martes, 4 de marzo de 2014

¿Qué es la virtud? (2)



2. La virtud en sentido estricto

Teniendo en cuenta lo anteriormente dicho puede darse todavía un último paso para llegar al sentido más propio y estricto de virtud. En este empeño nos vamos a servir de dos definiciones clásicas. Una es de Aristóteles y dice así: "virtud es lo que hace bueno al que la posee y torna buenas las obras del mismo”. Otra es de San Agustín y reza del siguiente modo: ''virtud es una cualidad buena de la mente por la cual se vive rectamente y de la cual nadie usa mal". Comencemos por la primera.

La virtud hace bueno al que la posee, es decir, lo perfecciona, pues bueno es sinónimo de perfecto. La perfección que la virtud proporciona ya hemos visto que es intermedia entre la propia de la esencia y la propia de la operación: es la perfección de las potencias activas. Pero conviene todavía aclarar un punto. El sujeto de la virtud, es decir, el hombre, puede ser bueno de una doble manera: primera, en un determinado aspecto, secundum quid: por ejemplo, buen médico, o buen orador, o buen matemático; y segunda, de forma absoluta, simpliciter, es decir, buen hombre. Pues bien, la virtud en su sentido más propio hace bueno al hombre de esta manera absoluta, lo hace sencillamente buen hombre. Hacerlo buen arquitecto o buen gramático es propio de la virtud entendida en sentido menos estricto.

Esto es lo que proporciona la base para distinguir entre las virtudes morales, que hacen al hombre bueno en absoluto, y las virtudes intelectuales, que lo hacen bueno en un determinado aspecto.

Además, la virtud torna buenas las obras de quien la posee. Con lo cual se declara que es algo que perfecciona a las facultades o potencias operativas para que lleven a cabo obras buenas. Cualquier obra buena, en efecto, debe proceder de una facultad bien dispuesta, es decir, enriquecida con la virtud. Pero llevar a cabo obras buenas puede tener el doble sentido antes apuntado: en un determinado aspecto (buenas obras de ciencia o de arte) y de un modo absoluto (buenas obras humanas). Las virtudes que dan lugar a estas últimas son las virtudes en el sentido más propio: las virtudes morales.

La segunda definición de virtud es más completa. En primer lugar se dice en ella que la virtud es una cualidad, y aún podría concretarse más diciendo que es un hábito y un hábito operativo. En segundo lugar se dice que es buena, pues los hábitos operativos pueden ser buenos o malos, es decir, que dispongan bien o mal a sus sujetos en orden a sus respectivas y congruentes operaciones. En tercer lugar se señala el sujeto de la virtud, a saber, la mente. Con esta expresión se designa la parte espiritual del hombre, o mejor, aquello por lo que el hombre es hombre, la raíz de su vida racional.

Aquí conviene hacer alguna precisión. El sujeto inmediato de las virtudes es siempre una facultad o potencia operativa y precisamente de índole racional (racional por esencia o racional por participación): pero el sujeto mediato y último es la sustancia humana y precisamente en cuanto humana o racional. La definición de virtud que estamos examinando designa al sujeto radical y último: no al inmediato; pero no está de más que se aclare cuál es ese sujeto inmediato. Hemos dicho que se trata de las potencias operativas del hombre y más concretamente de las racionales. Pero una potencia operativa puede ser racional de dos maneras: por esencia o por participación. Racionales por esencia son el entendimiento y la voluntad, que son facultades de índole espiritual o inorgánica, facultades no del compuesto humano de alma y cuerpo, sino del alma sola. En cambio, son racionales por participación todas aquellas facultades del hombre que obran bajo el influjo de la razón y de la voluntad, como los sentidos internos, los apetitos sensitivos y las potencias motoras. Sin embargo, por las razones que luego veremos, sólo los apetitos sensitivos (el concupiscible y el irascible) pueden ser sujeto de virtudes, juntamente con el entendimiento y la voluntad.

La definición que comentamos continúa diciendo que por la virtud se vive rectamente. La vida recta es la conforme a la razón, la vida honesta o moralmente buena. Con lo cual se ve que esta definición de virtud se refiere exclusivamente a las virtudes morales, que son las virtudes en el sentido más propio, como queda dicho más atrás. Y se confirma esto por lo que se añade en dicha definición, a saber, que de la virtud nadie usa mal. De las virtudes intelectuales se puede usar mal, se puede usar de la ciencia y del arte para hacer el nial moralmente hablando; lo que no es posible tratándose de las virtudes morales: nadie puede usar de la justicia o de la prudencia para hacer el mal moral. Éste es el sentido obvio de la definición de virtud que estamos examinando, y por eso es claro que se refiere a la virtud moral. Pero cabe forzar un tanto ese sentido, y entonces podría también aplicarse a la virtud intelectual. En efecto, vivir rectamente puede entenderse también en un sentido absoluto, simpliciter, que es el que corresponde al vivir moral; pero puede también entenderse en un sentido parcial, secundum quid, y entonces cualquier operación vital realizada de acuerdo con la razón será un vivir recto, por ejemplo, cualquier demostración científica en que se guarden las reglas de la Lógica. Del mismo modo, en algún aspecto, secundum quid, tampoco se puede usar mal de la virtud intelectual, pues el que usa de una ciencia o de un arte, mientras usa de ellas, no yerra en el cometido propio de las mismas: no conoce mal el que conoce científicamente, ni produce mal el que se atiene a las reglas del arte. Obrar bien o mal no tiene aquí un sentido moral, que es un sentido absoluto, sino un sentido parcial, determinado a algunas de las dimensiones de la actividad humana.


También se puede decir que la noción de virtud es análoga, con analogía de atribución intrínseca y de proporcionalidad propia. De atribución intrínseca, con un primer analogado, que son las virtudes morales, y con un analogado secundario, que son las virtudes intelectuales. Y de proporcionalidad propia, porque la relación que hay entre las virtudes morales y el bien moral es semejante a la relación existente entre las virtudes intelectuales y el bien parcial que estas proporcionan: la verdad de ésta o aquella ciencia, o la eficacia en éste o aquel arte.

Tomado de “Virtud y personalidad” de Jesús García López.

domingo, 2 de marzo de 2014

¿Qué es la virtud? (1)

LA NOCIÓN DE VIRTUD


1. Aproximación a la noción de virtud

De un modo muy general se llama virtud al principio del movimiento o de la acción. Es lo mismo que energía, potencia activa o capacidad de obrar o de hacer algo. Santo Tomás lo dice claramente: "la virtud significa el principio del movimiento o de la acción"; y también: "La virtud designa el principio de la acción". Ésta es la acepción más amplia.

En un sentido más restringido, la virtud significa la perfección de la misma potencia activa, tanto si es una perfección que dicha potencia tiene por ú misma, como si se trata de una perfección sobreañadida y complementaria, o sea, un hábito de la potencia activa que dispone a ésta de manera estable en orden a la operación perfecta o a la consecución del fin. Es lo que dice el Aquinate en este otro texto: "la virtud designa cierta perfección de la potencia. Porque la perfección de cada cosa se establece por orden a su fin, y el fin de la potencia es su acto, por lo cual una potencia es perfecta cuando está determinada a su acto. Pues bien, hay potencias que están por sí mismas determinadas a sus actos, como son las potencias naturales activas, y por eso dichas potencias naturales se llaman, sin más, virtudes. Pero las potencias racionales, que son las propias del hombre, no están unívocamente determinadas a sus actos, sino que se hallan indeterminadas respecto de muchas cosas, y así son determinadas a sus actos mediante hábitos"'.

Según esto, existen dos tipos de potencias activas. Unas rigurosamente determinadas en orden de sus actos, de suerte, que obran siempre de la misma manera y producen los mismos efectos. A veces estas potencias son totalmente activas y entonces obran constantemente, si algún obstáculo no se lo impide. Otras son, en parte pasivas, y entonces no obran sin un previo estímulo. Pero la univocidad de sus operaciones no sufre menoscabo en ninguno de estos dos supuestos. Si no se necesitan estímulos obran unívocamente sin ellos, y si los necesitan, obran del mismo modo frente a los mismos estímulos. Estas potencias activas, como tienen en sí mismas todo lo que necesitan para la determinación y perfección de sus acciones, pueden llamarse, sin más, virtudes, y así decimos, por ejemplo, que un ser viviente tiene la virtud de nutrirse, y la de crecer, y la de reproducirse.

Pero hay otro tipo dé potencias activas, las que no están unívocamente determinadas a sus actos y a sus efectos. Éstas son las potencias activas propiamente humanas o racionales, como son el entendimiento y la voluntad (que son racionales por esencia) y los apetitos sensitivos (que son racionales por participación, es decir, que reciben el influjo de la razón y de la voluntad). Estas potencias no son virtudes por sí mismas, pues carecen naturalmente de la determinación y perfección de sus acciones. Necesitan, por consiguiente, una perfección sobreañadida, un hábito que las capacite para obrar bien en orden a su fin; perfección y hábito que merecen propiamente el nombre de virtud.

Es en esta última acepción en la que Santo Tomás llama a la virtud "complemento de la potencia activa" y también "lo último en cada potencia". Véanse estos dos textos: "La virtud, según el significado de su nombre, designa el complemento de una potencia (activa); y por esto también se llama fuerza, en tanto que una cosa cualquiera, por la potestad completa que tiene, puede realizar su impulso o su movimiento. Las virtudes, pues, con arreglo a su nombre, designan la perfección de la potencia"; "Según Aristóteles, la virtud es cierta perfección y se entiende que lo es de una potencia en orden a su efecto máximo. Porque la perfección de una potencia no se obtiene en cualquier operación, sino en la que presenta cierta magnitud o dificultad: ya que toda potencia, por imperfecta que sea, puede realizar ella sola una operación módica o débil. Por ello es propio de la virtud versar sobre lo difícil y bueno”. Tenemos, pues, que la virtud es la perfección de una potencia activa, perfección sobreañadida a modo de complemento y que lleva a dicha potencia al máximo de su capacidad. Mas como la perfección se dice de muchas maneras, conviene determinar aquí qué tipo de perfección es el que la virtud procura o constituye.

Una cosa cualquiera puede ser perfecta de tres modos: en cuanto a su esencia, en cuanto a su operación y al fin alcanzado por ella, y en cuanto a la disposición conveniente de sus facultades en orden a la perfecta operación de las mismas. Santo Tomás lo dice así: "La perfección de una cosa es triple. En primer lugar en cuanto a la constitución de su ser (es decir, la esencia). En segundo lugar en cuanto a ciertos accidentes sobreañadidos y que son necesarios para la operación perfecta. En tercer lugar, en cuanto al hecho de que la cosa alcance algo distinto de ella como su fin"'. Pues bien, la perfección propia de la virtud es la señalada en segundo lugar en el texto que acabamos de citar, o sea, la que proporcionan ciertos accidentes eme se añaden a las potencias operativas y que son necesarios para que éstas lleven a cabo la operación perfecta que les es propia y el consiguiente logro de su fin.


Tomado de “Virtud y personalidad” de Jesús García López.