sábado, 14 de noviembre de 2015

Naturaleza del conocimiento intelectual humano


El conocimiento intelectual humano, como todo conocimiento finito, es una actividad inmanente, acoplada o ajustada perfectamente al objeto inmediato sobre que versa. Y es precisamente ese objeto inmediato el que marca la diferencia entre cada especie de conocimiento, y entre cada acto individual de conocer. Por eso, la "naturaleza específica" del conocimiento intelectual humano hay que extraerla de la naturaleza específica de todos los objetos inmediatos de los distintos actos de conocer de la facultad intelectiva del hombre; naturaleza específica que constituye, sin más, el llamado "objeto propio" de dicha facultad.





Pues bien, el objeto propio del intelecto humano está constituido, en cuanto a su contenido, por las esencias abstraídas de las cosas corpóreas, y, en cuanto a su estatuto "objetual", por la universalidad y la necesidad, tal como luego explicaremos. Por lo demás, dicho objeto propio es, desde luego, una concreción del objeto común de todo intelecto, que es, como ya se ha afirmado, la entidad misma, el ser y la esencia de las cosas. 
                                                    
En efecto, lo que conoce el intelecto humano, de manera directa e inmediata, ni son los accidentes exteriores de las cosas corpóreas, que constituyen, en general, los objetos propios de los distintos sentidos, ni son tampoco las esencias simples de las sustancias incorpóreas, que sólo indirectamente podemos conocer, y con grandes limitaciones además, sino que lo que nuestro intelecto conoce, de manera directa e inmediata, son las esencias de las sustancias corpóreas, en tanto que abstraídas, a partir de los datos aportados por nuestros sentidos externos e internos.

Como escribe SANTO TOMÁS a este respecto: "El objeto cognoscible está siempre proporcionado a la potencia cognoscitiva. Pero tres son los grados de la potencia cognoscitiva. Existe una que es acto de un órgano corporal, a saber, el sentido, y así el objeto de la potencia sensitiva es la forma en cuanto existente en la materia corporal (...). Existe otra potencia cognoscitiva que ni es acto de un órgano corporal ni está de alguna manera unida a la materia corpórea, como el intelecto angélico, y así el objeto de ella es la forma subsistente sin materia (...). Existe, finalmente, el intelecto humano, que ocupa un lugar intermedio, pues no es acto de algún órgano corporal, aunque sí es una potencia del alma que es forma del cuerpo (...); y, por eso, lo propio de él es conocer la forma que existe individualmente en la materia corporal, pero no en cuanto existe en tal materia. Ahora bien, conocer aquello que existe en la materia individual, pero no en cuanto existe en tal materia, es abstraer la forma de la materia individual representada en alguna imagen sensible. Luego es preciso que nuestro intelecto entienda las esencias de las cosas materiales, abstrayéndolas de las imágenes sensibles; y, por las cosas materiales así consideradas, podemos llegar después a cierto conocimiento de las inmateriales".

Por lo demás, el conocimiento intelectual humano de dichas esencias de las cosas corpóreas no es, desde luego, perfecto y exhaustivo, pues se lleva a cabo en dependencia y a partir del conocimiento de nuestros sentidos, que no son capaces de captar las esencias mismas de las cosas corpóreas, sino sólo los accidentes externos de ellas. Sin embargo, nuestro intelecto aprehende, de un modo natural, las notas esenciales más simples y sencillas de todas las cosas, y a partir de ahí, puede llegar al conocimiento más determinado de la esencia de cada cosa. Todo lo cual puede verse refrendado por estos otros textos de Santo Tomás:

"Como quiera que el sentido, donde comienza nuestro conocimiento, versa sobre los accidentes externos, que son sensibles por sí, como el color, el olor, etc., nuestro intelecto no puede llegar, a través de tales accidentes, a un conocimiento perfecto de las esencias de las cosas materiales, ni siquiera de aquellas cuyos accidentes son adecuadamente conocidos por el sentido".

"El intelecto humano está ordenado por naturaleza a comprender la esencia de las cosas, y por ello procede aquí de un modo natural (...). Pues están naturalmente insertas en nuestro intelecto ciertas concepciones, conocidas por I todos, como las de ente, de uno, de bueno, y otras semejantes, a partir de las cuales procede el intelecto al conocimiento de la esencia de cada cosa, del mismo modo que, a partir de los principios evidentes de suyo, procede nuestra razón al conocimiento de las conclusiones que de ellos se derivan".

Y si este es el objeto propio de nuestro intelecto en cuanto a su "contenido", por lo que se refiere a su "estatuto objetual", es decir, a las condiciones de tal objeto en tanto que objeto, dichas condiciones son, como hemos dicho, la universalidad y la necesidad.

En efecto, todo lo que es objeto de nuestro conocimiento intelectual se nos presenta como algo abstraído de la singularidad más estricta, y, por consiguiente, como universal, esto es, como repetible o multiplicable en muchos individuos dentro del mismo grado de perfección esencial. Y esto no sólo en esencias muy generales, sino incluso en esencias enteramente determinadas desde un punto de vista formal, cual ocurre, por ejemplo, en la esencia de cualquier figura geométrica, como puede ser una circunferencia de un decímetro de radio. Se trata de una esencia bien determinada, a la que, desde el punto de vista de su forma, no se le puede agregar ninguna nueva determinación; y, sin embargo, esa esencia puede ciertamente repetirse o multiplicarse indefinidamente en innumerables individuos. Esta es la razón por la que se dice que el objeto propio de nuestro intelecto es siempre universal.


Y lo mismo ocurre con la necesidad, es decir con la inmutabilidad que acompaña a todo objeto del conocimiento intelectual. Dicha inmutabilidad no es positiva, sino negativa; no se trata de una propiedad que corresponda a una realidad positivamente inmaterial, es decir, espiritual, que, precisamente por ser espiritual, es incorruptible, imperecedera, necesaria. Se trata, más bien, de una carencia o privación. Esa inmutabilidad se debe a la falta de realidad. Lo que no existe no puede moverse o cambiar, y tampoco actuar o producir algo; y el objeto entendido y en cuanto entendido está desprovisto, no sólo de la materia, si es que la tenía, sino también de la existencia real y de la eficiencia. Por eso, lo entendido en cuanto entendido no cambia ni actúa, y tampoco está sometido al tiempo, que no es posible sin el movimiento. Y por esta razón tampoco es posible la memoria, o el reconocimiento del pasado, en relación con los objetos del conocimiento intelectual, en tanto que objetos.


(Tomado de "Metafísica tomista", de Jesús García López)

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