miércoles, 4 de abril de 2012

Miércoles Santo




TRES CONSIDERACIONES MÍSTICAS EN TORNO
AL LAVATORIO DE LOS PIES

(In Joan., XIII)

Echó  agua  era  un  lebrillo,  y comenzó  a  lavar  los  pies  de  los discípulos, y a limpiarlos con la toalla, con que estaba ceñido (Jn 13, 5)

Aquí pueden entenderse místicamente tres cosas.

1º) Por la acción de poner agua en el lebrillo se significa la efusión de  su sangre sobre la tierra. Puesto que la sangre de Jesús puede llamarse agua por la virtud que tiene de lavar. De ahí que simultáneamente saliera agua y sangre  de su costado para  dar  a  entender  que aquella  sangre  lavaba los pecados.  También puede entenderse por el agua la Pasión de Cristo. Pues echó agua en un lebrillo, esto es, imprimió en las almas de los fieles, por la fe y la devoción, el recuerdo de su Pasión. Acuérdate de mi pobreza, y traspaso, del ajenjo, y de la hiel (Lam 3, 19).

2º) Por aquello que dice: y comenzó a lavar, se alude a la imperfección humana. Porque los Apóstoles, después de Cristo, eran más perfectos, y no obstante necesitaban de la ablución, porque tenían algunas manchas;  para dar  así  a  entender  que  aun  cuando  el  hombre  sea  perfecto,  necesita perfeccionarse  más;  y  contrae  algunas  manchas,  según  aquello  de  los Proverbios:  ¿Quién  puede  decir:  Limpio  está  mi  corazón,  puro  soy  de pecado? (20, 9) Pero estas manchas las tienen en los pies solamente. Otros, al contrario, no sólo están manchados en los pies, sino totalmente. Pues se manchan totalmente con las impurezas terrenas los que yacen sobre ellas; de ahí que quienes totalmente, en cuanto al afecto y en cuanto a los sentidos, estén apegados al amor de lo terreno, sean enteramente inmundos.

Pero los que están de pie,  esto es,  los que con el espíritu y el deseo tienden a las cosas celestiales,  sólo contraen manchas en los pies.

Pues así como el hombre que está de pie se ve obligado a tocar la tierra, al menos con los  pies,  del  mismo  modo,  mientras  vivimos  en  esta  vida  mortal,  que necesita  de  las  cosas  terrenas  para  sustentación  del  cuerpo,  contraemos algunas impurezas, al menos, por la sensualidad. Por eso el Señor mandó a los discípulos que sacudiesen el polvo de sus pies (Luc 9, 5) Pero se dijo: comenzó a lavar, porque la ablución de los afectos terrenos comienza aquí y termina en el futuro.

Así,  pues,  la efusión de su sangre está simbolizada por la acción de poner agua en el lebrillo; y la ablución de nuestros pecados, por la acción de haber comenzado a lavar los pies de los discípulos.

3º) Aparece también la aceptación de nuestras penas sobre sí mismo.

Pues  no  sólo  lavó  nuestras  manchas,  sino  que  tomó  sobre  sí  las  penas debidas  por  aquéllas.  Porque  nuestras  penas  y  penitencias  no  serían suficientes, si no estuvieran cimentadas en los merecimientos y en la virtud de la Pasión de Cristo. Lo cual se simboliza por aquello de haber limpiado los pies de los discípulos con la toalla, es decir, con el lienzo de su cuerpo.

(In Joan., XIII)

(Tomado de Santo Tomás de Aquino)

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