martes, 29 de septiembre de 2015

La plaga del indiferentismo

La indiferencia puede ser entendida de varias maneras. Por ejemplo la indiferencia consiste en que algo no nos importa, y como no nos importa, no se convierte en algo de nuestro interés, sino que es algo precisamente 'indiferente', como cuando en un restaurante nos preguntan que si el jugo lo queremos en agua o en leche y muchas veces contestamos que 'de cualquier forma', porque realmente nos da igual.

También puede entenderse la indiferencia como el hecho de no establecer diferencias. Como cuando no sabemos mucho de motocicletas y decimos que no vemos la diferencia entre una marca u otra. En este segundo modo de entender la indiferencia el problema está cuando no establecemos diferencia entre cosas que efectivamente son diferentes, y tratamos igual a cosas que debiéramos tratar diferente.

Hoy se quiere meter todo dentro de un mismo saco: religiones, filosofías, éticas, cosmovisiones, etc. Se pretende que no hay diferencia entre las diversas religiones, por ejemplo, y que en "en el fondo" todas buscan lo mismo. De tal manera que da igual a cual religión se pertenezca o qué tipo de corriente filosófica o ética se defienda, ya que "en el fondo" todo es lo mismo y ninguna es más o mejor que las otras diversas opciones posibles.

El nombre que los papas de hace cien años daban a este fenómeno era 'indiferentismo'; el deseo de meterlo todo en un mismo saco, la pretensión de que todas las religiones son en el fondo igual de valiosas, incluso igual de valiosas que el ateísmo.

Y eso es lo que nos toca vivir hoy, una época de un profundo indiferentismo. Y agravado aún más por el hecho de que hoy el indiferentismo, o mejor dicho, ser indiferente, da un aire de superioridad, un aire de inteligencia, de modernidad, de "madurez". De tal manera que afirmar la primacía de una religión sobre otra, una corriente filosófica sobre otra, una ética sobre otra, etc., solo sirve para ser de inmediato tenido por loco, fundamentalista, intolerante, discriminador, fascista, y un largo y nutrido etc.

Detrás de todo este sistema de indiferentismo está una idea errada acerca de la inteligencia humana, es decir, una cuestión psicológica, o más bien, una cuestión de psicología filosófica. 

La inteligencia es la facultad que nos permite conocer la realidad de las cosas, incluídas las realidades religiosas, éticas y filosóficas; o la inteligencia es algo que el cerebro realiza, es decir, un conjunto de procesos cerebrales dirigidos a la adaptación del organismo al medio ambiente. Y hoy ha triunfado la segunda tesis.

Y entonces como la inteligencia no es vista ya como una facultad para conocer, sino como una capacidad cerebral de adaptación, es lógico que la verdad haya pasado a un segundo plano y haya sido reemplazada por la utilidad. De manera que no se busca en la religión el hecho de que ofrezca una visión verdadera acerca de la realidad, sino que se busca ante todo que ofrezca alguna utilidad para la sociedad. Y si cumple con esa función entonces ya de inmediato es aceptada y validada. Lo mismo con las filosofías y con los diversos sistemas éticos. Lo mismo con el ateísmo.

Por eso, por ejemplo, cuando el papa hace "ecumenismo" y se reúne a "rezar" con líderes de otras "religiones" por la "paz" mundial o algo de ese estilo, todos aplauden, porque ven en la religión solo algo que debe prestar un servicio a la humanidad, un servicio terrenal. Poco importan los dogmas o las afirmaciones trascendentes de cada religión, poco importa si dichas afirmaciones se contradicen entre sí con las de otras religiones. Porque en el fondo, dicen, lo que importa es que sirvan de algo a la humanidad.

Eso es lo que los papas de los siglos XVIII, XIX y primera mitad del siglo XX denunciaron con el nombre de indiferentismo. Y es la plaga de la sociedad actual.


Leonardo Rodríguez

sábado, 26 de septiembre de 2015

Del pensamiento débil al hombre débil

Vive aún en nuestros días, debe tener ya unos 90 años, un renombrado filósofo italiano, Gianni Vattimo. Este filósofo es conocido, entre otras cosas, por escribir sobre un fenómeno que él llamó 'PENSAMIENTO DÉBIL'. Mucho se ha escrito sobre dicho fenómeno, pero una forma sencilla de explicarlo es diciendo que el pensamiento débil es una característica de esta época nuestra, que consiste en que los grandes sistemas que aspiraban a explicar el mundo ya cayeron y deben darle paso a iniciativas menos ambiciosas, menos totalizantes, menos abarcadoras.

De tal manera que las grandes religiones, con sus sistemas explicativos del mundo, así como las filosofías de matriz metafísica con intención de ofrecer explicaciones completas sobre la realidad, deben quedar a un lado y dejar el protagonismo a modelos no explicativos sino interpretativos. Modelos que sirvan para interpretar una sociedad pluralista, abierta, diversa, tolerante, etc., como la nuestra.

En este nuevo escenario de 'pensamiento débil', la idea directora de todo debe ser la de un relativismo supuestamente respetuoso de todas las opciones y posturas, ya que precisamente se trata de dejar a un lado las pretensiones de poseer verdades absolutas, para poder dar cabida a la multiplicación de las interpretaciones personales, en un mundo diverso y plural.

Es por esto que hoy desde todas las instituciones y medios de comunicación se difunde una especie de veneración religiosa por el relativismo, de tal manera que si uno quiere ser parte exitosa de la nueva sociedad debe asumir como "principio" que todo principio vale. Y por el contrario, si se defiende una postura distinta a la del relativismo y el pensamiento débil, de inmediato se verá uno excluido y condenado al ostracismo social.

El pensamiento débil es, entonces, la marca característica de la sociedad actual, y su fruto más evidente es el relativismo, que hoy vemos triunfar por todas partes, con ese desprecio por la verdad que llega hasta el desprecio por quienes piensen distinto a los propios relativistas.

Gran razón tuvo entonces Vattimo para describir como característica de este tiempo al pensamiento débil.

Y un pensamiento débil solo ha dado como resultado un ser humano débil, sin convicciones, gelatinoso, presa fácil de toda propaganda ideológica. 


Leonardo Rodríguez.

lunes, 21 de septiembre de 2015

El ‘pecado’ de tener la razón

Antiguamente se decía que existían 7 pecados capitales, llamados así porque eran como las cabezas (capita, en latín) de donde nacían todos los demás pecados habidos y por haber. Se aprendían de memoria desde niños, en el catecismo, y su atractivo se experimentaba luego durante toda la vida, de tal manera que la personalidad y el carácter de cada uno se formaba o deformaba según que se sucumbiera a sus encantos o se resistiera a ellos con fortaleza.

Hoy en día hasta la palabra ‘pecado’ está exiliada del vocabulario corriente, lo cual no significa que por ello haya el pecado dejado de existir, todo lo contrario, está más presente que nunca solo que pasa más desapercibido porque ha sido ‘legalizado’ y conforma la atmósfera social que nos rodea. Y por lo mismo ya no produce el rechazo que generaba años atrás.

No obstante lo anterior se da hoy un curioso fenómeno y es el siguiente: el mismo horror que se tenía antes por los pecados capitales o por sus hijos, se tiene hoy por un nuevo tipo de ‘pecado’, el pecado de tener la razón. Vamos a explicar esto.

Hoy toda persona que pretenda oponerse y tener la razón en temas como el aborto, la eutanasia, el “matrimonio” homosexual, la adopción de niños por parte de parejas homosexuales, el divorcio, la anticoncepción, y un largo etc., verá de inmediato cómo la muy “tolerante” sociedad liberal actual se le vendrá encima con toda su apabullante capacidad para producir miedo y callar críticos. Es algo que se experimenta por ejemplo en las redes sociales; y es que en efecto basta un simple comentario contra el aborto para de inmediato recibir una avalancha de insultos, críticas, burlas y hasta amenazas de todo tipo, simplemente por haber cometido el “pecado” de pretender en ese tipo de temas tener la razón.

Y es que hoy se alaba al relativista. Ese personaje que va diciendo que todo vale, que da lo mismo una opinión u otra, que todo depende del contexto, que todo depende de la época, etc., ese personaje es alabado y tenido hoy día como una especie de ser superior dueño de algún tipo de ‘sabiduría’ superior a la del resto de los mortales. Y estos personajes se creen su papel y miran al resto con aires de suficiencia y hasta de lástima, en especial a esos pobres personajes que creen tener la razón.

De manera que hoy la mejor forma de hacerse enemigos en todas partes es proclamar que existe lo correcto y lo incorrecto, lo decente y lo indecente, lo bueno y lo malo, lo que está bien y lo que está mal, etc. Porque de inmediato te dirán: ¿Quién te crees tú para pensar que tienes la razón? Tener la razón se ha convertido hoy en el peor de los ‘pecados’.

Así las cosas considero que será quizá la única vez que podremos sentirnos orgullosos de ser pecadores, porque dos y dos seguirán eternamente siendo cuatro, pues la realidad no cambia aunque a algunos les moleste que así sea.


Leonardo Rodríguez



domingo, 20 de septiembre de 2015

Sobre el ateísmo

En la sociedad actual Dios se ha vuelto algo secundario, de hecho habría que decir más bien que Dios se ha vuelto algo terciario, casi un accesorio indiferente, una opción. Tanto es esto así que ya ni siquiera tienen necesidad los ateos de esforzarse por convencer a nadie, puesto que ya casi todo el mundo, por sí solos, han caído en esa especie de ateísmo práctico que gobierna el tiempo presente.

Hay en términos generales dos tipos de ateísmo que es posible encontrar, el ateísmo teórico y el ateísmo práctico. De estos dos el más frecuente es el segundo.

El ateísmo teórico es aquél tipo de ateísmo que supuestamente es resultado del estudio de las ciencias, del progreso de la humanidad, etc. Entonces los ateos de este tipo son un grupo relativamente reducido, son profesores universitarios o miembros de esa curiosa clase de personajes que se hacen llamar a sí mismos "intelectuales". Estos están convencidos de que de una manera u otra los avances actuales de las ciencias por fin han 'demostrado' que Dios no existe y que el universo se explica solo, sin necesidad de ningún ser todopoderoso. Actualmente, por ejemplo, en EEUU hay un debate muy interesante entre este tipo de ateos y un importante grupo de creyentes, también profesores universitarios con flamantes títulos académicos, quienes sostienen que nada en la ciencia actual autoriza o justifica el ateísmo, antes bien sucede exactamente lo contrario, las más modernas teorías cosmológicas acerca del origen del universo apuntan claramente a un universo no eterno, por lo tanto con un principio y un potencial fin. Lo cual hace surgir de inmediato la pregunta acerca del origen primero del universo, dando por descontado el hecho de que nada puede crearse a sí mismo, pues de la nada nada se hace.

Pero el segundo tipo de ateísmo es más común, pues no requiere de grandes credenciales académicas, ni títulos de respetadas intituciones universitarias. Se trata de un ateísmo sencillo, fácil, cómodo, casi rutinario: el ateísmo práctico.

El ateísmo práctico es ese ateísmo que no se preocupa por buscar argumentos ni razones, sino que la persona que lo defiende se limita sencillamente a vivir de espaldas a la idea de Dios, es decir, se trata de personas que viven COMO SI DIOS NO EXISTIERA, sin preocuparse por averiguar mediante el estudio concienzudo del tema si están en lo correcto o no. Entonces es una postura cómoda, simple.

Y de estos ateos es de los que uno encuentra cientos en la vida diaria. Son personas que quizá en alguna época temprana de su vida tuvieron algo de fe, asistían a misa, rezaban un par de oraciones de vez en cuando, etc. pero en un punto de su vida (por lo general la adolescencia) dejaron ese poquito de fe que tenían por el camino y siguieron adelante como ateos prácticos, viviendo como si Dios realmente no existiera. 

Esta gente organizó su vida enteramente sin Dios, y si formaron una familia en su edad adulta se preocuparon por excluir a Dios también de allí. Y viven ya de tal manera sin Dios, que la sola idea de volver a darle cabida en su vida y en la de sus familias resulta impensable, prácticamente imposible, puesto que eso supondría tener que realizar cambios drásticos en su modo de ver la vida y de vivirla, y ya el peso de la costumbre es demasiado grande.

Siempre aconsejo a quienes preguntan de qué manera abordar a una persona atea que traten de averiguar primero a qué tipo de ateísmo se enfrentan. Si se trata de un ateísmo práctico personalmente intento antes de cualquier otra cosa hacer ver a la persona si estaría realmente dispuesta a cambiar aspectos centrales de su vida en el caso de que se convenciera de que Dios existe. Porque aunque parezca increíble hay personas que incluso sospechando que Dios posiblemente sí exista prefieren seguir creyendo que no, para no tener que cambiar nada. Por eso averiguar eso es el primer paso: ¿qué tendrías que cambiar en tu forma de vivir si fuera cierto que Dios existe?¿estarías dispuesto(a) a hacerlo?

Y en ambos casos, ateísmo teórico o práctico, rezar mucho, porque finalmente la fe es un don, no un logro de la inteligencia, por más argumentos que se le presenten.


Leonardo Rodríguez


sábado, 19 de septiembre de 2015

Dialogar con relativistas

Dialogar con un relativista es una excelente manera de perder el tiempo, pues no importa el empeño que pongas en mostrarle que su posición es equivocada, para él la tuya será siempre solo una postura más, entre otras igualmente valiosas.

Todos hemos tenido alguna vez la experiencia de encontrarnos con ese personaje que va por la vida afirmando que todo da igual, que nada es verdadero ni falso, sino que toda afirmación tiene igual derecho a ser respetada. En estos casos, lo mejor suele ser permitir que esa persona siga su camino. Claro que se puede intentar hacerle ver su equivocación, por ejemplo señalando la contradicción en que cae al afirmar, por un lado, que no hay afirmaciones verdaderas, mientras que por el otro lado afirma que esa afirmación es verdadera. Pero en mi experiencia, pocas veces una discusión con un relativista llega a buen puerto. Creo que de tanto ir en contra vía de la realidad su mente acaba finalmente por volverse una especie de gelatina informe e indefinidamente maleable, presa fácil de toda propaganda y de toda ideología.

¿Por qué sucede eso? ya lo he dicho en muchas ocasiones: creo que la causa de la incapacidad del relativista para percibir su error NO RADICA EN SU INTELIGENCIA SINO EN SU VOLUNTAD, y para ser más precisos, en la esfera emocional, pasional o afectiva de su psiquismo. Me explico.

La filosofía clásica enseña que entre las distintas facultades humanas existe una interconexión tan profunda que cualquier movimiento de una de ellas inevitablemente produce una repercusión en las demás. Esto se ve por ejemplo en la ira que sentimos al recordar algo que nos molestó recientemente, pues ahí se ve claramente la conexión entre un acto cognoscitivo (recordar) y un acto pasional (el enojo); o cuando por causa de una profunda tristeza somos incapaces de concentrarnos para un examen universitario. 

Lo anterior significa sencillamente que los seres humanos somos una unidad, somos un solo ser, no una multitud de facultades superpuestas las unas sobre las otras como los ladrillos de una casa, sin más contacto que el meramente físico.

Y ahí está, creo yo, la explicación del estilo de vida que muchos han asumido hoy día, estilo de vida y de pensamiento dominado por un relativismo total, sobre todo en temas morales. Creo que muchos relativistas actuales no son tales por una conclusión razonada proveniente de años de estudio juicioso sobre la epistemología de la experiencia humana, sino más bien son relativistas por una consecuencia de hábitos de su voluntad, es decir, son relativistas porque viven desde hace años una vida marcada por el relativismo en su conducta, y de tanto vivir así han acabado por impedir a su inteligencia comprender a nivel teórico el error craso que es el relativismo.

O para decirlo en palabras aún más sencillas: son relativistas porque necesitan el relativismo, pues si descubrieran que el relativismo no es una postura racional entonces tendrían que cambiar su entero estilo de vida Y ESO ES LO QUE NO ESTÁN DISPUESTOS A HACER.

Voy a ponerles un ejemplo de esto que acabo de decir: pensemos en un hombre de mediana edad, unos 34 años. Profesional. Soltero, obviamente, pues cree que el matrimonio es solo una costumbre relativa de ciertas culturas y que es igual de valioso estar casado que vivir de cama en cama. Este personaje vive de amorío en amorío, no le preocupa el qué dirán y cada fin de semana vive una "aventura" más. Cuando a este personaje se le pregunta por asuntos trascendentes como la verdad, la moral, el fin del hombre, el sentido de la vida, etc., se limita a afirmar que no hay ninguna moral verdadera y que lo importante es que cada uno haga lo que crea mejor para sí mismo y lo que lo haga feliz. Bien. Estamos aquí ante un caso en donde el relativismo es necesario para esta persona, el relativismo es la estructura fundamental de todo su estilo de vida, y por tanto, para no tener que cambiar de vida, defenderá el relativismo hasta el final, pues necesita hacerlo así para sentir de alguna manera justificada su conducta.

Supongo que no todos los relativistas se ajustan al ejemplo presentado arriba, pero sí un gran número, por lo menos casi todos de los que yo conozco. 

¿Y qué pensar de aquellos que sostienen el relativismo y sin embargo no llevan vidas moralmente viciadas que expliquen dicho relativismo? en esos casos puede ser que su relativismo sea fruto de una formación mediocre o hecha a medias, es decir, personas que en temas trascendentales se contentaron con algunas lecturas básicas, o con seguir la moda que imponen algunos generadores de opinión en los mass media, y nunca quisieron ir al fondo del asunto. 

El punto es que el relativismo no tiene defensa racional y la causa de su aceptación debe ser buscada en todas partes menos en la lógica.

Por esto es tan difícil el diálogo con el relativista, y por eso es que pocas veces da algún fruto, detrás del relativista vive un ser encadenado por el vicio o por la ignorancia.




Leonardo Rodríguez