lunes, 22 de junio de 2015

Vacaciones

Estimados visitantes:

Luego del esfuerzo que ha supuesto la redacción de las 50 perlitas de filosofía, consideramos prudente tomar algunas semanas de receso. 

Durante este tiempo los animamos a que visiten el blog, descarguen los libros y continúen su formación, razón fundamental del mismo.

En un par de semanas, Dios mediante, retomaremos el blog con un nuevo proyecto que ya está en sus comienzos.

Dios los bendiga.

viernes, 19 de junio de 2015

Fin de las perlitas

Desde hace algunas semanas tuvimos la iniciativa de ir redactando breves reflexiones sobre diversos puntos de filosofía, basados en citas de autores reconocidos.

Hasta el presente se han publicado en el blog 40 perlitas. En total son 50.

Las 10 restantes, que ya están redactadas y forman parte del documento final, no serán publicadas en el blog; formarán parte de un solo archivo PDF, a manera de libro (Portada, introducción, tabla de contenido, lista de autores citados, etc). La siguiente es una portada tentativa:

¡Agradezco a los lectores que siguieron esta colección de perlitas!

Por ahora estamos pensando de qué manera distribuir el PDF completo, finalmente resultó ser un documento de alrededor de 130 páginas (al cual si le agregamos como anexo el Breve estudio sobre el escepticismo recientemente escrito, se extiende a las 150 páginas), lo que lo convierte prácticamente en un libro en sí.

Algunos amigos nos han aconsejado llevarlo al papel y distribuirlo en físico. Veremos.

Para el futuro inmediato el objetivo es redactar sucesivas colecciones de Perlitas, pero esta vez dedicado cada volumen a un área especial de la filosofía: Perlitas de lógica, perlitas de metafísica, perlitas de epistemología, perlitas de ética, etc. Pudiera ser que al final del camino se tengan varios volúmenes de perlitas que compongan todos una gran fuente de crecimiento y aprendizaje de la filosofía, por medio de una metodología sencilla y amigable con el lector.

¡Dios dirá!


Leonardo R.

martes, 16 de junio de 2015

Breve cuadro histórico de la filosofía de la ciencia

A modo de conclusión, presentamos una sumaria síntesis de las principales corrientes de la filosofía de la ciencia, dando más importancia a la época actual.
Antigüedad. La ciencia nace en la antigua Grecia, más o menos mezclada con la filosofía, como intento de buscar los principios detrás del flujo de los fenómenos sensibles. Se desarrollan la geometría (axiomatizada por Euclides), la astronomía (culminando con Hiparco y Ptolomeo), la mecánica (Arquí-medes),   la   medicina   (Galeno),   la   óptica   (Herón),   la   lógica (Aristóteles, los estoicos). La filosofía pitagórica y platónica da gran importancia a la interpretación matemática de los hechos naturales. Aristóteles concibe la ciencia como conocimiento cierto por las causas, obtenido demostrativamente, partiendo de principios inducidos de la experiencia. El Estagirita estableció los niveles de las ciencias según grados de inmaterialidad (física, matemática y metafísica), considerando que las ciencias particulares se resuelven en la metafísica, la ciencia más alta porque busca las últimas causas.
Edad Media. Los autores cristianos recogen el legado científico greco-latino, introduciendo la teología sobrenatural, aún más elevada que la metafísica aristotélica. La razón está en armonía con la fe, las ciencias humanas con la teología. Además, el saber humano en último término se ordena al saber teológico (philosophia ancilla theologiae), como explican Clemente de Alejandría y San Agustín. Por otra parte, Santo Tomás enseña que la teología es verdadera ciencia, en el sentido aristotélico de la palabra, ya que estudia la Causa más alta partiendo de principios certísimos.
Las Universidades europeas fueron el foco más poderoso de los estudios científicos medievales. Al principio estuvieron centradas en la teología y las artes liberales, especialmente la lógica. Con la llegada en el siglo XIII del corpus aristotelicum y de las obras de los árabes, comenzó el interés por las ciencias naturales y las matemáticas, especialmente en Oxford y París. Estos estudios conducirán al nacimiento de la ciencia moderna. En el siglo XIV comienza el tratamiento físico-matemático de fenómenos terrestres, en el campo de la cinemática y la dinámica, mientras poco a poco se va abandonando la mecánica aristotélica.
Edad Moderna. Es la época de formación de la ciencia moderna, empezando por la mecánica, la astronomía, y la matemática; el éxito de esta empresa se debe a la aplicación metódica de la experimentación y a la lectura matemática de los fenómenos. Los grandes científicos de los siglos XVI y XVII (Copérnico, Kepler, Galileo, Newton) no se oponen a la filosofía ni a la teología y consideran que la ciencia es conocimiento cierto de la realidad, en sus principios causales; no admiten, sin embargo, la filosofía natural aristotélica, que es reemplazada por la nueva física (concebida aún como una filosofía). En algunos filósofos (Descartes, Gassendi, Bacon) se forja una visión mecanicista del mundo físico, que terminará por aliarse con la ciencia.
En el siglo XVIII, los filósofos de la Enciclopedia empiezan a difundir el ideal cientificista, según el cual sólo es válido el conocimiento físico-matemático, que habría de desterrar los «mitos» religiosos y las ideas filosóficas, demasiado abstractas. Se produce la ruptura entre la ciencia y la fe, la ciencia y la filosofía, que dominará poco a poco en los ambientes científicos, mientras se espera de la ciencia la solución para todos los problemas humanos. Kant considera ilegítima la metafísica, otorgando valor cognoscitivo sólo a la física y a la matemática; las convicciones metafísicas quedan fuera del campo del conocer científico.
Llegamos así al positivismo clásico del siglo XIX (Comte, Stuart Mili, Spencer). La teología y la filosofía serían etapas superadas de la historia de la humanidad: el hombre tiene ante su horizonte sólo las ciencias positivas, que no dan a conocer la naturaleza de las cosas, sino sólo los fenómenos, las regularidades constantes expresadas en fórmulas matemáticas.
Edad contemporánea. Se caracteriza por la crisis del dogmatismo científico, favorecida por la nueva matemática (aparición de geometrías no-euclidianas) y la nueva física (teorías de la relatividad y cuántica, que producen la caída del mecanicismo); influyen también las ideas del criticismo clásico (Locke, Hume, Kant). Esto conduce a cierto ambiente relativista, aunque como consecuencia positiva se ha de mencionar también una mayor conciencia de los límites del saber científico. Problemas sociales más recientes -peligro atómico, contaminación de la naturaleza, crisis de la energía- contribuyen a desmitificar algo las ideas cientificistas del siglo pasado. El desarrollo de la biología, especialmente la genética, impone hoy la necesidad del respeto de la persona humana y exige perentoriamente que la ciencia sea orientada por convicciones morales.
Indiquemos algunas de las principales teorías epistemológicas modernas. Muchas de ellas contienen elementos de verdad, junto a ciertas insuficiencias en puntos más o menos importantes, según los casos.
A principios de siglo surgen varios filósofos de la ciencia que de un modo u otro ponen de relieve aspectos de la ciencia introducidos por la mente humana. Así, Poincaré opina que las matemáticas adolecen de cierto convencionalismo, y que también los supremos principios de las teorías físicas serían elaboraciones de la razón (convencionalismo). Otros, como Bergson, consideran que sólo la filosofía da un conocimiento auténtico de la realidad, mientras que las ciencias físico-matemáticas, con sus esquemas puramente nocionales, sirven para manipular la realidad, mas no para conocerla. Ideas semejantes penetran en la fenomenología de Husserl, en el existencialismo, y en los movimientos espiritualistas que critican el materialismo cientificista. Duhem, filósofo de la ciencia antipositivista, reconoce también el valor de la filosofía, otorgando a las ciencias positivas, en sus aspectos teóricos, un valor formal-simbólico.
La crítica de la ciencia llevó a los fenomenólogos y a los filósofos existencialistas a una aguda conciencia de la pobreza del cientificismo, y en ocasiones a la defensa de los valores de la persona humana. Sin embargo, como dijimos en su momento, las ciencias humanas en las últimas décadas han entrado por lo general en el marco epistemológico positivista, aunque al mismo tiempo esta orientación fue contrastada por la concepción hermenéutica de las ciencias humanas. Debido a una deficiencia metafísica, tampoco la hermenéutica ha sido capaz de fundamentar el realismo científico.
Algunos filósofos de la ciencia, a principios de siglo, sostuvieron tesis relativistas muy radicalizadas. En esta línea se sitúa W. James (pragmatismo o instrumentalismo), para quien las teorías científicas no contienen un valor de verdad, sino que sirven sólo como teorías para la acción. Importante por su influjo en el Círculo de Viena fue E. Mach, cuya filosofía suele llamarse empiriocriticismo: la ciencia se reduce al análisis de las sensaciones, que el hombre agrupa en estructuras para adaptarse al mundo en el contexto de la lucha por la vida. Se le opuso Lenin, quien defendió más bien las ideas del positivismo dogmático; los filósofos de la ciencia marxista, en general, mantienen la teoría leninista en función de una apología partidaria.
La lógica-matemática y algunas situaciones críticas en la evolución de las matemáticas llevaron a algunos autores a intentar fundamentar las ciencias matemáticas en la lógica (Frege en una línea intensionalista, y Russell extensionalista). Más adelante, los esfuerzos de fundación científica se centraron en la construcción de  sistemas  axiomáticos  formales  (Hilbert),   cuyos  límites  se demostraron más tarde (Godel); la escuela intuicionista rechazó el axiomatismo puro, apelando a intuiciones creativas de la mente en el trabajo matemático (Brouwer).
El movimiento de filosofía de la ciencia que cristalizó con mayor claridad en la década de los años 30 fue el Círculo de Viena, influido por la doctrina de Wittgenstein, y cuyo fundador es M. Schlick; otros filósofos de este Círculo son Carnap, Neurath, Reichenbach. Mantuvieron una rígida postura antimetafísica: aparte de las proposiciones lógicas, que son puras tautologías intercambiables unas por otras, para estos autores sólo tienen sentido científico las proposiciones verificables, reconducibles a los enunciados protocolares; las frases que pretendan referirse a la realidad sin cumplir este requisito son metafísicas y sin-sentido. El Círculo de Viena ejerció un fuerte influjo en los ambientes científicos, ya que pretendió ser el intérprete oficial de la nueva física. Uno de sus miembros, Bridgman, difundió la doctrina operacionalista, según la cual todo concepto físico debe definirse en términos de operaciones experimentales, fuera de las cuales no significa nada.
Algunos científicos importantes de este período propugnaron tesis más bien realistas, como Planck, Einstein, De Broglie, Schrodinger, Heisenberg, sin compartir el neopositivismo. Señala Max Born, por ejemplo, que «la afirmación, frecuentemente repetida, según la cual la física moderna ha abandonado la causalidad, está completamente privada de fundamento. Es verdad que la física moderna ha abandonado o modificado muchos conceptos tradicionales, pero ella dejaría de ser ciencia si hubiera renunciado a indagar las causas de los fenómenos. En esta época surgen algunos filósofos de la ciencia más o menos independientes, y con cierta tendencia realista, como Meyerson, Bachelard, Gons Gonseth.
Las ideas del Círculo vienes entraron en crisis, al quedar en la vaguedad el principio de verificación, que no podía admitirse sino apelando a alguna convicción metafísica, salvo que se optara por un convencionalismo absoluto. Popper propuso que las proposiciones científicas deberían ser más bien falseables, es decir, tan sólo admitir una evidencia contraria. Las teorías científicas, así como cualquier afirmación universal, para Popper son siempre hipotéticas, pues nunca pueden verificarse definitivamente, siendo sólo posible que alguna falseación las elimine; la ciencia se reduce a una construcción hipotético-deductiva. Las afirmaciones no falseables son metafísicas, pero Popper les reconoce cierta función orientativa, aunque carezcan de valor objetivo. La posición de Popper influyó notablmente en las últimas décadas.
Posteriormente han surgido otros filósofos de la ciencia, preocupados por la credibilidad y la evolución histórica de las teorías científicas. Para Thomas Kuhn, la ciencia en estado normal es un cuerpo de conocimientos bajo un paradigma global aceptado por la comunidad de los científicos; la ciencia en estado extraordinario, en cambio, corresponde al momento en que una revolución científica promueve el paso de un paradigma a otro, paso que no se justifica racionalmente, sino por un avance en la evolución del pensamiento. Se plantea así el interrogante sobre la racionalidad de los cambios radicales en la historia de las ciencias, a los que el reciente desarrollo científico tanto nos ha acostumbrado; el planteamiento historicista de Kuhn no ofrece una respuesta adecuada, pues no da una verdadera razón del progreso científico. Otros autores (Stegmüller, Toulmin, Feyerabend, Lakatos, Bunge) han seguido gravitando en torno a estos problemas.
Sin el tránsito a la metafísica, es difícil que estas cuestiones encuentren una solución aceptable. Admitir el principio de verificabilidad, falseabilidad o cualquier otro, y reivindicar algún criterio de progreso, al menos exige reconocer que esos principios son verdaderos. Pero esto supone aceptar una verdad que trasciende la experiencia, y que precisamente fundamenta todo conocer experimental. Se abre así la puerta a un nuevo nivel de conocimientos, superior al físico y al lógico-matemático: el conocer metafísico, espontáneo o desarrollado científicamente, que se basa en evidencias intelectuales captadas a partir de la realidad sensible.
Sólo una filosofía metafísica justifica la posibilidad del conocimiento científico, y la validez de los métodos de las diversas ciencias. Eludir toda convicción sobre la verdad, o es incoherente con la efectiva labor científica, o lleva a un escepticismo que termina por destruir toda motivación científica.

«Sin la creencia en que es posible captar la realidad con nuestras construcciones teóricas, sin la creencia en la armonía interna de nuestro mundo, no podría haber ciencia. Esta creencia es y será siempre el motivo fundamental de toda creación científica. En todos nuestros esfuerzos, en cada lucha dramática entre las concepciones antiguas y las concepciones nuevas, reconocemos la aspiración a comprender, la creencia siempre firme en la armonía de nuestro mundo, continuamente reafirmada por los obstáculos que se oponen a nuestra comprensión». Los hombres de ciencia, especialmente los que han aportado grandes descubrimientos, experimentaron con intensidad la admiración filosófica, la atracción especulativa de la verdad.

(Tomado de "Lógica", de J.J Sanguineti)

Principios físicos


Los principios físicos son formulaciones universales que expresan ciertas propiedades de las cosas sensibles, conocidas en el nivel de abstracción físico, y en la ciencia moderna también en la abstracción físico-matemática. Por consiguiente, los principios físicos no pueden limitarse a enunciar naturalezas ideales, sólo no-contradictorias, sino que han de contener siempre alguna referencia empírica, y para ser verdaderos deben verificarse sensiblemente. Los principios físicos suelen denominarse leyes.
Leyes físicas. En sentido estricto, leyes son los principios normativos que regulan las acciones humanas en función del fin, que existen tanto en el promulgador de la ley, como en los que se someten a ella; ley natural (o ley natural-moral) es la inclinación de la naturaleza humana a conocer y cumplir los principios de su obrar en orden a su fin último: es una inclinación puesta por el Creador, en quien existe la ley de modo originario (ley eterna) (cfr. S. Th, I-II, qq. 90, 91, 93 y 94).
Por extensión, se suele hablar de leyes naturales físicas, que son a modo de reglas según las cuales los cuerpos naturales actúan siempre del mismo modo (por ejemplo, leyes por las que los planetas describen sus órbitas, el fuego quema, los vivientes crecen). Propiamente las leyes físicas son la inclinación activa de las cosas materiales a actuar de un modo determinado, que se sigue de su naturaleza. La ley en este sentido se identifica con la potencia activa por la que un ente material es causa constante y unívoca de determinados efectos.
En las ciencias naturales, la ley física es un enunciado universal que significa una propiedad, un modo de actuar uniforme y regular de los fenómenos o cosas sensibles (es pues sinónimo de principio físico, tal como lo hemos definido arriba): por ejemplo, la ley de la gravitación universal, o de la conservación de la energía. A veces las leyes se denominan por sus descubridores (leyes de Newton, Kepler, Mendel, etc.). Como pieza lógica de la ciencia, la ley de la física tiene su correlato real en la ley entendida como inclinación activa a obrar en cierto sentido, o al menos como el mismo comportamiento uniforme de los fenómenos de la naturaleza.
Las leyes físicas normalmente se expresan en ecuaciones matemáticas, en cuanto miden ciertas relaciones cuantitativas de la actividad corpórea (así ocurre con la ley de la gravedad, la ley de las proporciones múltiples de Dalton, etc.). A veces pueden ser aproximadas, si el hombre mide con imprecisión los aspectos cuantitativos; o estadísticas y por tanto probables, cuando se refieren a fenómenos variables (por ejemplo, leyes de la herencia biológica, o sobre enfermedades).
Las leyes físicas suelen tener un carácter abstracto o esquemático, pues dejan de lado otros aspectos de las cosas reales que, al influir realmente en los fenómenos, hacen que la realidad no se comporte exactamente igual al enunciado de la ley, sino sólo de un modo aproximado. En este sentido, las leyes físicas muchas veces contienen cierta carga de idealización: la física las formula escogiendo determinados aspectos, no teniendo en cuenta por convención otros detalles, imaginando cómo actuarían los cuerpos si no existieran más variables que las consideradas por la ley.
Por ejemplo, la ley de la inercia se expresa imaginando que un cuerpo se desplaza en el espacio sin estar sometido a influjos externos, cuando en realidad siempre es influido exteriormente: esto no implica falsedad, ni pura creación de la mente, pues por abstracción se puede considerar sólo una propiedad de los cuerpos (en este caso, la tendencia observada a mantenerse en el estado de movimiento o reposo adquiridos). Naturalmente, la imagen que se da del mundo es parcial, y esto es muy propio de las ciencias particulares.
En la misma línea, las ciencias físicas en sus explicaciones acuden con frecuencia a modelos, que vienen a ser representaciones esquemáticas o simplificadas de realidades complejas (por ejemplo, el modelo de átomo de Thompson, Rutherford, Bohr). Así nociones como las de gas perfecto, cuerpo rígido, punto material, etc., son a modo de idealizaciones de la realidad. Ya hacía notar Santo Tomás, refiriéndose a la geometría y a la astronomía: «las líneas sensibles no son tales como las afirma el geómetra (...) pues el círculo toca la línea recta sólo en un punto, como dice Euclides, y esto no parece verdad del círculo y las líneas sensibles (...). De modo semejante los movimientos y órbitas celestes no son tales como el astrónomo los afirma (...). Ni las cantidades de los cuerpos celestes son como las describen, pues usan los astros como puntos, aunque en realidad son cuerpos con magnitud» (In III Metaph., lect. 7). Más adelante resuelve estas cuestiones acudiendo a la abstracción: no se trata de pensar que las cosas sean realmente de ese modo, sino que se consideran así en el plano de la abstracción.
Los modelos a veces pueden contar con la imaginación visual, como sucedía normalmente en la física clásica, que tendía a expresar las leyes en términos mecánicos; en otros casos se trata sólo de modelos matemáticos, no visualizables, no intuitivos mecánicamente, pero que siempre tienen una referencia a datos sensibles. Es la tendencia característica de la física contemporánea.
Esto no significa que la ciencia sólo conozca modelos, y no realidades. Por medio del modelo se captan parcialmente aspectos reales de las cosas.  Por eso  los modelos se van perfeccionando, a medida que la experiencia es más honda y precisa.
Verdad e hipótesis. Los principios de la física, la química, las ciencias biológicas, muchas veces son verdades ciertas, suficientemente corroboradas por la experimentación, aun cuando se mueven -como hemos dicho- en el ámbito de la inducción empírica. Así, la composición molecular y atómica de los cuerpos, las propiedades físico-químicas de los elementos, la estructura del sistema solar, son conocidas con certeza por la ciencia moderna, aunque en tiempos pasados estos conocimientos fueran hipotéticos. Principios como la gravitación, la inercia, la conservación de la energía, etc., hoy son conocimientos seguros. Evidentemente, estos principios en el futuro quizá podrán formularse mejor, desde una perspectiva más alta, teniendo en cuenta más variables, explicando ciertas posibles excepciones, etc.
Por otro lado, las ciencias naturales trabajan también con hipótesis, enunciados universales o particulares cuya verdad no consta, pero que explican suficientemente una serie de hechos. Eran conocidas por los antiguos: «para explicar algo se pueden aducir dos tipos de razones; unas prueban una tesis suficientemente (...). Otras no lo hacen, sino que se limitan a mostrar la congruencia de una serie de efectos; así, en la astronomía, se acude a los excéntricos y epiciclos, de modo que a partir de esta hipótesis se salvan las apariencias de los movimientos celestes; pero esta tesis no está suficientemente probada, pues esos fenómenos quizá podrían explicarse con otra hipótesis (S. Th., I, q.32, a.l, ad 2). Este tipo de razonamiento se llama método hipotético deductivo.
Tal método opera en dos fases:
- se indica una probable causa de los hechos observados (demostración quia imperfecta), mostrando que ella al menos puede producirlos;
- se deducen de esa hipótesis determinados efectos, que ninguna hipótesis conocida hasta ahora puede explicar adecuadamente.
Estas hipótesis, en las ciencias experimentales, se plantean siempre en el nivel físico o físico-matemático del conocimiento. La física no asciende a explicaciones metafísicas, donde se alcanza la naturaleza de las cosas y la causalidad de Dios.
Algunos criterios para la formulación de hipótesis válidas son:
Coherencia con otros sectores de la ciencia. En este sentido, una hipótesis es reforzada si, además de ser verificada, se deduce de principios teóricos más altos. Si una hipótesis entra en contradicción con otros principios, o debe desecharse, o habrá que revisar la teoría.
Verificación empírica suficiente, en ámbitos heterogéneos, con ausencia de contrastaciones experimentales. Verificar es comprobar la verdad de un enunciado acudiendo a los datos adecuados para ello, que en materias físicas son los datos de la experiencia sensible externa. El principio de verificación físico-matemático sólo vale para las ciencias experimentales; las demás ciencias cuentan con criterios de verdad más altos. Verificar, por otra parte, no es sólo acudir a los sentidos, pues supone también «leer» en los datos un aspecto inteligible, que se conoce conceptualmente.
Fecundidad, o capacidad de explicar nuevos fenómenos, que otras hipótesis no explican. Una hipótesis más fecunda no siempre implica que la más pobre sea falsa, quizá porque la primera tiene en cuenta datos que la segunda dejaba de lado. Aún en estos casos, la admisión de una nueva hipótesis no supone una mera acumulación de conocimientos, pues con frecuencia es necesario reorganizar de nuevo la materia. Este es el sentido de las «revoluciones científicas».
Simplicidad, en el sentido de que pocas causas sean capaces de explicar grupos de fenómenos de diversa índole. El criterio de simplicidad no es mera economía de pensamiento, sino que procede de la experiencia: cuando una explicación comienza a presentar excepciones curiosas o hipótesis ad hoc para los nuevos fenómenos que se van descubriendo, es decir, cuando se complica demasiado, la experiencia enseña que probablemente es falsa. La simplicidad es una señal -aunque no inequívoca- de la verdad. En buena parte, la simplicidad es universalidad explicativa: por ejemplo, la ley de la gravitación es simple porque explica muy diversos fenómenos particulares de la mecánica terrestre y celeste.
En las hipótesis se contienen a veces aspectos convencionales, esquemáticos, especialmente cuando entran en juego relaciones matemáticas, pero nunca son como los postulados matemáticos, al margen de la realidad. Puede suceder que alguien utilice las hipótesis sólo pragmáticamente, desinteresándose si son reales o no, pero el verdadero científico las emplea con intención realista, viéndolas como una conjetura, un conocer probable o posible, que tiende a la certeza.
No es extraño que en la ciencia de nuestro siglo exista un gran caudal de conocimientos hipotéticos, no definitivamente probados, debido a que todavía no ha pasado demasiado tiempo para una plena confirmación. Además, no es inconcebible que el hombre, al llegar a ciertos límites del conocimiento del universo, no pueda más que razonar aventurando hipótesis que difícilmente podrán comprobarse del todo.
Las hipótesis son principios fecundos del conocer científico. Sin duda implican una debilidad del conocimiento humano, sujeto a error y tantas veces incierto. Pero las hipótesis orientan las investigaciones, y no raramente conducen al descubrimiento de verdades parciales, a veces incluso en el caso de que fueran falsas. La hipótesis geocéntrica, siendo errónea, promovió el desarrollo de la astronomía antigua; más tarde, la teoría copernicana obligó a explicar de otro modo muchas observaciones y predicciones exactas hechas por los astrónomos antiguos.
Teorías científicas. Las ciencias físicas son inductivo-deductivas, pues ascienden desde la experiencia hasta principios universales, y luego pueden organizarse deductivamente, como en un sistema axiomático que sigue las reglas de la lógica. Los principios (leyes, hipótesis) son axiomas de los que se deducen los hechos conocidos, y que permiten predecir fenómenos futuros (por ejemplo, conociendo las leyes planetarias, se prevén los sitios por donde pasará un planeta). La serie de proposiciones encadenadas deductivamente se llama teoría.
Teoría es el conjunto organizado de conocimientos científicos, a partir de ciertos presupuestos iniciales (por ejemplo la relatividad, la teoría cuántica, la teoría atómica, etc.). Algunas ciencias, como la geografía o la historia, son más bien descriptivas, y no se configuran de este modo: su objetivo es dar a conocer datos y hechos concretos, situarlos espacio-temporalmente, con cierto orden. Pero estas ciencias, que podríamos llamar descriptivo-concretas, dependen de otras que examinan en abstracto las causas y principios de esos hechos: son las ciencias abstractas y explicativas. En su génesis histórica, estas últimas suelen comenzar por una fase empírica, en la que se van recogiendo datos y se formulan por inducción leyes más bien restringidas; poco a poco, a medida que la investigación avanza, se proponen explicaciones más altas, y se va formando la teoría científica. A veces la teoría puede presentarse en una forma más o menos axiomatizada (por ejemplo la mecánica de Newton); en otros casos no es posible o no hace falta (por ejemplo, la biología), aunque de todos modos las experiencias siempre son guiadas por principios superiores.
En el cuerpo ordenado de una ciencia pueden distinguirse diversos niveles:
1) hechos singulares reconocidos y expresados en las proposiciones básicas. Los hechos singulares contemplados por las ciencias no son puras sensaciones -como ya hemos dicho- sino que presuponen una intelección, a veces propia del conocer ordinario, y otras veces inherente a la misma interpretación científica (por ejemplo, datos sobre la masa, el peso específico, la temperatura). Si la teoría cambia, también cambia la intelección del hecho, aunque permanece su base sensible;
2) leyes que explican grupos de hechos (por ejemplo, la ley de Boyle-Mariotte);
3) principios superiores que explican diversas leyes, y de los que depende toda la teoría. Así, la teoría de la gravitación de Newton simplifica y recoge las leyes de Copérnico, Kepler y Galileo, y a su vez es recogida por la teoría de la relatividad de Einstein.
Naturalmente caben niveles intermedios. La ciencia se va desarrollando, ampliando, en un pasar continuo de unos niveles a otros: las leyes permiten inferir nuevos hechos, que al conocerse ayudan a mejorar la formulación de las leyes, o a inducir otras ulteriores; los principios dan pie para prever leyes más particulares, que luego se comprueban. La llegada de nuevos datos, positivos o negativos, sirve para reajustar constantemente las teorías.
En la práctica, las ciencias no se adecúan rigurosamente a este orden. Existen teorías muy universales (por ejemplo, la relatividad), y otras más restringidas (la teoría cinética de los gases). Además, no existe una sola teoría física, sino múltiples, para distintos campos de estudios, aunque a veces unas se superponen a otras, y pueden llegar a unificarse, o incluirse una en otra (así la mecánica clásica es como un caso-límite de la mecánica cuántica). Existen también teorías rivales (en otros tiempos, las teorías corpuscular y ondulatoria de la luz), y naturalmente, algunas teorías han sido eliminadas por la prueba de la experiencia (como las teorías del éter).
Aceptabilidad de las teorías. Una teoría científica puede ser desautorizada por pruebas decisivas contrarias, como sucedió con la teoría astronómica de Ptolomeo; pero al descubrirse la falsedad de los principios supremos en que se apoyaba, no por eso se destruyen todos los elementos de la teoría: los más cercanos a la experiencia se mantienen, aunque han de ser explicados de otro modo. En la historia de la física moderna más bien se observa que las teorías antiguas no se destruyen, sino que se purifican e incorporan a las nuevas teorías: la mecánica de Newton no ha sido «falseada» por la teoría de la relatividad y la teoría cuántica, ya que sigue siendo válida a cierto nivel.
Las teorías no son necesariamente hipotéticas; algunas son verdaderas, cuando consta la verdad de sus principios, aunque tengamos de ellas, en este terreno, una certeza física y no metafísica. Así, la teoría atómica en el siglo pasado era hipotética, y ya no lo es en este siglo. No se opone esto a la revisabilidad de las teorías, que en el caso de ser ciertas, no por eso son construcciones cerradas o plenamente acabadas: son una réplica parcial de la realidad, y por eso no sólo son mejorables, sino que con el tiempo podrán ser sustituidas por teorías mejores, más perfectas, más útiles, sin perjuicio de la verdad.

Algunas teorías son hipotéticas, y no sabemos si lo serán siempre, como decíamos al referirnos a las hipótesis. Por ejemplo, la tesis de la dualidad onda-corpúsculo de la teoría cuántica por ahora parece más bien un postulado que una certeza; algo semejante cabe decir de las teorías sobre la formación del universo.

(Tomado de "lógica", de J.J Sanguineti)

domingo, 14 de junio de 2015

Principios matemáticos y lógicos


La matemática es una ciencia esencialmente deductiva. Opera partiendo de principios formales, no necesariamente reales, que son enunciados básicos y primeros que formulan ciertas características de los objetos matemáticos; suelen llamarse axiomas o postulados: la matemática clásica consideraba que los axiomas eran principios verdaderos, mientras que los postulados no eran conocidos como verdaderos ni falsos, de modo que se asumían como hipótesis de trabajo. La matemática moderna parece haber eliminado esta distinción, dando al término axiomas el sentido de un simple postulado: los principios matemáticos ahora no se formulan según un criterio de evidencia material (por inducción a partir de la realidad), sino por simple evidencia formal (en el sentido de no-contradicción). Pero ya veremos que no pueden eliminarse en matemáticas algunos axiomas en el sentido clásico.

Algunos principios matemáticos son consecuencia de libres construcciones ideales, no fruto de la inducción, y por tanto no son ni verdaderos ni falsos. Al moverse la matemática en la abstracción cuantitativa, se desentiende de la realidad extramental, sobre todo en las elaboraciones sumamente abstractas de los dos últimos siglos. Posee, por eso, un amplio margen de libertad para construir definiciones (conceptos de razón), y para proponer axiomas, juicios en que entran construcciones matemáticas (por ejemplo, espacios de n dimensiones), que no se contradicen entre sí (por ejemplo, la recta de la geometría euclidiana no es la misma que la recta de las geometrías de Riemann y Lobatchewski). El objeto de la matemática es un ente de razón (si no puede existir en la realidad) o bien un ente posible (en el caso de que pueda existir) que a veces encontrará un refrendo en la realidad física.

Los principios matemáticos no son arbitrarios, pues se sujetan a la no-contradicción, y se han elaborado partiendo de una abstracción originaria de la cantidad real. La matemática no es una ciencia puramente convencional, pues como mínimo se somete a la ley de la no-contradicción aplicada al ámbito cuantitativo. Ninguno de sus axiomas puede negarse sin contradicción, aunque sí pueden negarse las definiciones, cambiando el concepto o el sentido del nombre (por ejemplo, definir la recta de un modo u otro). Por otra parte, la idea de cantidad -número y dimensión- no es una invención humana, sino que se ha tomado abstractivamente de la multiplicidad de entes y de la extensión corpórea, fundamentos últimos de la ciencia matemática.

Existen principios matemáticos reales, leyes de la cantidad como tal, obtenidos por inducción, inmediatamente evidentes, y que están implícitos en todo razonamiento matemático. Por ejemplo, «dos cantidades iguales a una tercera son iguales entre sí», «el todo es mayor que la parte», son enunciados que se aplican a las cantidades reales, y ni siquiera de un modo aproximado, sino exacto. No tiene importancia que estos principios sean muy pocos, y que no aparezcan explícitamente en los sistemas axiomáticos (pueden estar presupuestos). 

Lógicamente los principios convencionales a que antes nos referíamos no sólo son más numerosos, sino que pueden ser indefinidos; pero todos ellos se basan en estos principios reales, que la filosofía de la metafísica examina a fondo.

Algo semejante ocurre con los principios de la lógica simbólica, aunque los signos lógicos se refieren no ya a la cantidad, sino a las segundas intenciones. La lógica formal se fundamenta en el principio de no-contradicción, ley lógica y principio real del ente.

El método axiomático. Las ciencias deductivas, como la matemática y la lógica formal, se construyen actualmente según el método axiomático. En lógica, este método se basa en la construcción de una serie de enunciados formales -compuestos de signos variables, cuyo significado material se deja de lado por abstracción-, de modo que casi todos ellos se deducen de unos pocos, tomados como axiomas indemostrables.

Las relaciones entre los signos se llaman sintácticas. El cuerpo de todos esos enunciados constituye un Sistema lógico deductivo formal, una Teoría deductiva, o un Lenguaje formalizado y axiomatizado. Un sistema formal consta esencialmente de: a) signos primitivos; b) signos introducidos por definición; c) reglas de formación, para establecer expresiones con sentido entre los signos; d) axiomas, o enunciados indemostrables; e) reglas de inferencia, que establecen el modo en que se pueden usar los axiomas para efectuar deducciones; 0 pruebas, o demostraciones en las que, partiendo de los axiomas y aplicando las reglas, se obtienen nuevos enunciados, que se consideran demostrados (teoremas).

La relación de los signos con su significado se llama relación semántica. Una vez que se estudia la estructura interna de un sistema formal, se puede considerar su aplicación a ciertos objetos externos al sistema, a través de relaciones semánticas. Con la referencia semántica de los signos a un universo de objetos reales o posibles (universo llamado modelo), se dice que un sistema es interpretado.

Desde el punto de vista sintáctico, un sistema deductivo aspira a tener las siguientes propiedades; a) consistencia, o no contradicción, condición básica sin la cual el sistema no existe; b) completitud, o capacidad de los axiomas de demostrar todas las fórmulas válidas en su dominio, aunque a veces esto no es posible; c) independencia de los axiomas, de manera que uno no pueda ser deducido de otro; d) decidibilidad de las fórmulas, cuando existe un mecanismo automático para demostrarlas o refutarlas, lo cual muchas veces no se consigue.

Hay procedimientos que demuestran, en algunos casos, la existencia o no de estas propiedades para determinados niveles de los cálculos lógico-matemáticos. Estos estudios reflexivos de un sistema formal sobre sus propias características, se denominan metalógicos (o también metateoréticos). La metalógica comprende pues una sintaxis, una semántica, y también una pragmática, cuando se considera la relación de los signos con los individuos que los emplean.

Ya desde los años 30, con algunos importantes teoremas del matemático K. Gódel, se han demostrado los límites del formalismo axiomático. Los sistemas lógico-formales no son autosuficientes: no pueden autodemostrar su consistencia con sus propios medios, y en ciertos niveles son incompletos e indecidibles. Están como gobernados desde fuera por la mente humana, que intuye más allá de las fórmulas demostrables.


Como sucede en las matemáticas, el convencionalismo de los sistemas axiomáticos es limitado, ya que están regulados por la no-contradicción que, aunque no comparezca en los axiomas formales (o aunque pueda deducirse de un teorema), constituye su principio real lógico-metafísico. Además, su utilidad es del mismo alcance que la lógica formal del raciocinio: aseguran la coherencia, mas no la verdad material, y son aplicables sólo a las ciencias deductivas. Por eso la fundamentación formal de una ciencia no ha de confundirse con su fundamentación real o metafísica.

(Tomado de "Lógica", de J.J Sanguineti)


sábado, 13 de junio de 2015

Tipos de principios científicos


Las ciencias operan con principios de diversa índole. Hay principios físicos, matemáticos y metafísicos; los hay ciertos o más o menos hipotéticos; otros son universales o particulares. Cada ciencia, por otra parte, los emplea en el contexto de su propio modo de argumentar.

Principios comunes y propios. Esta es la primera división de los principios del conocimiento científico. Principios comunes, primeros o metafísicos, son las verdades inmediatas y certísimas que se refieren a las propiedades del ente, o en todo caso a algunas características básicas de la realidad. Así, se puede observar que cualquier juicio, sea espontáneo o científico, presupone el principio de no-contradicción: «algo no puede ser y no ser a la vez, en el mismo sentido». Quien no admita esta verdad, ni siquiera podría hacer una afirmación con sentido; al intentar negar este principio, lo afirmaría.

Otros principios de este orden son, por ejemplo: el de causalidad, presupuesto de las ciencias físicas; el de la identidad comparada («dos cosas idénticas a una tercera son iguales entre sí»), que se aplica especialmente en las matemáticas; el de finalidad, que es muy claro en los vivientes y en el obrar humano; el de bondad moral, primer principio práctico («hay que hacer el bien y evitar el mal»); el del conocimiento de la verdad, o persuasión de que el hombre puede conocer algunas verdades, lo cual es presupuesto de cualquier ciencia.

El conocimiento espontáneo advierte estos principios con facilidad, pues son inmediatos al ejercicio de la inteligencia y, una vez recibidos de la experiencia, permanecen en ella como un hábito intelectual (hábito de los primeros principios). Por eso no sólo son verdades ciertas, sino que están dotados de la máxima certeza, y son fundamento de la certeza de las demás verdades universales (negarlos supone caer en el escepticismo). Esto no significa que su aplicación en casos concretos no pueda resultar difícil a veces, y que el hombre no pueda negarlos por medio de construcciones teóricas, aunque normalmente en su vida práctica los seguirá utilizando. El examen a fondo de estos principios pertenece a la metafísica.

Las ciencias particulares presuponen algunos de estos primeros principios, utilizándolos implícitamente: «los principios comunes son asumidos por cada ciencia demostrativa de una manera analógica, en la medida en que se proporcionan a ella» (In I Anal. Post., lect. 8). Algunos, como el de no-contradicción del ente, son presupuestos de cualquier ciencia; en este sentido, «los primeros principios desde los que se demuestra son comunes a todas las ciencias (...) han de aplicarse a los principios propios para demostrar» (In I Anal. Post., lect. 43), pues «los principios segundos reciben su fuerza de los primeros» (ibidem).

Naturalmente, la ciencia particular no reflexiona sobre la naturaleza y el último sentido de los primeros principios; hacerlo así, tanto para afirmarlos como para negarlos, implica asumir una posición filosófica.

En teología, los principios son los artículos de la fe, contenidos en las fuentes de la Revelación, y a veces declarados solemnemente como dogmas por el Magisterio de la Iglesia. Son más altos que los primeros principios metafísicos, y aún más ciertos que cualquier verdad humana, pues no se basan en la razón del hombre, sino en la misma Sabiduría de Dios. Sin embargo, la negación de algunos de los primeros principios metafísicos implica la negación de las verdades de fe (por ejemplo, si alguien dice que no puede conocer la verdad, tampoco aceptará las verdades de la fe).

Los principios propios, segundos o particulares conciernen a las ciencias particulares, pues son tesis fundamentales acerca del objeto formal de una disciplina particular, o con relación a sus nociones primitivas. Entre éstos hay una jerarquía interna, ya que unos abarcan toda la ciencia, mientras que otros se refieren más bien a algunas de sus ramas.


En las ciencias prácticas, los principios se denominan normas, leyes, reglas. Así sucede, por ejemplo, con las leyes morales, estudiadas por la ética, o con las reglas para efectuar deducciones en la lógica como arte. Un principio operativo es una regulación de los actos humanos en orden a un determinado fin: la norma no expresa lo que es, sino lo que debe ser o, mejor, lo que el hombre ha de hacer para conseguir una finalidad. Las leyes pueden ser humanas, cuando son establecidas por los hombres (por ejemplo, las reglas de un juego); divino-naturales, cuando responden a una inclinación natural puesta por el Creador; o divino-positivas, cuando son promulgadas por Dios que se revela a los hombres.

(Tomado de "Lógica", de J.J Sanguineti)

viernes, 12 de junio de 2015

Los principios del saber científico

Noción de principio

Principio (del griego, arjé) es aquello de lo que algo procede. Hay principios ontológicos, que forman parte del mundo real, como por ejemplo el punto de partida de un movimiento, o las causas y elementos constitutivos de las cosas. Aquí nos referimos sólo a los principios científicos, que son un tipo de proposiciones fundamentales en las que se contienen implícitamente los desarrollos formales de una ciencia.

Todas las demostraciones se basan en presupuestos primeros o principios, en el sentido indicado. Los principios científicos son enunciados universales e indemostrables, que son premisas de las demostraciones. Estas proposiciones, sean verdades ciertas o hipótesis, son siempre principios lógicos, pues causan el conocimiento de las conclusiones. Pero al mismo tiempo, tratándose de ciencias reales, expresan de algún modo principios reales, o que probablemente son reales, pues señalan causas del mundo existente, o características de los objetos de la ciencia.

Aunque la ciencia comienza por la observación experimental, las verdades particulares -llamadas a veces en las ciencias enunciados protocolarios, o enunciados básicos- no son los auténticos principios. Se llega a un principio cuando se alcanza una afirmación universal que permite efectuar deducciones en torno a amplios sectores de una ciencia, o incluso de toda ella; esto sucede así especialmente cuando el principio es una tesis fundamental acerca de las nociones básicas de una disciplina científica.

En las ciencias pueden existir, naturalmente, verdades importantes que se concluyen de otras, y que por tanto no constituyen verdaderos principios. Un caso peculiar se da en la metafísica, que deduce muchísimas conclusiones de una verdad como «Dios es el Ser Subsistente», que expresa el Principio radical y último del universo; sin embargo, para la filosofía esa afirmación no es un primer principio, sino una conclusión demostrable del conocimiento inmediato y universal de los entes, que conocemos por experiencia.

Acerca de los principios, se plantean una serie de interrogantes: cómo se alcanzan, cómo se usan, y qué valor de verdad poseen. Examinarlos en particular exige distinguir las diversas clases de principios.

No hay que pensar que siempre se procede deductivamente a partir de ellos. Esto sucede sólo con los axiomas matemáticos, cuyos términos la mente conoce con tal claridad, que puede pasar fácilmente a la deducción. Pero los principios de la filosofía, de las ciencias naturales y humanas, se emplean más bien como premisas orientativas, que guían la investigación. Es necesario acudir una y otra vez a la experiencia, interpretando los nuevos datos a la luz de los principios.

(Tomado de "Lógica", de J.J Sanguineti)


Fiesta del Sagrado Corazón


En la tradición patrística y medieval no se encuentra de lo que constituirá más tarde la devoción al Sagrado Corazón, más que algunos textos que comentan la acción de S. Juan, reclinado sobre el pecho del Señor, o la herida del costado traspasado por la lanza, cuando estaba en la Cruz. La devoción a la llaga del costado que se desarrolló en la Edad Media puede considerarse como el primer jalón de la devoción al Sagrado Corazón.

SAN JUAN Y EL PECHO DE JESÚS: Edad Media: revelación de santa Gertrudis en la fiesta de san Juan

En la solemnidad del Apóstol San Juan, asistía Gertrudis a los Maitines con gran devoción cuando se le apareció el discípulo a quien tiernamente amaba Jesús, dándole inequívocas muestras de amistad: Díjole ella: "¿Qué podré alcanzar yo miserable, en esta tu solemnidad tan consoladora?" Y Él contestó: "Ven conmigo, escogida de mi Señor, descansemos juntos sobre el dulce pecho en que están escondidos los tesoros de toda bienaventuranza". Y tomándola en espíritu, llevóla consigo a la amable presencia del Salvador; colocóla a la derecha y Él se inclinó para descansar a su izquierda. 

Y estando ambos suavemente recostados en el regazo de Jesús, tocando San Juan amorosa y reverentemente con el índice en el pecho del Señor, dijo a Gertrudis: "Este es el Santo de los Santos que trae hacia sí todo el bien del cielo y de la tierra"... Sintiéndose inefablemente recreada con los santísimos latidos con que sin cesar se agitaba el corazón divino, Gertrudis dijo a Juan: ¿Sentiste tú, amado del Señor, por ventura, el gusto de estos santísimos latidos, cuando en la cena te recostaste sobre el mismo pecho dulcísimo, como yo ahora lo siento?" Y él respondió: "Sentílos de verdad y experimentólos dulcemente, y su suavidad penetró en mi alma, cual nunca podrá penetrar, en el agua miel un bocado de pan tierno. Encendióse con ellos tan de veras mi alma cual pudiera hervir el agua en una inmensa hoguera." Y repuso ella: "¿Porqué, pues, lo pasaste tú en silencio, y no escribiste algo que nos lo hiciese sospechar siquiera para nuestro provecho?" Mi misión—respondió—era manifestar a la Iglesia naciente con una sola palabra el Verbo increado de Dios Padre; y esta sola palabra podrá satisfacer al entendimiento de todo el género humano hasta el fin del mundo. Pero él dulcísimo lenguaje de los latidos del corazón divino se ha reservado para los tiempos modernos, a fin de que el mundo viejo y tibio pueda calentarse de nuevo con la revelación de este misterio”.


(Tomado de "El año litúrgico", de Dom Gueranger)



(30) Perlitas de filosofía

Quae autem finem cognoscunt ipsum apprehendunt vel cognitione sensitiva tantum, et ex instinctu ad finem determinantur, vel cognitione intellectiva et universali, et libera electione bonum apprehensum prosequuntur.


Los entes que pueden conocer el fin hacia el cual tienden lo conocen o por mero conocimiento sensible, y tienden hacia él por instinto, o por conocimiento intelectual y universal, y tienden hacia él  por libre elección.

(Tomado de "Ethica", de Stanislao Lortie)
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Nadie ama lo que no conoce. Y amar es tender hacia...

Nadie tiende hacia lo que totalmente desconoce. A toda tendencia, a todo querer, debe preceder algún modo de conocimiento, de otra manera no se tendería de ninguna manera. Dice santo Tomás:

"Bonum autem non est obiectum appetitus, nisi prout est apprehensum"

"El bien no es objeto del apetito, sino en cuanto es conocido". (I-II, Q.27, a2, co.)

Ahora bien, como ya se dijo en otra parte, podemos conocer a nivel sensible y a nivel inteligible. Es decir, podemos tender, querer o amar, a cualquiera de esos dos niveles. El amor sensible, es decir, el que compartimos con los animales pues ellos también lo tienen, es el amor con el cual tendemos hacia lo que captan nuestros sentidos o nuestra imaginación. Es el mundo de las pasiones, de lo emocional. 

El amor del nivel inteligible no hay que concebirlo como un frío amor ideal, abstracto, seco. No. Simplemente se llama así porque es el amor con el que tendemos hacia algo o alguien en lo cual hemos captado la idea de bien, de bueno. Es decir, no lo hemos captado como agradable a la vista, o al taco, o al gusto, sino como bueno en sí, como portador de bondad. 

Otra cosa. Santo Tomás usa las palabras bien y fin de forma intercambiable, es decir, unas veces usa la una, otras veces usa la otra, como a manera de sinónimos. Y es que en cierta forma lo son.

Todo agente tiende a un fin, pero todo agente tiende solo hacia aquello que ha captado como bueno (en sí o para sí), por tanto tender hacia un fin y hacia un bien, viene a ser sinónimo. Bien y fin se identifican. Todo bien puede ser fin de una apetencia, y todo fin debe ser bueno bajo algún aspecto.

Y si bien es cierto que a veces las personas buscan lo malo, no lo hacen en cuanto malo, sino en cuanto que perciben algo bueno en ello. Como el suicida, que hace algo malo, pero en cuanto lo percibe como liberación, solución, alivio, que es para él, en aquel momento, algo bueno. Eso se llama simplemente equivocarse en la apreciación del fin.

Finalmente hay que tener en cuenta que la apreciación de los fines y de los bienes en el nivel sensible, en el caso del hombre, debe ir sujeta a la apreciación de los fines y de los bienes en el nivel inteligible. Puesto que muchas veces se presentan conflictos, en los cuales un bien del nivel sensible es incompatible con un bien del nivel inteligible, por ejemplo:

El trabajador que, en ausencia del jefe, se acuesta a dormir en la oficina, o se ausenta para satisfacer el antojo de un helado. Ambos bienes del orden sensible. Pero en ese caso, debe primar el bien de orden inteligible que es el cumplimiento del deber. Eso es lo que se quiere decir cuando se afirma que lo sensible debe ordenarse a lo inteligible.

De hecho muchos, si no todos, de los problemas individuales y sociales, tienen su causa en ese desorden que se produce en una personalidad cuando los fines y bienes sensibles le ganan la partida a los bienes de orden superior. Todos lo experimentamos en algún momento de nuestras vidas. 


Leonardo R.

jueves, 11 de junio de 2015

LIBRO: Lecturas para niños

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Estas capturas de pantalla muestran el contenido del libro. Se trata de temas importantes presentados en lenguaje sencillo:




(29) Perlitas de filosofía

Finis in genere est id propter quod aliquid fit.

Fin, en general, es aquello a causa de lo cual algo se hace

Finis dividitur:

a) In finem operis et operantis. Finis operis est id ad quod opus natura sua ordinatur. Finis operantis est id quod agens pro lubitu agendo intendit.

El fin se divide en:

a) Fin de la obra y fin del que obra. Fin de la obra es aquello a lo cual se ordena de suyo la acción. Fin del que obra es aquello que busca quien realiza la acción.

b) In finem proximum, intermedium et ultimum. Finis proximus est bonum ad quod immediate tendit opus vel operans. Finis ultimus est bonum propter se appetitum, caetera autem propter ipsum. Finis intermedius est bonum non propter se appetitum, sed propter aliud ad quod ducit.


b) En fin próximo, intermedio y último. Fin próximo es el bien hacia el cual directa e inmediatamente tienden la acción o el agente. Fin último es el bien buscado o intentado por sí mismo mediante la acción, de forma que lo demás es buscado o intentado a causa de él. Fin intermedio es el bien que no se apetece por sí, sino por otro hacia el cual conduce.

(Tomado de "Ethica", de Stanislao Lortie)
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El principio de finalidad afirma que cada vez que es realizada una acción, dicha acción se realizada por un fin, en busca de un fin.

En el caso de los agentes (agente es el nombre técnico usado para referirse a quien ejecuta una acción, viene del verbo latino "agere", que significa obrar) racionales, estos tienen el privilegio de conocer el fin como tal, y poder, por tanto, ordenar los medios para su consecución.

Sin embargo, santo Tomás afirma que no solo los agentes racionales obran por un fin, sino todos los agentes, estas son sus propias palabras:

"Todo agente obra necesariamente por un fin. En efecto, en una serie de causas ordenadas entre sí, no se puede eliminar la primera sin suprimir también las otras; y la primera de todas las causas es la final. La razón de esto es que la materia no alcanza la forma sin la moción de la causa agente, pues nada puede pasar por sí mismo de la potencia al acto. Pero la causa agente sólo actúa en vista del fin. Si un agente no estuviera determinado a lograr algo concreto, no haría una cosa en vez de otra, porque, para que produzca un efecto determinado, tiene que estar determinado a algo cierto, lo cual tiene razón de fin. Esta determinación la realiza en los seres racionales el apetito racional, que llamamos voluntad; en los demás seres la lleva a cabo la inclinación natural, que también se llama apetito natural". (I.II, Q.1, a2)

De la consideración precisamente de este hecho, es decir, de la consideración de que en el universo hasta las plantas  y los seres inertes, siguen unos patrones de acción determinados y con fines claros y específicos, santo Tomás construye una de sus pruebas para demostrar la existencia de Dios (la quinta vía), pues dado que todo obra por siempre por un fin, incluso los entes que carecen de conocimiento, es necesario que estén ordenados a dicho fin por un ser inteligente (como el arquero ordena el movimiento de la flecha). Estas son las propias palabras de santo Tomás:

"La quinta se deduce a partir del ordenamiento de las cosas. Pues vemos que hay cosas que no tienen conocimiento, como son los cuerpos naturales, y que obran por un fin. Esto se puede comprobar observando cómo siempre o a menudo obran igual para conseguir lo mejor. De donde se deduce que, para alcanzar su objetivo, no obran al azar, sino intencionadamente. Las cosas que no tienen conocimiento no tienden al fin sin ser dirigidas por alguien con conocimiento e inteligencia, como la flecha por el arquero. Por lo tanto, hay alguien inteligente por el que todas las cosas son dirigidas al fin. Le llamamos Dios". (I, Q.2, a3)

A medida que se profundiza en el concepto de fin, se va viendo con claridad su importancia en el orden de la moralidad de las acciones. Y se van teniendo cada vez más elementos de juicio para comprender lo fundamental que es NO ERRAR en la elección del fin de nuestra vida.

¿Por qué hago lo que hago? ¿Hacia dónde me dirijo? si se analiza mi conducta a la luz del fin, ¿Qué fin se revelaría en ella? ¿Qué he elegido yo como fin último? si he elegido bien mi fin último ¿Ordeno correctamente hacia dicho fin mis acciones?


Leonardo R.