplicar dicho método al estudio de TODO, ya no solo de lo material, sino también incluso del universo más íntimo del ser humano, su conciencia, su yo, su alma y su trascendencia espiritual por encima de la materia.

Es entonces cuando el método experimental, que está todo él basado en la observación directa (por medio de los sentidos) o indirecta (por medio de sofisticados aparatos de laboratorio) de las realidades materiales, se muestra como insuficiente. Puesto que se pretende abordar con dicho método (que por definición opera solo en presencia de realidades materiales) realidades que igualmente por definición se encuentran más allá de toda materialidad posible. Es decir, si yo pretendo encontrar el alma humana buscándola con un bisturí, no la encontraré. Lo mismo si pretendo encontrar a Dios con un potente telescopio. Además es un poco tonto que alguien se empeñe en semejante idea, puesto que si encontrara algo con el telescopio, ciertamente no sería Dios, puesto que sería algo material y por tanto limitado (pues todo lo material es limitado en alguna manera, tiene límites) y por tanto no sería el Dios infinito Creador del universo, obviamente. No obstante algunos científicos, quizá muy buenos científicos pero pésimos filósofos y aún peores teólogos, se aventuran a afirmaciones erradas sobre la existencia de Dios, afirmando que jamás se lo han encontrado en el espacio.

Pero no nos desviemos del tema. Hablábamos del reduccionismo científico. Se llama reduccionismo porque REDUCE el conocimiento a lo que se pueda saber por medio del método científico; es decir a lo que se pueda experimentar; es decir a lo que se pueda "ver" o "tocar" de alguna manera. De forma que el resto de ideas que la gente pueda tener, ideas religiosas, éticas, metafísicas, etc., solo serán a lo mucho creencias populares, de escaso valor, cercanas a los mitos y a las leyendas de los libros para niños.

Y es aquí donde entra el ejemplo de la tinta y el poema. 

¿Has leído alguna vez un poema o una poesía estimado lector? espero que sí, es uno de los grandes placeres de la vida. Te invito a que leas por ejemplo este breve texto del gran Gustavo Adolfo Bécquer:

RIMA IV

     No digáis que agotado su tesoro,
    De asuntos falta, enmudeció la lira:
Podrá no haber poetas; pero siempre
             Habrá poesía.

Mientras las ondas de la luz al beso
             Palpiten encendidas;
Mientras el sol las desgarradas nubes
             De fuego y oro vista;

Mientras el aire en su regazo lleve
             Perfumes y armonías,
Mientras haya en el mundo primavera,
             ¡Habrá poesía!

Mientras la ciencia a descubrir no alcance
             Las fuentes de la vida,
Y en el mar o en el cielo haya un abismo
             Que al cálculo resista;

Mientras la humanidad siempre avanzando
             No sepa a dó camina;
Mientras haya un misterio para el hombre,
             ¡Habrá poesía!

Mientras sintamos que se alegra el alma
             Sin que los labios rían;
Mientras se llora sin que el llanto acuda
             A nublar la pupila;

Mientras el corazón y la cabeza
             Batallando prosigan;
Mientras haya esperanzas y recuerdos,
             ¡Habrá poesía!

Mientras haya unos ojos que reflejen
             Los ojos que los miran;
Mientras responda el labio suspirando
             Al labio que suspira;

Mientras sentirse puedan en un beso
             Dos almas confundidas;
Mientras exista una mujer hermosa,
             ¡Habrá poesía!


¿Verdad que es hermoso? ahora te haré algunas preguntas querido lector:

¿Qué es lo que hace hermosa esa poesía? 

¿Cómo es que esas palabras tienen un significado?

¿Dónde está eso que llamamos significado, en   las palabras o en la mente del que las lee?

¿Qué es eso que llamamos significado? 


Ahora bien, ¿qué pasaría si para responder esas preguntas, que son evidentemente muy importantes, nos limitáramos a usar solo el método científico? pues pasaría que por medio de los instrumentos de laboratorio llegaríamos a comprender perfectamente la composición química de la tinta con que la poesía fue escrita, Y NADA MÁS. 

Pero es que esa hermosa poesía ¿ES NADA MÁS QUE TINTA UNTADA SOBRE UN TROZO DE PAPEL? evidentemente no, esa poesía es un texto con un sentido y una belleza SOLO captable con la condición de IR MÁS ALLÁ precisamente de la tinta y el papel. De hecho esa poesía y cualquier poesía (y cualquier texto) se puede escribir en cualquier papel, con cualquier tinta. Incluso se puede digitar en la pantalla de un computador o se puede tan solo recitar con la voz. Y en todos esos casos la poesía será SIEMPRE MUCHO MÁS que tinta, aire y pixeles de color computarizados: será un mensaje con un sentido. Y el sentido NO SE VE, se entiende.

Ese es precisamente el misterio del conocimiento humano: nuestros ojos solo perciben un haz de luz, que es algo material; luego los impulsos eléctricos transmitidos por el nervio óptico hacia la corteza cerebral también son materiales, como también es material TODO lo que ocurre en el cerebro, las conexiones neuronales llamadas sinapsis, TODO. Y a pesar de tanta materialidad lo cierto es que al dirigir nuestra mirada al texto de Bécquer somos capaces de captar un sentido, un mensaje y una inmensa belleza. Y NADA DE ESO ES MATERIAL.

Entonces si limitamos nuestro análisis de la poesía (o de cualquier texto) a la composición química de la tinta, jamás sabremos qué dice, ni mucho menos comprenderemos si es bello o no. Por eso el reduccionismo científico debe ser rechazado, PORQUE NOS OFRECE UNA MIRADA EMPOBRECIDA ACERCA DE LO REAL. Y aún más, no solo limita y mutila nuestra visión de la realidad, sino que se queda con la parte menos importante, puesto que en la poesía de Bécquer lo importante no es la tinta, sino la poesía, que se hizo inmortal.

Entonces querido lector mucho cuidado con el reduccionismo científico que está hoy día tan de moda. Ten siempre presente el ejemplo de la tinta y el poema.


Leonardo Rodríguez


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