jueves, 18 de septiembre de 2014

Artículo de Garrigou-Lagrange sobre la nueva "teología"

Ponemos a disposición de todos aquellos a quienes se les facilite la lectura en inglés, un luminoso texto del padre Garrigou-Lagrange, uno de los últimos teólogos tomistas que hubo en el pasado siglo XX. En este texto el padre analiza los principios de la nueva teología, mostrando que esta teología se edifica sobre una definición relativista de la verdad que ya no es más la definición católica, y da lugar, por tanto, a una teología dañina y abiertamente errada. 

Hoy, más de 50 años después de los desastres del concilio, y cuando vemos las consecuencias negativas del triunfo de esa nueva teología que el padre denunciaba con tanta sabiduría, podemos apreciar con mayor certeza el valor de este escrito.


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miércoles, 17 de septiembre de 2014

Dos volúmenes de filosofía escolástica

Les presento dos volúmenes de esos antiguos que presentan en forma sistemática compendios de filosofía escolástica. Son pocos los libros de este tipo que es posible encontrar en castellano, ya que la mayoría están en latín y son, por tanto, de difícil lectura para la inmensa mayoría de los interesados actualmente.

 TOMO 1

TOMO 2

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lunes, 15 de septiembre de 2014

CONSAGRACIÓN DE SÍ MISMO A JESUCRISTO, LA SABIDURÍA ENCARNADA, POR LAS MANOS DE MARÍA

¡Oh Sabiduría eterna y encarnada! ¡Oh muy amable y adorable Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, Hijo único del Padre eterno y de María siempre Virgen! Os adoro profundamente en el seno y en los esplendores de vuestro Padre, durante la eternidad, y en el seno virginal de María en el tiempo de vuestra encarnación.

Os doy gracias porque os habéis anonadado tomando la forma de esclavo para sacarme de la cruel esclavitud del demonio; os alabo y glorifico, porque os dignasteis someteros a María, vuestra santa Madre, en todas las cosas, a fin de hacerme por Ella vuestro fiel esclavo.

Mas, ¡ay!, que ingrato e infiel como soy, no os he cumplido los votos y las promesas que tan solemnemente os hice en mi bautismo; no merezco ser llamado vuestro hijo ni vuestro esclavo; y como nada hay en mí que no merezca vuestra repulsa y vuestra cólera, no me atrevo a acercarme por mí mismo a vuestra santa y augusta Majestad.

Por eso he recurrido a la intercesión y a la misericordia de vuestra Santísima Madre, que Vos me habéis dado por medianera para con Vos; y por este medio espero obtener de Vos la contrición y el perdón de mis pecados, la adquisición y la conservación de la Sabiduría.

Os saludo, pues, ¡oh María Inmaculada!, tabernáculo viviente de la divinidad, donde la Sabiduría eterna escondida quiere ser adorada de los ángeles y de los hombres.

Os saludo, ¡oh Reina del cielo y de la tierra!, a cuyo imperio está todo sometido, todo lo que está debajo de Dios.

Os saludo, ¡oh refugio seguro de pecadores, cuya misericordia no faltó a nadie! escuchad los deseos que tengo de la divina Sabiduría, y recibid para ello los votos y las ofertas que mi bajeza os presenta:
Yo, N****, pecador infiel, renuevo y ratifico hoy en vuestras manos los votos de mi bautismo; renuncio para siempre a Satanás, a sus pompas y a sus obras, y me entrego todo entero a Jesucristo, la Sabiduría encarnada, para llevar mi cruz en pos de Él todos los días de mi vida, y a fin de serle más fiel de lo que he sido hasta ahora.

Os escojo hoy, ¡oh María!, en presencia de toda la corte celestial por mi Madre y Señora. Os entrego y consagro, en calidad de esclavo, mi cuerpo y mi alma, mis bienes interiores y exteriores y aun el valor de mis buenas acciones pasadas, presentes y futuras, dejándoos entero y pleno derecho de disponer de mí y de todo lo que me pertenece, sin excepción, a vuestro beneplácito, a mayor gloria de Dios en el tiempo y en la eternidad.

Recibid, ¡oh Virgen benigna!, esta pobre ofrenda de mi esclavitud en honor y unión de la sumisión que la Sabiduría eterna se dignó tener a vuestra maternidad;  en homenaje al poder que ambos tenéis sobre este insignificante gusanillo y miserable pecador, y en acción de gracias por los privilegios con que la Santísima Trinidad os ha favorecido.

Protesto que en adelante quiero, como verdadero esclavo vuestro, buscar vuestro honor y obedeceros en todas las cosas.

¡Oh Madre admirable!, presentadme a vuestro querido Hijo en calidad de esclavo eterno, a fin de que habiéndome rescatado por Vos, me reciba por Vos.

¡Oh Madre de misericordia!, hacedme la gracia de obtener la verdadera sabiduría de Dios, y de ponerme para ello en el número de los que Vos amáis, de los que enseñáis, guiáis, alimentáis y protegéis como a vuestros hijos y esclavos.


¡Oh Virgen fiel!, hacedme en todas las cosas tan perfecto discípulo, imitador y esclavo de la Sabiduría encarnada Jesucristo, vuestro Hijo, que por vuestra intercesión y a vuestro ejemplo, llegue yo a la plenitud de su edad sobre la tierra y de su gloría en los cielos. Así sea.


El ser, acto propio de la substancia.



El ser de la sustancia y de los accidentes

Hablando con precisión, sólo es lo que tiene el ser como algo propio, lo que existe separado e independiente; y esto sólo corresponde a la sustancia. Por el contrario, «los accidentes, como no subsisten, no tienen propiamente ser, sino que más bien su sujeto es, de un modo u otro, según esos accidentes»; la cantidad de un caballo no es, ni tampoco su color o su figura, sino que el caballo es pesado, es blanco y esbelto, justamente por tener esos accidentes.

En definitiva, los accidentes no poseen un acto de ser «en propiedad», sino que dependen del ser de su sustancia; así, la medida de 5 kilos sólo existe en un cuerpo que tenga ese peso. Esto no significa que los accidentes no sean nada, sino que sólo son -es decir, son reales- en cuanto forman parte de un sujeto, constituyendo determinaciones suyas. Por tanto, el accidente implica siempre imperfección, ya que «su ser consiste en ser en otro y depender de él y, por consiguiente, en entrar en composición con un sujeto».

Otra manera de entender que los accidentes no tienen ser propio, es observar que sólo hablamos de generación y corrupción -adquisición y pérdida de ser- en el caso de la sustancia. La blancura, por ejemplo, no se genera ni se corrompe, sino que son los cuerpos los que se vuelven blancos o pierden este color. Sólo decimos que los accidentes se hacen o se corrompen, en cuanto su sujeto empieza o deja de ser en acto según esos accidentes.

La sustancia, ente en sentido propio

Como consecuencia del diverso modo en que les conviene el ser, «ente» se predica de la sustancia y de los accidentes en sentido análogo: de manera en parte igual -ambos son- y en parte distinta, pues la sustancia es en virtud de un acto de ser propio, y los accidentes son apoyándose en la sustancia. De ahí que el nombre de ente se atribuya con propiedad a la sustancia. Por el contrario a los accidentes más bien habría que llamarlos «algo del ente».

En la predicación analógica siempre hay una realidad a la que el término análogo conviene de modo principal y propio, mientras que a otras realidades se les aplica por su relación con esa primera. Por ejemplo, los diversos sentidos de la libertad (política, de expresión, de enseñanza, etc.) remiten a un significado primero, que es la libertad personal. En el caso del ente, el analogado principal es la sustancia, siendo los accidentes los analogados secundarios, que se llaman entes sólo por su relación con la sustancia de tal modo que si se quitara la sustancia, se suprimirían también los otros significados de ente. En este sentido, la sustancia es el fundamento de todos los demás modos de ser. Los accidentes pueden llamarse «entes» porque dicen relación a la sustancia: bien porque son su cantidad o cualidades, o bien cualquier otra determinación suya.

El compuesto de sustancia y accidentes

Después de considerar la naturaleza propia de estos dos modos de ser, interesa poner de manifiesto de qué manera se relacionan en la realidad de cada ente singular.

Distinción real

La sustancia y los accidentes son realmente distintos. Esto se advierte con claridad al observar los cambios accidentales, en los que algunas perfecciones secundarias desaparecen para dar paso a otras nuevas, sin que por ello cambie la sustancia en sí misma. Esas mutaciones sólo son posibles si los accidentes son algo realmente distinto del sujeto en el que inhieren; por ejemplo, el color de una manzana es algo distinto de ella misma, y prueba de ello es que las manzanas cambian de color cuando maduran, sin dejar de ser lo que son.

Pero no sólo son distintos de la sustancia los accidentes fácilmente mudables, sino todos, precisamente en virtud de la esencia de cada uno de ellos. Así, a la cantidad le conviene por naturaleza ser divisible, mientras la sustancia por sí misma es algo uno e indivisible; si la relación es una referencia a otro, la sustancia, en cambio, indica algo independiente.

De estos dos elementos del compuesto el más importante, como ya hemos visto, es la sustancia, que tiene una consistencia real superior a la de los accidentes. La sustancia determina precisamente el contenido fundamental de las cosas, les hace ser lo que son: flor, elefante, hombre. Los accidentes, por el contrario, dependen del núcleo sustancial y son determinaciones suyas.

Unidad del compuesto

La distinción real que acabamos de afirmar parece comprometer la unidad del ente concreto; y así sucede, en efecto, en aquellas doctrinas que conciben la sustancia como un sustrato desvinculado de los accidentes, que simplemente se yuxtaponen a ella de modo extrínseco. Por el contrario, hay que decir que la distinción real de sustancia y accidentes no destruye la unidad del ente, pues no son varios entes que se unen para formar un conjunto, como los diversos elementos decorativos que componen una habitación. Hay un solo ente en sentido propio, que es la sustancia; lo demás, como hemos visto, es únicamente «algo de ella». Por ejemplo, un árbol, aunque tiene muchas características accidentales, no deja de ser uno. Los accidentes no son algo ya acabado, realidades autónomas que se suman a la sustancia, sino sólo modificaciones suyas que la completan, y por tanto no dan lugar a una pluralidad de cosas yuxtapuestas.

La unidad del compuesto se nos hace patente también en el caso de las operaciones; por ejemplo, un animal realiza muchas acciones diversas, que no menoscaban su unidad; al contrario, todo su obrar forma un conjunto unificado y armónico, precisamente porque el sujeto que actúa es único; así en el caso del hombre, no es la inteligencia la que entiende y la voluntad la que quiere, sino la persona por medio de esas facultades, y por eso todas sus operaciones gozan de una unidad profunda.

En las doctrinas empiristas la sustancia es concebida como algo permanente, inmóvil e invariable, que subyace al flujo de los cambios accidentales. De esta manera, en lugar de unidad tendríamos mera yuxtaposición entre sustancia y accidentes. En realidad, los accidentes son algo de la sustancia y el cambio accidental supone que la sustancia misma cambia, aunque sólo sea accidentalmente. En el empirismo la sustancia, como fondo totalmente inmóvil, queda reducida en definitiva a un elemento del que se puede prescindir.

El ser, fundamento de la unidad de sustancia y accidente.

El ente es un cierto todo, compuesto de una sustancia y unos accidentes determinados. Se trata, pues, de elementos que forman una unidad, y no se encuentran separados; en la realidad no se dan accidentes sin sustancia, ni sustancia sin accidentes. No obstante, estas realidades están a distinto nivel, porque los accidentes dependen del ser de la sustancia, y no al revés. Por tanto, el compuesto o el todo es en virtud del acto de ser (actus essendi) de la sustancia, del que participan también cada uno de sus accidentes.

El ser propio de cada cosa es sólo uno. Por eso, toda la realidad sustancial y accidental de un ente, «es» en virtud de un único acto de ser, que pertenece propiamente a la sustancia. El ente posee el ser según un modo determinado por su esencia específica, que es la esencia de la sustancia; y de esa perfección sustancial derivan una multitud de perfecciones accidentales, correspondientes a ese modo de ser. Por ejemplo, cada hombre es un único ente que posee el ser según su esencia o naturaleza humana, y de ese grado de intensidad de ser surgen sus perfecciones accidentales: una determinada complexión corporal, un conjunto de facultades sensitivas y motoras, las operaciones espirituales, etc.
En el ente hay, pues, un único ser (actus essendi), que es el de la sustancia; en virtud de ese mismo ser son reales también los accidentes, que carecen de ser propio. Algunos tomistas, sin embargo, hablan de que los accidentes tienen un ser distinto del de la sustancia, oscureciendo así la unidad radical del ente. Santo Tomás, en efecto, utiliza en ocasiones la terminología esse substantiale y esse accidentale, pero en esos casos esse no parece significar estrictamente el actus essendi, sino que tiene un sentido más amplio: el hecho de ser real (esse in actu); y no cabe duda de que todo ente tiene realmente accidentes que son distintos de su sustancia, pero todo ello gracias a un único acto de ser que, como vimos, compete a la sustancia.

El triple modo de relacionarse la sustancia y los accidentes

Para completar este tema del compuesto de sustancia y accidentes, puede ser útil examinar brevemente los tres aspectos principales de su conexión mutua:

a)    La sustancia es sustrato del accidente, no sólo en cuanto es su soporte, sino en cuanto le da el ser.

b)    La sustancia es causa de aquellos accidentes que derivan de ella misma: la figura de un animal, por ejemplo, es un efecto de sus principios esenciales y por eso a todos los individuos de una especie les corresponde una figura similar.


c)    La sustancia tiene una capacidad pasiva (potencia) de recibir el ulterior perfeccionamiento que le confieren los accidentes, que por eso se llaman también formas o actos accidentales; por ejemplo, las operaciones, que son accidentes, constituyen como un acabamiento, una perfección para la cual su sustancia se encuentra en potencia.