jueves, 27 de junio de 2013

La metafísica, ciencia del ente en cuanto ente



Todas las ciencias tienen un objeto de estudio, es decir, algún sector de la realidad que tratan de conocer, como la biología considera el mundo viviente, la matemática estudia los aspectos cuantitativos de las cosas, o la geografía física se ocupa de la configuración de la superficie terrestre. El objeto de la investigación científica define a cada ciencia, discriminándola de las demás, y dando unidad interna a todos los conocimientos que la componen.

Se suele distinguir entre el  objeto material, que es el conjunto de las cosas estudiadas por un saber científico, y el  objeto formal, o aspecto que cada ciencia considera en el ámbito de su objeto material: por ejemplo, la biología tiene como objeto material a los vivientes, y su objeto formal es la vida; la medicina estudia el cuerpo humano (objeto material) en cuanto susceptible de salud y enfermedad (objeto formal).

La metafísica estudia el ente en cuanto ente, sus propiedades y sus causas

Las ciencias particulares tienen por objeto determinados sectores o aspectos de la realidad. Pero ha de haber una ciencia que estudie toda la realidad, fijándose en aquello que todas las cosas tienen en común, esto es en cuanto «son», «son» cosas, algo «real». Estos aspectos  comunes están presupuestos por los demás conocimientos más particulares, porque cuando un botánico clasifica y estudia las especies vegetales, sabe que aquellas cosas son «algo», son «entes», y esta noción es previa a las que corresponden a cada especie de la vida vegetal.

-  El ente: lo que ordinariamente se llaman cosas, realidades o seres, en metafísica reciben el nombre de entes. Ente significa «lo que es», algo dotado de la propiedad de ser. Son entes todas las cosas: un árbol, un pájaro, un hombre, un diamante...; pero así como «pájaro» indica una naturaleza determinada, o un modo de ser, «ente» señala la realidad de que el pájaro  es. La palabra «ente» procede del verbo ser: en latín,  ens (genitivo,  entis); es el participio presente del verbo esse (ser); del mismo modo que a un hombre en cuanto oye se le llama oyente, y en cuanto estudia estudiante, así en cuanto es o tiene ser, se le llama ente.

-  En cuanto ente: «las demás ciencias, que tratan de entes particulares, ciertamente consideran el ente, pues todos los objetos de las ciencias son entes; sin embargo, no estudian el ente en cuanto ente, sino en cuanto es tal ente, por ejemplo el número, la línea, el fuego y cosas similares». El objeto material de la metafísica es toda la realidad, pues todas las cosas son entes, aunque de modo diverso. Pero su objeto formal es el ente en cuanto tal, considerado en su carácter de ente. La metafísica, aunque trata de todas las cosas, no es la suma de las diversas ciencias o su síntesis (como mantiene el positivismo), sino algo distinto, pues estudia un aspecto propio y específico, que los demás saberes presuponen: el ser de las cosas.


-  Sus propiedades y sus causas: cada ciencia, al considerar su objeto, necesariamente se ocupa de todas sus características y de todo lo que a él se refiere de algún modo. Así como la física estudia las consecuencias que se siguen del hecho de que los cuerpos tengan masa, energía, etc., la metafísica ha de tratar de las propiedades que resultan de las cosas en cuanto entes; le corresponde descubrir si hay aspectos que se desprenden del ser de las cosas o no, por ejemplo, la «verdad» procede del ser de las cosas, pero la «materia» no es una condición exigida necesariamente por el ser.

(tomado del libro cuya imagen encabeza la entrada)

miércoles, 26 de junio de 2013

ORACIÓN DEL POLÍTICO CATÓLICO



Oración compuesta por el Papa Pío XII para ser rezada por todo político católico

«Dios grande y eterno, Creador y Señor de todas las cosas, sumo Legislador y Rector supremo, de quien emana y depende todo poder y en cuyo nombre los que tienen la misión de legislar determinan lo que es justo e injusto como un reflejo de tu divina sabiduría: nosotros, hombres políticos católicos, sobre quienes gravita el peso de una responsabilidad que nos sitúa en el centro de la nación, imploramos tu ayuda para el desempeño de un oficio que creemos aceptar y pretendemos ejercer para el mayor bien espiritual y material de nuestro pueblo.

Concédenos, Señor, aquel sentido del deber que nos induzca a no omitir preparación ni esfuerzo para conseguir un fin tan alto y la objetividad y el sano realismo que nos permitan percibir claramente lo que en cada momento es lo mejor.

Haz que no nos apartemos de la imparcialidad con que debemos buscar, sin injustas preferencias, el bien de todos y que no nos falten nunca la lealtad hacia nuestro pueblo, la fe en los principios que abiertamente profesamos y la elevación de espíritu para mantenernos por encima de todo peligro de corrupción y de todo mezquino interés.

Haz que nuestras deliberaciones sean serenas, sin otra pasión que la inspirada por el santo anhelo de la verdad; que nuestras resoluciones sean conformes a tus preceptos, aun cuando el servicio de tu voluntad nos imponga renuncias y sacrificios, y que, en nuestra pequeñez, procuremos imitar aquella rectitud y santidad con que tú mismo gobiernas y diriges todo para tu mayor gloria y para el verdadero bien de la sociedad humana y de todas tus criaturas.

Escúchanos, Señor, a fin de que nunca falte tu luz a nuestra mente, tu fuerza a nuestra voluntad y el calor de tu caridad a nuestro corazón, que debe amar tiernamente a nuestro pueblo.


Aparta de nosotros toda humana ambición y toda ilícita ansia de lucro; infúndenos un sentimiento vivo, actual y profundo de lo que es un orden social sano guardador del derecho y de la equidad, y haz que un día, juntamente con aquellos que estuvieron confiados a nuestros cuidados, podamos gozar de tu presencia beatífica, como premio supremo, por toda la eternidad. Así sea.»

Civilización y aborto


martes, 25 de junio de 2013

NATURALEZA DE LA METAFÍSICA




Acuciados por la admiración ante el universo, cuyo fundamento no se conoce de modo inmediato, los hombres se han esforzado continuamente por alcanzar un saber último y universal acerca de la realidad. Han surgido así, a lo largo de la historia, muchas doctrinas que intentaban dar una explicación profunda del universo, y ponían su constitutivo más radical en un elemento u otro: algunos han reducido toda la realidad a diversas manifestaciones de un elemento intrínseco al mundo, como la materia, el espíritu, el pensamiento, el movimiento; otros, en cambio, han conocido que existe un Principio trascendente distinto del universo. Algunas explicaciones de la realidad proponen un único origen de todas las cosas, mientras que otras han afirmado dos o más causas radicales como fuentes originarias de todo.

Estos interrogantes no son puramente especulativos, sino que afectan profundamente a la vida humana. No es igual para el hombre pensar que todo se disuelve en la materia, incluido él mismo, o haber llegado al conocimiento de que es criatura hecha por Dios de la nada. Estimar que los hombres están sometidos a un destino ciego, o que ellos son los artífices absolutos de su propia existencia, o que con libertad pueden llegar a conocer y amar a un Dios personal, son doctrinas que señalan rumbos completamente diversos para la vida del hombre.

En un principio, el estudio de todas estas cuestiones constituía un único saber indiferenciado, que se llamaba filosofía, sabiduría, ciencia, etc. Bien pronto, sin embargo, la investigación acerca de diversas parcelas de la realidad (matemáticas, medicina, gramática, etc.), fue constituyendo las ciencias particulares, que se diferenciaron del tronco común del saber, en el que se planteaban los temas más fundamentales, llamado propiamente filosofía. A su vez, a medida que crecía el cuerpo de doctrina filosófica, se iban deslindando ramas que se ocupaban de problemas distintos (la naturaleza, el hombre, la moral, etc.), y entre ellas se perfilaba un núcleo principal que, tratando del constitutivo último del mundo, afectaba a todos los conocimientos filosóficos, y que termina en la consideración de una primera causa del universo: esta ciencia era la metafísica.

Noción de Metafísica

En una primera aproximación, la metafísica puede entenderse como el estudio de la causa última y  de los principios primeros y más universales de la realidad.

Causa última: causas próximas son las que producen de modo inmediato determinados efectos (por ejemplo, el aumento de la presión atmosférica es causa del buen tiempo, el corazón es  el órgano que impulsa la circulación sanguínea) y de ellas se ocupan las ciencias particulares. Causas últimas o supremas, en cambio, son las que extienden su influjo a todos los efectos de un determinado orden, como por ejemplo un gobernante con respecto a su nación, o el deseo de la felicidad con relación a todo el obrar humano. La metafísica considera la causa absolutamente última de todo el universo, investigando cuál es, cómo influye en el mundo, y qué naturaleza tiene. Sabiendo que la Causa última de todas las cosas es Dios, éste será evidentemente uno de los temas capitales de la Metafísica.

Principios primeros y más universales: además de las causas que influyen desde fuera en sus efectos, las cosas tienen también elementos internos que las constituyen y que afectan a su modo  de ser y actuar, a los que llamamos principios (los átomos son ciertos principios de las moléculas, que determinan su naturaleza y propiedades; las células intervienen en el organismo vivo a modo de principios). La metafísica busca los principios primeros y más universales, es decir, los que constituyen más radicalmente a todas las cosas: los filósofos siempre proponen algún aspecto de la realidad como el más profundo y origen de los demás (el devenir, el azar, la cantidad, la esencia, etc.). En la medida en que alguien señale algo como primer principio intrínseco de todo, está situándose en un plano metafísico. Al buscar la última causa y los principios fundamentales, la metafísica abarca en su estudio toda  la realidad, y también en esto se distingue de las ciencias particulares, que sólo atienden a un sector determinado del mundo.

Ejemplos de problemas científicos son: la composición del átomo, el estudio del aparato digestivo del organismo animal, las enfermedades de las plantas, etc. Estos estudios parten siempre de una serie de conocimientos previos y constantes, que están como presupuestos en la tarea científica: la noción de vida vegetal, de vida, cuerpo, cantidad, etc. Los científicos ordinariamente no profundizan en estos temas, pero si se preguntan « ¿qué es la vida? », «¿qué es la cantidad?», «¿en qué consiste conocer, ver, sentir?», etc., entonces se están planteando problemas filosóficos.

Ahondando más, podemos interrogamos por cuestiones todavía más previas y radicales, que están supuestas en los temas precedentes: «¿en qué consiste ser», «¿qué es causar?», «¿cuál es el sentido del universo?», «¿qué es la verdad?», «¿qué significa la bondad?»: se llega aquí al planteamiento propiamente metafísico.

(tomado del libro cuya imagen encabeza la entrada)



domingo, 23 de junio de 2013

Estructura lógica de la argumentación silogística



Aristóteles emplea a veces el vocablo silogismo en un sentido tan amplio que engloba toda clase de razonamiento. La definición que propone de silogismo, al comienzo de los Primeros Analíticos, es una definición del razonamiento en general. Dice así:

«El silogismo es un discurso (logos) en el cual, establecidos determinados datos, resulta necesariamente algo diferente a los datos establecidos, por el mero hecho de haber sido establecidos»; oratio in qua, quibusdam positis, aliad quoddam diversum ab his quae posita sunt, necessario sequitur eo quod haec posita sunt.

Analicemos esta definición.

Las preposiciones de que se parte (quibusdam positis) llevan el nombre de antecedente o premisas. La proposición que se deriva (aliud quoddam) el de consecuente o conclusión.

Pero se trata únicamente de la materia del razonamiento. Éste no consiste en establecer ni las premisas ni la conclusión, lo cual no es más que juzgar, sino en vincular las proposiciones. Se dirá, pues, que la forma del razonamiento es el vínculo, la dependencia necesaria (necessario sequitur) del consecuente respecto del antecedente. Dicho vínculo se denomina consecuencia. No debemos, pues, confundir el consecuente, que es una parte de la materia del razonamiento, a saber, su conclusión, con la consecuencia, que es el razonamiento mismo.

Como ya hemos indicado, la distinción entre lógica formal y lógica material, y el valor de dicha distinción arrancan precisamente de este hecho. La lógica formal tiene por objeto la consecuencia; su finalidad, por tratarse de un arte, consiste en la formulación de reglas que aseguren la exactitud de la consecuencia, prescindiendo de la verdad o falsedad del antecedente y del consecuente. Porque la consecuencia puede ser correcta sin que, por ello, deba ser verdadero el consecuente; y, al revés, un consecuente puede ser verdadero, y la consecuencia, en cambio, incorrecta.

Examinemos detenidamente este punto.

Si la consecuencia no es correcta, no hay razonamiento, sino una simple retahíla de proposiciones. Así pues, cuando decimos que el consecuente puede ser verdadero aunque la consecuencia sea incorrecta, entendemos el consecuente en un sentido puramente «material». De hecho, no se trata ya de un consecuente, puesto que no se deduce necesariamente del antecedente. Es una proposición que sigue a otras sin depender en absoluto de ellas. Puede ser perfectamente verdadera, pero, en tal caso, su verdad no se deriva de la del antecedente. Se dirá que es verdadera “ratione materiae”, en razón de su materia, pero no “vi formae”, en virtud de la forma, ya que no hay forma.

Se da, pues, por entendido que, en las leyes que regulan la argumentación, se supone siempre que la consecuencia es correcta. He aquí las leyes:

1.       Si el antecedente es verdadero, el consecuente es verdadero.

2.       Si el consecuente es falso, el antecedente es falso.

3.       Si el antecedente es falso, el consecuente puede ser verdadero o falso.

4.       Si el consecuente es verdadero, el antecedente puede ser verdadero o falso.

De estas cuatro reglas, las principales son la 1 y la 3, cuyas formulaciones tradicionales rezan así: “ex vera non sequitur nisi verum”, y “ex absurdo sequitur quodlibet”. Son principales porque la 2 se deduce de la 1, y la 4 de la 3.

La 2 se deduce de la 1: En efecto, puesto que de lo verdadero se deduce siempre lo verdadero, en caso de que el consecuente sea falso concluimos que el antecedente es falso. La 4 se deduce de la 3: En efecto, puesto que de lo falso puede deducirse tanto lo verdadero como lo falso, en caso de que el consecuente sea verdadero no por ello concluiremos que el antecedente sea verdadero; puede ser falso.

Tocante a las dos reglas principales, no hay gran cosa que decir. Dichas reglas son los primeros principios de la lógica, son reglas evidentes (a condición de entenderlas) y, en todo caso, no son susceptibles de demostración, A lo más, es posible explicarlas para subrayar su evidencia. ¿Por qué de lo verdadero sólo se deduce lo verdadero? Digamos, si se prefiere, que la razón de ello estriba en que el consecuente estaba contenido o implicado en el antecedente. La consecuencia explícita lo implícito. Aristóteles presenta esta regla como una aplicación del principio de contradicción.

Que de premisas verdaderas no sea posible deducir una conclusión falsa, es evidente por lo que vamos a decir ahora. En efecto, si es necesario que, dada la A, se dé B, será también necesario que, si no se da B, no se dé A. Si pues A es verdadero, B será necesariamente verdadero, o, de lo contrario, resultaría que la misma cosa, al mismo tiempo, es y no es, hecho éste totalmente absurdo.

Este texto parece enigmático a primera vista. Pero resulta claro, cuando se comprenden dos cosas. En primer lugar, que A es el antecedente y B el consecuente, y que existe entre ambos un vínculo necesario, ya que, por hipótesis, la consecuencia es correcta. En segundo lugar, que decir, de cada miembro de la argumentación, que es y que es verdadero, es una misma cosa. Admitido esto, decir que A es verdadero y B falso, equivaldría a afirmar que A es y no es, cosa ésta contradictoria.

Pero, ¿por qué de lo falso puede deducirse lo verdadero? En virtud de la ley precedente cabría esperar lo contrario, a saber, que de lo falso sólo puede deducirse lo falso. En efecto, es imposible que lo falso produzca o engendre lo verdadero. No obstante, un antecedente falso puede entrañar un consecuente que sea verdadero, que sea verdadero de hecho, pero no por la razón dada.

Transcribamos el ejemplo más sencillo que nos da Aristóteles. Se trata de un silogismo. El antecedente está constituido por las dos primeras proposiciones, y es absolutamente falso. La consecuencia es correcta, porque el silogismo ha sido construido con todo rigor. La conclusión, por su parte, es verdadera: «Toda piedra es animal. Ahora bien, todo hombre es piedra. Luego, todo hombre es animal.»


La conclusión emana necesariamente de las premisas y es verdadera, pero su verdad no procede de ellas. Una vez más, se dirá que la conclusión es verdadera, no “vi formae”, sino “ratione materiase”. Pero, por derivar necesariamente de las premisas, se dirá mejor que un consecuente verdadero resulta por accidente de un antecedente falso. No debemos paliar el hecho de que la posibilidad de semejante «accidente» es un auténtico escándalo lógico.

(tomado de "Introducción general y lógica" de Roger Verneaux)

sábado, 22 de junio de 2013

Las seis características del sabio



Cuando Aristóteles quiere precisar una noción, parte siempre del sentido corriente de las palabras, a saber, de la opinión común. Así se conduce en los comienzos de la Metafísica en lo referente a la noción de sabiduría: «Nosotros estimamos que en toda empresa los arquitectos son más sabios que los obreros manuales, porque conocen las razones del trabajo, mientras que los últimos trabajan sin saber lo que hacen. No es la habilidad práctica la que hace ser más sabio, sino la comprensión y el conocimiento de las causas».

Señalemos, pues, los juicios emitidos comúnmente acerca de lo que es el sabio. Aristóteles recoge seis rasgos característicos que santo Tomás, en su comentario, expone como sigue:

1. Poseer la ciencia de todas las cosas, sin que para ello sea necesario conocer cada cosa en concreto, que por lo demás es imposible. «Communiter omnes accipimus sapientem máxime scire omnia, sicut eum decet, non quod habeat notitiam de ómnibus singularibus: hoc enim est impossibile cum singularia sint infinita, et infinita intellectu comprehendi non possint».

2. Lograr el conocimiento de cosas difíciles por medio de la penetración de su inteligencia.

3. Obtener, respecto de lo que se conoce, la mayor certeza posible.

4. Ser capaz de hallar las causas en toda cuestión estudiada, y, en consecuencia, ser capaz de enseñarla, «lllum dicimus magis sapientem in omni scientia, qui potest assignare causas cuiuslibet quaesiti, et per hoc docere».

5. Buscar el saber por sí mismo, y no por sus resultados prácticos.

6. Ser capaz de ordenar, en la doble acepción de la palabra: poner orden y dar órdenes. «Sapientem, secundum omnem opinionem, non debet ordinari ab alio, sed ipsum potius alios ordinare».
Reuniendo estos diversos rasgos, obtenemos una descripción de lo que es el sabio: «Ex quibus omnibus potest quaedam descriptio sapientiae formari: ut ille sapiens dicatur qui scit omnia, etiam difficilia, per certitudinem et causam, ipsum scire propter se quaerens, alios ordinans et persuadens».

(tomado de "Introducción general y lógica" de Roger Verneaux)


viernes, 21 de junio de 2013

Las 8 reglas del silogismo

Los lógicos medievales formularon ocho reglas del silogismo en versos mnemónicos, ya clásicos. Los cuatro primeros se refieren a los términos, y los cuatro últimos a las proposiciones.

1.       Terminus esto triplex: maior mediusque minorque.
2.       Latius hos quam praemissae conclusio non vult.
3.       Nequáquam médium capiat conclusio fas est.
4.       Aut semel aut iterum medius generaliter esto.
5.       Utraque si praemissa neget, nil inde sequetur.
6.       Ambae affirmantes nequeunt generare negantem.
7.       Peiorem semper sequitur conclusio partem.
8.       Nil sequitur geminis ex particularibus unquam.

Comentemos sucintamente estos versos.

I. Que haya tres términos: el mayor, el medio, el menor.

Esta regla se limita a dar forma imperativa a la definición de silogismo. Éste consiste en comparar dos términos con un tercero. Así pues, si se dan más o menos de tres términos, no hay ya silogismo. Las denominaciones de los términos son bastante arbitrarias, pero, dada la necesidad de llamarlos por un nombre, tanto sirve éste como cualquier otro.

2. Que los extremos no posean mayor extensión en la conclusión, que en las premisas.

De un modo más sencillo, y más usual también, esta regla puede formularse así: la conclusión no debe superar las premisas. En caso de superarlas, es ilegítima porque dice más de lo que se deduce de la comparación establecida por las premisas entre los extremos y el medio.

3.   Que la conclusión no contenga el término medio.

Esta regla expresa asimismo la naturaleza del silogismo que compara los extremos con el medio a fin de unir los extremos. Si el medio figurara en la conclusión, no habría silogismo.

4. Que el término medio sea tomado siquiera una vez en toda su extensión.

Esta regla nos dice que los extremos deben ser comparados con el mismo medio. Si éste no fuera tomado siquiera una vez en toda su extensión, nada garantizaría que los extremos fueran comparados con la misma parte del medio. En caso de ser comparados con partes diferentes, obtendremos un silogismo de cuatro términos, es decir, no habrá ya silogismo.

5. Dos premisas afirmativas no pueden engendrar una conclusión negativa.

He aquí una aplicación del principio de contradicción. Si dos términos son idénticos a un tercero, no pueden ser diferentes entre sí.

6. De dos premisas negativas no se sigue nada.

En efecto, si ninguno de los extremos es idéntico al medio, es imposible saber, en virtud de esta comparación, si son o no idénticos entre sí. El término medio ha sido mal elegido y no autoriza ninguna conclusión.

7.   La conclusión sigue siempre a la premisa más débil.

¿Qué se entiende por premisa «débil»? Desde el punto de vista de la cantidad, se trata de una premisa particular, y de una premisa negativa, si lo que entra en juego es la cualidad. La regla dice, pues, que si una premisa es particular, la conclusión será particular, y que si es negativa, la conclusión será negativa (por lo demás, la misma premisa puede ser particular y negativa a la vez: una proposición O). En efecto, si una premisa es particular, la conclusión no puede ser universal, porque superaría las premisas. Y si una premisa es negativa, quiere decir que uno de los términos no es idéntico al medio, por lo que la conclusión deberá ser negativa.

8.  De dos premisas particulares no se sigue nada.

Esta regla es, en lo que respecta a las proposiciones, análoga a la cuarta, que concernía al término medio. Su justificación es idéntica. Si ambos extremos únicamente convienen al término medio en algunos casos, es imposible saber si se trata de los mismos casos y, consiguientemente, si los extremos se convienen o no entre sí.

Esta regla puede deducirse también de las anteriores. Demostrarlo, será un excelente ejercicio de agilidad intelectual.


Si las dos premisas son particulares, su sujeto es particular. Una deberá ser afirmativa, ya que de dos negativas no se seguirá nada (regla 6). Si, en efecto, es afirmativa, su predicado es particular. Pero el medio debe ser siquiera una vez universal (regla 4), y sólo puede serlo si es predicado de una premisa negativa, ya que, por hipótesis, los dos sujetos de las premisas son particulares. Pero, si una de las premisas es negativa, también lo es la conclusión (regla 7), y, por lo tanto, el término mayor, predicado de la conclusión, es universal. Para que el término mayor pueda ser universal en la conclusión deberá ser universal en las premisas (regla 2). Pero el único término que sea universal en las premisas es el predicado de la premisa negativa, y ya hemos visto que dicho término era necesariamente el término medio. Así pues, el término mayor es universal en la conclusión y particular en las premisas, contraviniendo la regla 2.

(tomado de "Introducción general y lógica" de Roger Verneaux)

jueves, 20 de junio de 2013

Pensar cristianamente en la muerte



Acuérdate, hermano, que eres cristiano y que eres hombre. Por la parte que eres hombre, sabes cierto que has de morir, y por la que eres cristiano sabes también que has de dar cuenta de tu vida acabando de morir. En esta parte no nos deja de dar la fe que profesamos, ni en la otra la experiencia de lo que cada día vemos. Así que no puede nadie excusar este trago, que sea emperador que sea papa. Día vendrá en que amanezcas y no anochezcas, o anochezcas y no amanezcas. Día vendrá -y no sabes cuándo, si hoy, si mañana-, en el cual tú mismo que estás ahora leyendo esta escritura sano y bueno de todos tus miembros y sentidos, midiendo los días de tu vida conforme a tus negocios y deseos, te has de ver en una cama, con una vela en la mano, esperando el golpe de la muerte y la sentencia dada contra todo el linaje humano, de la cual no hay apelación ni suplicación. Allí se te representará luego el apartamiento de todas las cosas, el agonía de la muerte, el término de la vida, el horror de la sepultura, la suerte del cuerpo -que vendrá a ser manjar de gusanos-, y mucho más la del ánima, que entonces está dentro del cuerpo, y de ahí a dos horas no sabes dónde estará.


Así te parecerá que estás ya presente en el juicio de Dios, y que todos tus pecados te están acusando y poniendo demanda  delante dél. Allí verás abiertamente qué tan grandes males eran los que tú tan fácilmente cometías, y maldirás mil veces el día en que pecaste y el deleite que te hizo pecar. Allí no acabarás de maravillarte de ti mismo, cómo por cosas tan livianas cuales eran las que tú amabas, te pusiste en peligro de padecer eternalmente dolores tan grandes como allí comenzarás a sentir. Porque como los deleites sean ya pasados, y el juicio de ellos comience ya a parecer, lo que de suyo era poco y dejó de ser, parece nada; y lo que de suyo es mucho y está presente, parece más claro lo que es. Pues como tú veas que por cosas tan vanas estás en términos de perder tanto bien, y mirando a todas partes te veas por todas cercado y atribulado -porque ni queda más tiempo de vida, ni hay más plazo de penitencia, y el curso de tus días es ya fenecido, y ni los amigos ni los ídolos que adoraste te pueden allí valer, antes las cosas que más amabas y preciabas te han de dar allí mayor tormento-, dime, ruégote, cuando te veas en este trance, ¿qué sentirás, dónde irás, qué harás, a quién llamarás? Volver atrás es imposible, pasar adelante es intolerable, estarte así no se concede. Pues, ¿qué harás?

(tomado de "Guía de pecadores" de Fray Luis de Granada)

Libro: Cosmología (Introducción al tomismo)

Cosmología_H.D. Gardeil by Salvador

sábado, 8 de junio de 2013

10 RECOMPENSAS DE "ESPERAR" HASTA EL MATRIMONIO

El profesor Thomas Lickona, psicólogo estadounidense nos enumera estas 10 recompensas que los estudios han descubierto en la decisión de esperar hasta el matrimonio para iniciar la actividad sexual:

"It’s important to know about the emotional dangers of premature sex, but it’s equally important to be able to identify the benefits of saving sex for a truly committed love relationship. Here are ten rewards of waiting:

1. Waiting will make your relationships better because you’ll spend more time getting to know each other.

2. Waiting will increase your self-respect.

3. Waiting will gain you respect for having the courage of your convictions.

4. Waiting will teach you to respect other people—you won’t tempt or pressure them.

5. Waiting takes the pressure off you.

6. Waiting means a clear conscience (no guilt) and peace of mind (no conflicts, no regrets).

7. Waiting will help you find the right mate—someone who values you for the person you are.

8. Waiting means a better sexual relationship in marriage—free of comparisons and based on trust. By waiting, you’re being faithful to your spouse even before you meet him or her.

9. By practicing the virtues involved in waiting—such as faithfulness, good judgment, self-control, modesty, and genuine respect for self and others—you’re developing the kind of character that will make you a good marriage partner.


10. By becoming a person of character yourself, you’ll be able to attract a person of character—the kind of person you’d like to marry and to have as the father or mother of your children."